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El titubeo de la Reserva Federal (Fed), al no subir su tasa de interés en septiembre, pero insistiendo en que está en sus planes subirla, reforzó el temor de que el mundo está nuevamente frente a una recesión.
Parte de la justificación para el aumento del interés era que la autoridad lo había así telegrafiado con mucha anticipación. Al no poder hacerlo, pone al mercado a dudar sobre si puede normalizar su política monetaria, elevando poco a poco su tasa de fondeo de donde hoy está, casi cero. No poder hacer ni siquiera un aumento pequeño refuerza el escenario de un estancamiento secular.
Este escenario se desarrolló en un valioso libro editado en 2014 por Coen Teulings y Richard Baldwin, para describir múltiples ángulos de debilidad económica después de la Gran Recesión de 2008.
Lo cierto es que esa crisis no ha sido aún superada, aunque en EU casi se había descartado porque ahí hay avances de recuperación en un amplio frente: producción, empleo, vivienda, crédito y ventas de menudeo.
El estancamiento secular significaría que durante un periodo de varios años, las economías no tienen motor de recuperación del empleo y la actividad. En ese ambiente, la demanda del mercado es débil, los márgenes de utilidad son muy bajos, la inversión no aumenta mucho y el empleo y los salarios no mejoran sustancialmente. Las tasas de interés son extraordinariamente bajas.
Con la demanda tan débil, los productores evitan subir precios, aun cuando sufren algunos aumentos de costos, como es el caso de la depreciación cambiaria. Lo hacen, porque sin esas ventas tendrían que despedir a más trabajadores y cerrar sus empresas.
Con una pobre creación de empleo, los trabajadores tratan de no perder su empleo, aunque sea con salarios menores a los que ganaban antes de la crisis de 2008 y aun así no tienen la seguridad de tenerlo indefinidamente. Sus compras son las indispensables y los ajustes de su presupuesto familiar son frecuentes, reduciendo el gasto en entretenimiento y gastos personales para mantenerlo en lo más necesario.
Por eso la confianza de los consumidores no se recupera y lo mismo sucede con la confianza de los empresarios, como lo muestran las encuestas del Inegi.
Como muchos gobiernos del mundo se endeudaron después de la Gran Recesión de 2008 en un intento por frenar el desempleo y hacer algunas obras públicas, desde hace años la única autoridad que trata de suavizar el estancamiento son los bancos centrales. Así, las tasas de interés son cero o negativas y los bancos centrales compran masivamente valores públicos o privados hipotecarios para mantener el valor de esos papeles.
El grupo de países que más sufre los estragos de la crisis son los emergentes, de los que México forma parte. No son los países en donde se originó la crisis, pero la sufren más porque sus modelos de crecimiento con pocas excepciones se basaron en el crecimiento de otros, para exportar a ellos sus productos. Sus políticas públicas debilitaron a sus propias industrias y por eso hoy no logran inducir una demanda interna más fuerte.
Una expresión de su debilidad es la salida masiva de capitales que registran: 940 mil millones de dólares en 12 meses hasta agosto. Los emergentes han perdido reservas internacionales, pues la inversión extranjera que reciben es superada por los pagos al exterior que se aceleran. Sobre todo porque los capitales buscan un refugio seguro, en una economía avanzada. México, por ejemplo, ya redujo sus reservas en 15 mil millones de dólares entre enero y el 25 de septiembre.
Analista económico.
rograo@gmail.com