Las increíbles inundaciones sufridas hace unos días en la Ciudad de México son un síntoma de un problema mucho más profundo, que afecta a decenas de millones de mexicanos a lo largo y ancho de toda la República: la pésima gestión urbana por parte de nuestros gobernantes.

Tenemos ciudades en las que la planificación brilla por su ausencia; los barrios y las colonias se van acumulando unos tras otros sin seguir ningún tipo de plan maestro y sin obedecer en modo alguno a las reglas de la lógica urbana. El resultado es un inmenso caos que lo mismo se manifiesta en malas redes de transporte, vialidades deterioradas, sistemas de drenaje rebasados, escasa o nula seguridad pública, contaminación ambiental que llega a niveles insoportables, agua doméstica que no se puede beber (y que incluso tiene presencia de materia fecal) y así hasta sumar una lista que ocuparía el espacio no de uno, si no de varios artículos como éste.

No le hemos puesto la atención que merece a un aspecto central del desarrollo del país: el cuidado y la buena administración de las ciudades. Parece que no nos hemos dado cuenta de que más de 90 millones de mexicanos viven en ellas.

De hecho, en el conjunto de las 117 ciudades que tienen más de 100 mil habitantes en la actualidad, se genera el 90% del PIB total del país. Nuestra riqueza como país depende de lo que se hace y se produce en las ciudades; y sin embargo, le procuramos a sus habitantes el peor de los mundos posibles.

Para el año 2030 se calcula que vivirán en las ciudades mexicanas más de 103 millones de personas: el esfuerzo para atender sus necesidades más básicas va a ser titánico.

La transformación del territorio le ha dado un nuevo rostro al país. En los últimos 30 años casi un millón cuatrocientas mil hectáreas han cambiado de ser suelo forestal, agrícola y vegetal a tener un uso urbano. Todo esto ha tenido evidentes repercusiones ecológicas, como no podría ser de otra manera. Se calcula que entre 40 y 75% de la emisión de gases de efecto invernadero proviene de nuestras ciudades y zonas metropolitanas.

Invertimos muchos dinero en nuestras ciudades, pero lo hacemos mal en casi todos los casos. En un estudio reciente, se encontró que en 10 zonas metropolitanas del país 77% de las inversiones en el rubro de movilidad —que es un tema crucial para el presente y el futuro de nuestras ciudades— se dedican a infraestructuras (48% en ampliación de vialidades y 29% en obras de pavimentación). Solamente 23% se invierte en otras modalidades: 11% en transporte público, 8% en espacio público, un escasísimo 3% en infraestructura peatonal y un 0.4% en infraestructura ciclista.

Invertimos esas grandes cantidades de dinero en vialidades, pero sin tomar en cuenta que el tránsito vehicular produce accidentes que tienen como resultado 24 mil muertes, 40 mil personas con discapacidad de diverso grado y 750 mil heridos, cada año en todo el país. Es una verdadera hecatombe. Se estima, según cálculos de la Secretaría de Salud del gobierno federal, que dichos accidentes suponen una afectación económica que alcanza 1.3% del PIB.

No se trata, por tanto, de que ya no se inunden nuestras calles y avenidas, sino de algo mucho más profundo e importante. Se trata de tener ciudades mejor ordenadas, con una administración más profesional y menos corrupta, que ponga en el centro de la actuación de las autoridades al bienestar de las personas, que no nos haga perder tanto tiempo en el transporte, que nos permita tener aire y agua limpios, que tengamos banquetas por las que se pueda caminar, que haya espacios públicos en los que jueguen los niños y paseen los adultos mayores.

Parece mucho pedir y sin embargo no lo es tanto. Tener ciudades habitables es un requisito mínimo para aspirar a ser un país desarrollado. Desde luego, no todo es responsabilidad de las autoridades. Los ciudadanos también deben poner de su parte. Las inundaciones sufridas en la Ciudad de México se podrían en parte evitar si no hubiera tantas personas a las que se les hace fácil tirar la basura en la calle.

Parece inocuo aventar desde el coche la botella de un refresco o incluso una colilla de cigarro, pero las consecuencias de que lo hagan decenas de miles de personas cada día son catastróficas. Ojalá que también de eso nos demos cuenta y pongamos de nuestra parte para tener ciudades más limpias y con menos inundaciones.

Investigador del IIJ-UNAM.
@MiguelCarbonell
www.centrocarbonell.mx

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