No podemos vivir sin mitos, sin sueños. ¿Será esa la razón por la que la leyenda atribuye al Hotel California de Todos Santos ser fuente de inspiración, el lugar donde The Eagles compuso la pieza clásica y memorable del rock de los 70? Según la lista de 52 lugares del mundo para visitar en 2016 recomendados por The New York Times, Todos Santos ocupa el lugar 23. Estar en la península de Baja California, en la línea del Trópico de Cáncer, con playas para surfeadores y huellas de la antigua misión jesuita y el ingenio azucarero, le dan un aire de sofisticado disfrute del desierto. La recomendación no añade, como razón para la visita, el Hotel del imaginario popular. Ya los Eagles desmintieron la historia. Jamás estuvieron allí. Lo que si es cierto es que venían manejando por el desierto (on a dark desert highway) y llegaron a Los Ángeles, la ciudad con sus luces iluminando la noche aceitaba el sueño, la conquista de la felicidad y el éxito. Los Ángeles era el paraíso del cine, la música, la libertad, las drogas.

Contaba Glenn Frey, el guitarrista del grupo, que acaba de morir a los 67 años, que entrar a la ciudad le produjo esa idea de pérdida de la inocencia, de entrar de la luz a la oscuridad. Carearse con lo incierto y tentador lo llevó a concebir la idea de la canción que escribió con Don Henley, quien acababa de terminar la relación con su novia Tiffany twisted, que manejaba un Mercedes. Frey también dijo que la canción trataba del sueño americano, de su precio. El grupo se encerró en una casa rentada en la playa de Malibú. Don Felder había compuesto la música que habitaron los versos del “Hotel California”, donde algunos bailan para recordar, otros para olvidar (some dance to remember, some dance to forget). Al principio bautizaron a la canción “Mexican Reggae”, por sus acentos latinos, pero “Hotel California” se impuso. Seis minutos de canción no era la extensión ideal para reproducir en radio, el medio natural de difusión de la música; con algunos ajustes se grabó el sencillo de 45 rpm que ganó en 1977el Grammy Award y, tres meses después de su lanzamiento, el disco de oro por haber vendido un millón de copias.

Los jóvenes de todo el mundo llevamos el solo de guitarra de “Hotel California”, considerado uno de los mejores del rock, en la sangre. Sin preocuparnos de la letra, la cadencia, el coro Such a lovely place, la canción nos arrulló, nos paseó, nos dio pertenencia, quizás deseando ese Hotel California del desenfado, ese lugar donde aunque quisiéramos apuñalar a la bestia (en nosotros) sería imposible; anhelábamos la sorpresa del carnaval, el festín, el misterio tras las puertas. El lugar donde se puede llegar cualquier día del año, porque hay lugar para uno. La música, como pocos asuntos, es una magdalena de Proust. De inmediato entramos en el pellejo de los que fuimos, en la emoción que nos acompañó, la que no nos ha dejado, como comprueban nuestro oído y nuestro ánimo.

El Hotel de California en Todos Santos fue una hospedería que en los años 30, Antonio Wong habilitó en la planta alta de su almacén La Popular. El actual Hotel California cultiva la leyenda igual que el tequila que expende en botellas de cristal rojo. La duda de si será el lugar de la canción siempre palpita entre los que lo visitamos, pues aquellos frascos rojos hacen guiños con la canción: puede ser paraíso o infierno (it could be heaven or it could be hell).

Los músicos mueren, recientemente el genial David Bowie y el guitarrista Glenn Fedler, pero su espíritu no. Con su muerte, una época se despide y se subraya. Pero los sueños que fueron de ellos y nuestros aquí se quedan. Como dice la canción, puedes hacer el check out pero no te puedes ir del Hotel California.

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