Una de las teorías más firmes y documentadas de la ciencia moderna es la de la evolución que, grosso modo, describe y explica el hecho de que las especies cambian a través del tiempo. Lo que no significa que quienes se dedican a su estudio no continúen investigando y discutiendo en torno a cuáles son los mecanismos intrínsecos a este proceso de cambios y cómo es que funcionan. Sin embargo, tras poco más de 200 años de que apareciera su primera postulación de forma claramente definida y sistemática, aunque no todavía en una teoría como tal (pensamos en las tesis que Erasmus Darwin, abuelo de Charles, presentó sobre su intuición del fenómeno evolutivo en su obra magna Zoonomía, o las Leyes de la Vida Orgánica publicado en 1794), sabemos sin lugar a dudas que la evolución biológica es tan cierta como que la Tierra gira alrededor del Sol.

No obstante lo anterior, en México no sólo no podemos hablar todavía de que la población general conoce la teoría de la evolución y la comprende aunque sea de forma básica, sino que incluso hemos de aceptar que nuestro país presenta un rezago importante en cuanto a la educación científica se refiere. En este sentido cabe señalar que, por ejemplo, uno de los mayores obstáculos para la difusión de la teoría evolutiva es el pensamiento mágico-religioso que aún permea y forma parte de la visión del mundo de no pocos mexicanos.

De acuerdo con la investigación Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes temas nacionales, realizada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, y basada en 25 encuestas nacionales aplicadas en 2014 en México, 52.3% de los encuestados es partidario de las ideas creacionistas sobre el origen de la vida y el Universo, mientras que sólo 40.6% afirmó estar convencido de que los seres vivos (incluida la especie humana) han evolucionado a través del tiempo. Más aún, 47.3% consideró que el creacionismo debe enseñarse en las escuelas, y únicamente 30% opinó que las escuelas deben enseñar la tesis evolucionistas. Además, de los que dijeron sí suscribir la teoría de la evolución, 48.4% dijo estar convencido que el proceso de evolución es guiado por un ser supremo, mientras que 32.7% respondió que la evolución biológica se debe a “procesos naturales como la selección natural de las especies”.

Esto resulta aún más revelador si se considera que otros trabajos también han arrojado resultados que apuntan a que el pensamiento mágico-religioso está ampliamente difundido entre la población mexicana y se encuentra fuertemente arraigado en nuestra cultura. Según la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología, realizada por el Conacyt y el Inegi en 2011, 57% de los encuestados dijo confiar de igual manera en la ciencia que en la religión, 21.1% dijo fiarse más de la ciencia que de la religión y 19.9% más de la religión que de la ciencia.

Una conclusión plausible tras analizar el perfil de los encuestados y de sus respectivas respuestas es que las personas con mayor escolaridad y de menor edad son las que tienden a basar sus convicciones en el conocimiento científico y en las explicaciones que éste nos aporta sobre la vida y la evolución, y no en la fe ni en los dogmas y las creencias religiosas. Por lo que se hace evidente la necesidad de redoblar los esfuerzos por educar a la población en temas científicos. En cuanto a la evolución cabe destacar que, con el paso del tiempo, dicho concepto ha trascendido su ámbito específico de aplicación en las ciencias biológicas y ahora es una palabra empleada ampliamente para referirse al proceso de cambio en el tiempo en prácticamente cualquier ámbito. Por lo que considero que estudiar los propios orígenes del concepto y su transformación en el tiempo será otra herramienta importante para entender los obstáculos que existen en su enseñanza y aprendizaje.

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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