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Uno de los documentos menos leídos y desde luego menos respetados en México es nuestra Constitución. Para el millón de personas que salió a marchar el sábado pasado en defensa de la “familia natural” (sic) da igual que la Carta Magna diga, en su artículo 1, que está prohibida la discriminación por preferencias sexuales. Da igual, para esos conservadores que buscan imponer una moral única a quienes no piensan como ellos, que la Suprema Corte haya considerado como discriminatorio que la ley solamente reconozca el matrimonio entre hombre y mujer, declarando en consecuencia que las parejas homosexuales también tienen el derecho a casarse. A ellos les da igual todo eso: es como si vivieran en el tiempo de las cavernas y como si México no tuviera Constitución.
Muchas de las personas que marcharon el sábado seguramente lloraron la muerte de Juan Gabriel y disfrutan de sus canciones, pero decidieron tomar las calles para demostrar que la homosexualidad es un vicio y que a los gays no hay que dejarles adoptar niños, ya que les pueden causar graves daños. Es la típica doble moral que tan bien nos caracteriza. Lo que vimos el sábado fue un largo río de cavernarios y moralinos, contados por cientos de miles, portando orgullosos sus pancartas de lo que según ellos es el único modelo de familia aceptable: el de un papá, una mamá y sus hijos.
No marcharon contra la inseguridad, no lo hicieron contra la corrupción, no salieron a las calles para protestar por los robos (hasta hoy impunes) de los pésimos gobernadores que malgobiernan muchas entidades federativas, tampoco los motivó la pobreza que aqueja a 50 millones de mexicanos, ni el grave deterioro medioambiental que sufre el país. No, nada de eso. Su objetivo seguramente es, en su mentalidad medieval, mucho más digno de atención y enojo: el amor que una persona puede sentir por otra de su mismo sexo y el derecho que tienen todos los niños a crecer en el seno de una familia (no como la entienden los marchantes de la caverna, sino como ha sido definida por la Suprema Corte).
Hay que decirlo alto y claro: México no puede seguir siendo una sociedad conservadora, en la que los valores de una parte de la sociedad se imponen a todos los demás. Por culpa de esa mentalidad estamos enormemente retrasados en muchísimos temas y todavía quieren que nos quedemos más atrás. En Nuevo León hubo quienes propusieron arrancarle hojas a los libros de texto para que los niños no puedan recibir educación sexual, como si el problema de los embarazos adolescentes no afectara a cientos de miles de niñas cada año. Mutilar libros es una idea que debe situarse entre lo peor de nuestra historia. Recuerda, dicha propuesta, a los esfuerzos de las dictaduras fascistas europeas, que también mutilaron y quemaron miles de libros tan pronto como subieron al poder.
Seguramente hay muchos motivos para criticar la actuación del presidente Enrique Peña Nieto. Pero hay algo por lo que merece ser aplaudido: decidió enviar un proyecto de reforma para reconocer en todo el país lo que los jueces ya dijeron que es constitucional, es decir el matrimonio igualitario. Es decepcionante que los timoratos senadores de su propio partido hayan decidido enviar a la congeladora dicha iniciativa; tanto o más como la actitud ambigua de quien se dice representante de la izquierda, el señor López Obrador, que ha dicho que en este tipo de temas se debe consultar al pueblo, como si los derechos fundamentales de todos tuvieran que ser aprobados por referéndum popular (ese es el nivel de una parte de la pseudoizquierda nacional, tan desencaminada en este como en muchos otros temas).
Una sociedad como la mexicana tiene que dar pasos decididos hacia una mayor igualdad. Mientras la discriminación siga siendo una experiencia cotidiana para millones de personas es seguro que no seremos jamás una sociedad en la que valga la pena vivir. Vale la pena dar la batalla. Quienes creemos en la igualdad de los derechos y pensamos que todos los derechos deben ser para todas las personas no nos podemos quedar callados. No lo haremos.
Investigador del IIJ-UNAM.
@MiguelCarbonell