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Miles y miles de jóvenes egresan cada año de las universidades mexicanas, buscando con urgencia un trabajo que les permita subsistir y realizar sus planes de vida. Infortunadamente, pronto se dan cuenta de que acceden a un mercado laboral que ofrece salarios muy bajos y en el que la competencia es feroz.
Según datos de BBVA-Bancomer, el 67% de los nuevos trabajadores registrados ante el IMSS gana entre uno y tres salarios mínimos. A pesar de tener cada vez más jóvenes con estudios universitarios, no hemos sabido generar las condiciones para ofrecerles un entorno de desarrollo profesional óptimo. ¿Cómo cambiar ese escenario tan adverso?
Hay al menos tres cosas que podríamos estar haciendo mejor, si queremos que nuestros jóvenes salgan de la trampa de los salarios bajos y de las escasas oportunidades laborales:
1. La primera es transformar la educación universitaria para que esté mucho más enfocada a las necesidades de la práctica profesional. Quienes estudian la carrera de Derecho saben a lo que me refiero: estudiamos durante cinco años y muy poco de lo que aprendemos en las aulas sirve en la práctica; por el contrario, el mundo laboral le exige a los abogados tener conocimientos sobre temas que nunca les fueron enseñados en la universidad.
2. Debemos enseñarles a los estudiantes no solamente a buscar un trabajo cuando salen, sino a crear uno. Todos los estudios demuestran que los ingresos de una persona mejoran notablemente cuando tiene cualidades emprendedoras y las pone en funcionamiento, aplicando los conocimientos adquiridos en la carrera. Pero nuestras universidades no les dan cursos a los estudiantes de cómo abrir un negocio, cómo conformar equipos de trabajo, cómo manejar las finanzas o cómo hacer una campaña publicitaria para darse a conocer entre sus posibles clientes. Incluso hay profesores que piensan que enseñar todo eso es de mal gusto, ya que la universidad tiene que enseñarles a sus estudiantes virtudes alejadas de cuestiones económicas. ¡Hágame el favor!
3. Tenemos que dotar a los estudiantes de las herramientas para que puedan seguir aprendiendo por sí mismos a lo largo de toda su vida. Quien piense que, en el mundo del siglo XXI, el estudio se termina cuando uno sale de la universidad está muy equivocado. Por el contrario, hoy vivimos en un “mundo líquido” (como diría Zygmunt Bauman) que requiere una veloz adaptación a los cambios permanentes de nuestro entorno social, económico y laboral. Si los estudiantes no saben cómo ir generando nuevos conocimientos, destrezas y habilidades, estarán condenados a seguir para siempre dentro de la trampa de los salarios bajos.
Obviamente, a los puntos anteriores podríamos sumar otros temas y necesidades de la educación universitaria, pero si empezáramos resolviendo al menos esos aspectos, mejoraríamos sustancialmente.
La tarea que tenemos todos es la de generar las condiciones para que esos nuevos trabajadores que se registran año con año en el IMSS pasen de ganar dos o tres salarios mínimos a ganar 10 o 15, o más. Pero para lograrlo hay que comenzar contándoles a los muchachos la dura realidad: no hay demasiados trabajos bien pagados y la educación universitaria que reciben es de baja calidad, no importa si están inscritos en universidades públicas o privadas. Además, se enfrentarán a opciones laborales para las que existen miles de competidores dispuestos a aceptar un trabajo por un sueldo bajísimo.
Ojalá pronto podamos pasar de la discusión sobre la reforma educativa del nivel básico al debate sobre la reforma universitaria y a las condiciones indispensables para ofrecer a nuestros jóvenes un mejor horizonte profesional, salarial y de vida.
Pero eso no sucederá si las estructuras universitarias, tan aferradas a intereses creados de la peor calaña (basta ver el ejemplo del poder del sindicato de la UNAM, para citar un caso entre miles que son terribles), no despiertan y se ponen las pilas. El mundo ha cambiado, ojalá las universidades mexicanas algún día se enteren.
Investigador del IIJ-UNAM
@MiguelCarbonell