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En la experiencia gubernamental la austeridad es un eufemismo para recortar presupuesto. El contexto internacional obliga a reducir el gasto. Más que austeridad necesitamos calidad.
Mejorar la calidad del gasto requiere cambios de fondo. La mayoría de los estudios nacionales e internacionales, oficiales e independientes, demuestran la baja capacidad del gasto público en México para tener un efecto redistributivo, para garantizar servicios públicos de calidad y para ejercer las funciones de autoridad efectivamente.
Las generalizaciones y discursos retóricos ayudan poco a comprender cómo mejorar el gasto público. Tres ejemplos: el “apoyo al campo”, la priorización de la “inversión” sobre el “gasto corriente” y la defensa de programas por sus supuestos beneficios, son tres trampas discursivas muy comunes.
El gasto público en México está atrapado en una trampa de desigualdad. Hay pocos programas que redistribuyen el ingreso. Las confusiones y discursos retóricos se usan como coartada para defender lo indefendible. Así se canalizan recursos a quienes más tienen. El mejor ejemplo son los programas de Sagarpa. Con el amparo del rezago y la pobreza en zonas rurales, esa Secretaría aplica los recursos más cuantiosos en programas destinados a grandes productores.
Hay confusiones también cuando se critica al “gasto corriente” y se ensalza la “inversión”. En teoría la prioridad debe ser la inversión, en la práctica eso puede significar incrementar fondos opacos que sirven para obras propensas al “moche” y el dispendio.
No todo “gasto corriente” es negativo. En educación, salud y seguridad es prioritario. Por ejemplo, el acceso efectivo a la salud no siempre requiere “inversión” en nuevos hospitales. Lo más común es que requiera “gasto corriente” en médicos, enfermeras, medicinas, mantenimiento de equipos, y demás. La prevención es una buena “inversión” de “gasto corriente”. Lo que no se necesita es mayor burocracia administrativa. Eso sí.
La pulverización de los programas o “programitis” es una tercera fuente de confusiones. Cada programa trata de “vender” su beneficio. Escucharemos múltiples argumentos alegando el grave daño producido por la reducción en algunos programas.
Hay múltiples programas inútiles y hasta nocivos. Hay demasiados programas con enfoque clientelar y paternalista, con bajísimas coberturas. Un ejemplo es el Programa de Comedores Populares impulsados por la Cruzada Nacional contra el Hambre. Los comedores atienden —si mucho— a menos de 1 millón de personas.
Resulta entonces buena noticia la promesa del nuevo titular de Sedesol, de revisar a fondo esta estrategia fallida. Su indicador de resultados en los dos primeros años registra “cero avance” en “hambre cero”.
El país no requiere más programas, requiere menos. En realidad, requiere políticas integradas, de amplias coberturas, con mecanismos efectivos de ejecución y evaluación, con nuevas formas de vigilancia ciudadana y rendición de cuentas. Una solución urgente en relación con la pobreza es lograr un auténtico padrón único, que sea la vía obligatoria de asignación de programas de subsidio y otros apoyos similares.
Por lo pronto, muchas voces se están uniendo para exigir cambios de fondo. Ayer presentamos un pronunciamiento conjunto para exigir nuevas políticas económicas y sociales frente a la desigualdad y la pobreza: www.frentealapobreza.mx. Todos pueden participar.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo