En primer lugar quisiera agradecer todas las facilidades para que una de las colecciones más importantes de Toulouse-Lautrec que se encuentran en el mundo y que está depositada en el MoMa, haya podido venir a México.

Son 100 obras que dan cuenta de todo un periodo de la obra de Toulouse-Lautrec. Podríamos decir que en el caso de otros artistas, una exposición gráfica sin óleos desmerecería. En Toulouse-Lautrec es al contrario; creo que subraya su importancia porque fue el medio que más utilizó en sus distintas acepciones para mostrar el lado oscuro y el alegre, como lo queramos ver, de noches intensas de la Belle Époque parisina.

En esta colección podremos ver los rostros y momentos psicológicos que captaba el artista, en determinada circunstancia, a una enorme velocidad y con una memoria fotográfica extraordinaria, y cuyos dibujos dejaba en la propia mesa de estos lugares. Posteriormente, éstos se realizaron por encargo, desarrollando un primer intento de comercializar lo que se llevaba a cabo en lugares como el Moulin Rouge o el Follie Berger, y otros lugares propios de una sociedad que estaba abriéndose a nuevas costumbres.

Toulouse Lautrec era un aristócrata de la más grande tradición familiar francesa, que se remontaba a la Edad Media. Ese niño, que nació sano, a los pocos años tuvo una caída que le produjo dos fracturas de las que nunca se repuso. Esto produjo un efecto psicológico en él, porque a pesar de ser uno de los grandes aristócratas franceses, le era difícil integrarse a un mundo que por nacimiento le correspondía, lo que le dio una perspectiva sobre la diversidad de la condición humana cercana al dolor y al miedo en estos lugares que se convirtieron en su espacio natural de inspiración.

Es curioso que un aristócrata como Toulouse-Lautrec narrara el submundo parisino, y que un hombre de clase media como Marcel Proust narrara el mundo de la aristocracia francesa. Son dos extremos con representantes totalmente distintos; cada uno, un genio en el modo que lo representa. La mejor recreación de las altas esferas del mundo francés son los siete libros que comprende En busca del tiempo perdido, de Proust. Él, que no pertenecía a ese mundo, se adentra y lo narra absolutamente como nadie. En cambio, Toulouse-Lautrec, que sí pertenecía a ese mundo, se va al otro extremo del mosaico social; esto nos habla de la variedad de la Belle Époque, en la que Europa vivió momentos de paz, de crecimiento económico y social.

En ese mundo francés es exactamente donde ambos artistas florecen. Toulouse-Lautrec nace en 1864 y muere en 1901. Proust nace en 1871 y muere en 1922, de tal manera que este último estaba vivo en los años de Toulouse y la obra de los dos es como una gran crónica de la Francia de esos años.

De la extraordinaria obra de Toulouse, ustedes verán algunas en las que está representado el mundo de la vida nocturna parisina. Muchas de ellas las conocen bien. Toulouse fue un hombre con un gran reconocimiento en vida. Su obra no sólo se conocía en Francia, empezó a conocerse en el mundo. Era buen amigo de Oscar Wilde, a quien le pinta un retrato; esto nos habla de un hombre que entendía perfecto a las grandes figuras culturales de su época.

Recuerdo una frase de Toulouse-Lautrec que decía: “Soy feo pero la vida es hermosa”. Efectivamente, la vida es hermosa, y en los paralelos, cada artista representa la belleza y la hermosura de la vida. Sin duda, Toulouse-Lautrec ha sido uno de los más originales, intensos y grandes artistas muertos en nuestro siglo.

*Palabras del secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, durante la inauguración de la exposición El París de Toulouse-Lautrec, realizada el 10 de agosto en el Palacio de Bellas Artes

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