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Ayer concluyeron los foros convocados por el gobierno nacional para discutir qué hacer con el uso de la marihuana. Un día antes, con astucia política, el senador Roberto Gil anunció la presentación de una iniciativa en el tema. El anuncio le brindó la oportunidad de tener un rol protagónico en el foro de clausura del evento nacional organizado por la Secretaría de Gobernación. Y, como a las oportunidades las pintan calvas, Gil, salió al ruedo a cortar orejas. En recompensa, al cabo de su discurso, Fernando Belaunzarán y Fernando Gómez Mont, entre otros, le aplaudieron de pie. Del segundo era previsible pero el gesto del primero es muy significativo.
La verdad es que el senador se ganó el aplauso. No sólo porque su discurso fue articulado y sustancioso, sino porque supo hacer lo que hacen los senadores de oposición —que, además, presiden la Cámara Alta— en los Estados democráticos. Madrugó, robó cámara y definió las coordenadas del debate porvenir.
Para empezar se anticipó. Por ello, la iniciativa que presentó en la víspera hizo ruido en las mesas con las que culminaron los foros del gobierno. Por ejemplo, en el panel que me correspondió moderar ayer por la mañana —“ética y derechos humanos”— fue mencionada y comentada en sendas ocasiones. El hecho de que existiera una propuesta y no sólo un discurso altera los términos del debate.
Sobre todo porque la posición del gobierno federal sigue atrapada en un discurso errático y secuestrado por las generalidades. Supongo que eso responde a muchas aristas que tienen que ver con la responsabilidad de gobernar, pero se traduce en un tesoro político para legisladores como Gil. Privilegios de ser oposición —sin duda— pero que no todos aprovechan; Jesús Zambrano —por ejemplo— sigue sin definir una agenda sólida.
En cambio, el senador, fijó los términos del debate que sigue y no lo logró por su sentido de oportunidad, sino por el contenido concreto de las propuestas sustantivas. Su iniciativa es buena y merece, por lo menos, un análisis y una discusión serios y responsables. Lo que propone puede o no convencernos pero es la iniciativa más osada, completa y coherente que hay sobre la mesa. Así que ha “jalado marca” tanto al gobierno como a la izquierda que ahora deberán jugar en su terreno.
Al menos tres propuestas exigen tomar postura: a) la idea de contar con un instituto regulador del mercado que se encargue de administrar la producción, distribución y venta; b) la tesis de que no sólo el uso terapéutico, medicinal y científico sino también el personal y lúdico deben ser totalmente legales —como indica la ley y ratificó la SCJN, pero no sucede en los hechos—; c) y, sobre todo, la insistencia en que se debe garantizar una verdadera descriminalización del consumo. Ni el gobierno ni el Presidente pueden ignorar estas ideas porque se traducen en medidas concretas con fines puntuales. Por ejemplo: permitir la producción privada y las asociaciones o cooperativas de productores para abatir el mercado negro.
Para fines políticos, no es baladí que el senador del PAN denuncie el fracaso de la guerra contra las drogas y, por ello, oferte un paquete de reformas que propone un régimen regulatorio controlado por el Estado. No lo es porque el PAN es el partido de la derecha en México y porque Gil fue alto funcionario en el gobierno de Calderón. Supongo que ello explica que en su discurso no abandone del todo la lógica correctiva (prevalecen sanciones administrativas) ni escinda esta agenda del tema de seguridad. Pero lo que me interesa subrayar es otra cosa: si se aferran a los enfoques tradicionales y proponen iniciativas conservadoras resultará que el PRI y las izquierdas —en este tema— son la extrema derecha mexicana.
Roberto Gil le pide a sus interlocutores abandonar las visiones paternalistas y los enfoques perfeccionistas y apostar por una libertad responsable (cercana, por cierto, a la autonomía igualitaria). Creo que Peña Nieto y AMLO deben sentirse incómodos.
Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM