Para Maite Azuela, solidariamente

Nunca como ahora la opinión pública se había interesado en los nombramientos de los jueces constitucionales. Tal parece que por fin comprendimos el peso de la Corte y la trascendencia de sus decisiones. Creo que hay tres variables que explican este fenómeno. En primerísimo lugar están algunos casos judiciales emblemáticos y polémicos: Acteal, ABC, Cassez, matrimonio igualitario, marihuana, etcétera. Todos estos asuntos han llegado a la prensa, a las aulas y a las sobremesas de los mexicanos. En segundo lugar, identifico un evento inédito que colocó los reflectores sobre el Pleno de la Corte y también dio mucho de qué hablar. Me refiero a la dramática elección de su presidente actual después de 32 rondas de votación en enero de este año. Finalmente, en tercera instancia, creo que el tema de las designaciones de ministros se volvió trending topic por la polémica y muy criticada designación del ministro Medina Mora hace unos meses.

Esos tres factores provocaron que, desde muy temprano, el proceso de nombramientos que está en curso y que culminará con la designación de quienes sustituirán —que no reemplazarán— a Juan Silva Meza y a Olga Sánchez Cordero fuera foco de atención y materia de discusión. De hecho, el proceso no había iniciado formalmente y ya existían cartas, desplegados y movimientos exigiendo ministros independientes y capaces. De paso, en este caso, creo que con buenas razones, cobró fuerza la perspectiva de género. Al final, el presidente respondió con la confección de dos ternas irregulares y disímbolas, pero suficientemente sólidas como para acallar los reclamos. En los hechos, las ternas se publicaron y la suspicacia se atenuó. Bien por ello.

Para completar el cuadro y encauzar el debate de manera constructiva, la Comisión de Justicia del Senado activó un procedimiento inédito para tramitar las designaciones. En estos días hemos atestiguado comparecencias e interrogatorios de los aspirantes con mucha más sustancia que en el pasado. De hecho, algunos académicos hemos aportado preguntas que han sido retomadas por los senadores. Creo que también esto es positivo. En lo personal, por ejemplo, he podido constatar que en cada terna sólo hay un aspirante con méritos suficientes para ser ministro y, por lo mismo, confirmo mi convicción de que el sistema de ternas debe abandonarse. Desconozco cómo votarán los senadores pero, después de escuchar a los aspirantes, tengo la impresión de que su dilema residirá en determinar si Norma Piña y Javier Laynez deben ser ministros y no sobre quién de los seis aspirantes —tres en cada caso— mostró mejores credenciales. Y no sólo porque han sido ellos los más brillantes sino porque, dadas sus trayectorias, desde un inicio destacaban de sus pares.

Es verdad que en las comparecencias no hemos escuchado posicionamientos netos sobre cuestiones difíciles pero no podía ser de otra manera. Quien pretende ser ministro no debe adelantar el sentido de sus votos. No sólo no debe hacerlo por razones éticas sino que no puede hacerlo técnicamente hablando. Las decisiones de los jueces están contextualizadas por los casos concretos y las normas vigentes que obran en los expedientes y, por lo mismo, no se puede anticipar cómo votarían cuestiones en abstracto. Además, si lo hicieran, podrían incurrir en conflictos de interés que les impedirían conocer algunos asuntos una vez que se coloquen la toga. Así que quien esperaba conocer por adelantado cómo serán sus votos sobre el aborto, la marihuana y otras cuestiones polémicas estaba condenado a quedar insatisfecho.

Las comparecencias han servido para otra cosa. Nos han permitido valorar el desenvolvimiento de los aspirantes, constatar su solidez técnica (en algunos casos francamente lamentable) y atestiguar las secuelas de sus trayectorias. Pero también —y esto es muy importante— pudimos ver que algunos senadores han desarrollado conocimientos jurídicos notables. Y esta es otra buena noticia.

Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM

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