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Guatemala nos acaba de dar una buena lección de lo que significa la transparencia judicial: la audiencia de extradición de Javier Duarte fue presenciada (y retransmitida) por los medios de comunicación en tiempo real. Pudimos observar y escuchar con detalle los cargos que sustentan el pedido de extradición realizado por el gobierno mexicano, así como el cumplimiento de las formalidades procesales que permiten preservar los derechos del procesado. Fue una excelente lección de pedagogía jurídica, pese a las limitaciones de espacio del juzgado que trae el caso y del exceso de cámaras que colmaban todos los rincones de la sala de audiencias.
¿Podría pasar algo así en México? La respuesta es negativa. El Código Nacional de Procedimientos Penales, promulgado apenas en 2014, establece que las audiencias son públicas, pero que quienes asisten a ellas no pueden grabar imágenes o sonidos de lo que acontezca en la sala. Solamente hay una videograbación, que es la que hace el propio tribunal para efectos de registro y archivo solamente. Los medios de comunicación tienen vedada la posibilidad de transmitir las audiencias en vivo.
Cuando se promulgó esa norma las razones que se ofrecieron para limitar el acceso de los medios de comunicación electrónicos a las audiencias penales tenía que ver con la protección a los testigos y el efecto negativo que sobre ciertas causas pudiera darse por su “mediatización”. Se trata de argumentos razonables, pero lo cierto es que también hay buenas razones para que quienes no puedan ir a un tribunal, de todas formas pueden ver lo que ahí acontece a través de los medios de comunicación.
Cuando Javier Duarte sea traído a México nos vamos a enterar menos de su proceso judicial que lo que vimos hace unos días desde Guatemala. Y lo que veamos será a partir de las infaltables “filtraciones” que de forma totalmente interesada hacen las partes en el proceso: ya sea las propias autoridades o los abogados defensores, con el fin de lograr un impacto favorable a sus respectivas posturas en la opinión pública.
¿No sería mejor que la ciudadanía estuviera bien informada, de manera directa, de este tipo de procedimientos y no por medio de filtraciones?, ¿no se entenderían mejor casos que sin duda han cimbrado a la opinión pública nacional si se permite que las cámaras y micrófonos accedan a las salas de justicia?
No hay que obviar el riesgo de la mediatización de la justicia, de la que sabemos y nos consta que tiene efectos extremadamente perversos sobre la independencia judicial, sobre la presunción de inocencia y sobre el debido proceso legal. Todo eso es innegable, pero también lo es que la justicia “opaca” o de plano “secreta” le ha hecho mucho daño a la credibilidad de nuestros jueces y ministerios públicos, además de que favorece todo tipo de prácticas de corrupción.
En Estados Unidos los juicios que se tramitan en juzgados federales no pueden ser transmitidos por televisión o radio, ni se puede tomar fotos de lo actuado. En cambio en los tribunales locales se observan reglas diferentes; en California las cámaras pueden entrar, salvo puntuales excepciones, a las audiencias. Por eso es que millones de espectadores pudieron ver el famoso juicio contra OJ Simpson por el delito de homicidio o el también muy polémico contra Michael Jackson por pederastia (ambos procesados fueron absueltos, por cierto; en el caso de Simpson por el veredicto de un jurado y en el caso de Jackson por un “arreglo extrajudicial, de carácter económico, entre las partes involucradas”).
En España los juicios por corrupción son regularmente transmitidos en la televisión y los ciudadanos escuchan los interrogatorios que se les hacen a testigos e imputados.
¿Qué debemos hacer en México?, ¿hay que dar el paso hacia una justicia mucho más transparente y también más mediatizada?, ¿cómo protegemos mejor a las víctimas, a los testigos y también a los imputados?, ¿cómo se afianza más sólidamente la confianza en la justicia, con tribunales que tengan sus puertas abiertas o cuando actúan bajo cierta opacidad?
No es fácil ni sencillo ofrecer una respuesta única. Pero de lo que no hay duda es de que Guatemala nos acaba de dar una gran lección. Y algo bueno deberíamos aprender de nuestros vecinos del sur. Ojalá.
Investigador del IIJ-UNAM.
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