Curioso que las eras se marquen con muros. La caída del muro de Berlín en 1989 nos dio el optimismo del fin de una guerra: fue el principio de la unidad. Generaciones de alemanes crecieron con la constancia de lo infranqueable, de dos visiones del mundo en la Guerra Fría: familias y sueños fragmentados. El mundo lo celebró en grande. Los pedacitos de muro se volvieron souvenir, porque eran concretos, duros y fríos y se habían pulverizado. Prueba física del cambio. Hoy somos espectadores de lo que se ha bautizado como una nueva era, presidida por un hombre impensable al frente del país más rico del mundo. Espectadores de una historia que parece haber comenzado antes de que suban las cortinas, nos asimos a la orilla de la butaca con un frío nerviosismo que no nos deja estar. Nos preocupa y ofende el presente de nuestro país, nos ensombrece el ánimo el discurso y el triunfo de la intolerancia y la brutalidad. Del hombre rico sin sensibilidad, estrecho, vulgar. ¿O tendrá oportunidad de demostrar otra cosa? Lo dudamos mucho, no sólo nosotros sino el mundo entero y la mitad de los ciudadanos estadounidenses que se instalan en el país de pesadilla que les tocará vivir y del que se sienten ya avergonzados. La culpa histórica no será solo del porcentaje que votó por Trump, será de los que se abstuvieron, de las mujeres que se olvidaron de si mismas, de los latinos que se desdijeron de sus raíces, de los intelectuales, artistas, libre pensadores que no midieron el tamaño de la otra cara de la moneda de ese país espectáculo imperial que es Estados Unidos.

Mientras escribo estas líneas y ocurre la toma de poder del pelirrojo, cuyo aspecto desagradable transparenta su alma incendiaria, recuerdo mi segundo viaje a Estados Unidos en la ciudad de San Francisco, los años 60 todo Flower People y Peace and Love y en medio de los colores y largos cabellos adornados, el olor a incienso en Unión Square, una banca donde nos sentamos mi madre, mi hermana y yo. Una gran bola de acero, que pendía de una grúa, arremetía contra el muro de un edificio que se desplomaba como juego de niños. Nos quedamos un buen rato observando la danza de la destrucción, lo fácil que era hacer añicos una estructura. Quizás nos maravillaba la proeza mecánica, y no sé por qué lo recordamos aún con total nitidez. Coexistían los dos mundos. Seguramente eso es lo que trae de nuevo aquel penduleo demoledor. La amenaza de la destrucción de los sueños, de la luz, de la razón y la inclusión. De Obama a Trump, hasta el sonido de sus nombres va de lo suave al martilleo.

Que si Trump hará un muro, que si México lo pagará, que si ya existe, que si bla bla bla. El problema es que el bla bla bla construye un muro que ya se sumó al real, a ese largo parapeto de metal que en la frontera de Tijuana avanza hacia el Océano Pacífico, para recordarnos que el muro total es imposible, que se puede nadar, porque el mar es inmenso. Es más temible el muro de palabras con que empezó Trump su campaña tan aplaudida por muchos en su país, la xenofobia, y el anti mexicanismo, ese muro que se construye en el ánimo, en el pensamiento. Como si la película Un día sin mexicanos no fuera suficiente evidencia de ese tejido de intercambios que viven los dos países, incluido el mexicano que viaja y gasta por allá.

Si las palabras no contaran tanto como las acciones no habría las marchas en contra de la toma de posesión en Estados Unidos, no escucharíamos a Meryl Streep distinguir la procedencia extranjera de gran parte de la comunidad de Hollywood, no habría el encono, la sensación de sentirse escupido, ninguneado, rebajado. Cada palabra es otro ladrillo en la pared.

Estamos asidos al borde de la butaca de un espectáculo que pinta terrible, soez en el nombrar. Porque nombrar lo es todo. La palabra quizás ha sido su herramienta más poderosa para llegar donde está, verdades o mentiras, la pesadilla se materializó. Esto no es una ficción, él payaso big mouth ha comenzado la función en el papel de presidente. Sus palabras teñirán el paisaje de los próximos cuatro años. Y si las palabras, que debieran ser puentes, construyen muros, habrá que encontrar las palabras, las actitudes, las acciones, la dignidad, que como bola de acero, los demuela.

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