El voto libre, independiente, secreto y con certidumbre es el primer paso de la democracia. Nuestro modelo electoral actual es consecuencia de las crisis que venía acumulando el sistema político, resultado de los procesos electorales del año 1988. En esas elecciones, una sobrecarga en el procesamiento de datos de cómputo en el seno del Consejo Federal Electoral, se explicó como “la caída del sistema”. Esa lamentable frase fue interpretada por la oposición como una maniobra para disimular un posible fraude electoral. Esa expresión representó la necesidad de abrir un nuevo capítulo para contar con un organismo electoral independiente, con un proceso de transparencia interna de los partidos políticos y un sistema de control eficiente de la identidad del elector.
Así, a lo largo de tres décadas nuestro sistema político se ha desarrollado en función de dos tendencias; por una parte, la expresión de la inconformidad mediante la movilización social y por la otra (más constructiva y con resultados concretos), la construcción de consensos para el diseño de instituciones que aseguren la participación electoral equitativa de los partidos y el fortalecimiento de los derechos democráticos de los ciudadanos.
La premisa de promover un sistema electoral robusto, jurídicamente preciso y transparente mediante la creación del IFE, —hoy INE— como organismo ciudadano autónomo, permitió sentar las bases de una democracia electoral más competitiva y más confiable.
A lo largo de estos treinta años, muchos reconocidos y aguerridos priístas, inconformes principalmente por los procesos de selección interna de candidatos, migraron a otros partidos para lograr candidaturas o cargos públicos, y han sido militantes, dirigentes, fundadores y candidatos de partidos de oposición, que en apoyo a sus militancias y simpatizantes han nutrido las nociones de competencia y pluralidad que hace treinta años no se consideraban factibles.
Como resultado del nuevo modelo jurídico, el conflicto post electoral si bien dota al sistema político de un mecanismo y método de reclamación, también somete al sistema a periodos no deseados de indecisión que exacerban las confrontaciones y cuestionan la legalidad no sólo del proceso como tal, sino de manera más grave de la legitimidad del cargo.
De esta manera hemos atestiguado la estrategia recurrente de fundamentar la competencia electoral en los errores y actos de supuesta o comprobada ilegalidad, para litigar después de la elección los votos que no se obtuvieron durante el periodo de campaña, en lugar de presentar propuestas concretas y viables.
Estamos pues en la antesala de un escenario con fuerte estridencia discursiva y hostilidad política. Busquemos liberar a México de otros treinta años de confrontación política que divida a la sociedad o fomente el protagonismo de personalidades; pero sobre todo debemos superar las artimañas que vulneran la credibilidad como la coacción y compra de votos, el gasto estéril en proveedores de mayoreo dedicados al acarreo de personas a actos políticos y las aportaciones ilegales. Más allá del ingenio de las consignas electorales, la verdadera exigencia de la ciudadanía crítica, impaciente y plural es el debate de altura respecto a la presentación de programas viables, comprobables y verdaderamente factibles que con evidencia ofrezcan mejorar el modelo de un país más libre, democrático, plural y participativo; evidentemente sin corrupción y sin demagogia, con honestidad total de actos y de ideas.
Rúbrica. ¿Su reino sí es de este mundo? En su primera gira internacional Donald Trump visita las ciudades emblemáticas de las tres religiones dominantes de Occidente como peregrino de la paz y mercader de armas y otros negocios.
Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org