La historia reciente de los debates presidenciales en Estados Unidos ha evidenciado la evolución y la relevancia de la imagen política de los aspirantes.
Aquel 26 de septiembre de 1960 marcaría un parteaguas en la tradición de la política, el primer debate presidencial transmitido por televisión evidenció la mejor preparación ante de las cámaras del joven demócrata John F. Kennedy, contra la impericia en el campo de su rival Richard Nixon.
Curiosamente aunque en dicho año los encuestados que habían seguido el debate televisivo dieron por ganador a Kennedy, los que lo habían seguido por radio mencionaron a Nixon como el triunfador. Empero, a partir de entonces, ya nadie detendría el impacto de la percepción visual.
Justo en estos momentos donde las redes sociales virilizan el mínimo error cometido por un político y cuestionan en vivo el actuar de los personajes debemos preguntarnos ¿Qué tan importante es un debate rumbo a la carrera presidencial estadounidense?
El investigador de la Universidad de Guadalajara, Dr. Andrés Valdez Zepeda apunta: “Un debate no te lleva a ganar elecciones, pero puede llevarte a perderlas, además este ejercicio cumple 3 funciones principales; reforzar las preferencias electorales existentes, ayuda a moldear la decisión del voto indeciso y puede hacer que personas que no querían participar se involucren en la elección”.
A continuación analizaremos los dos encuentros entre Hillary Clinton y Donald Trump.
Al primero celebrado el pasado 26 de septiembre, el republicano llegaba con una popularidad fortalecida por la cuestionada visita a México con el primer mandatario y las incendiarias declaraciones hechas tan sólo unas horas después en Arizona, donde aseguraba que nosotros cubriríamos el costo del muro.
Aunado a lo anterior, Hillary envuelta en las dudas alrededor de su salud despertaba expectativas sobre papel que jugaría con un impredecible contrincante.
Las posturas fueron las esperadas. En vestimenta, los dos candidatos recurrieron al color característico de sus respectivos partidos, Clinton enfundada en un color rojo que resaltaba en pantalla y Trump con el azul republicano en su corbata.
Una Hillary ordenada y entrenada, dominó y llenó de contenido su mensaje, transmitiendo capacidad y marcando una diferencia de nivel político respaldada en sus años de experiencia.
Donald fue intempestivo, atacó e interrumpió en varias ocasiones a su interlocutora, aún con ello, no fue tan explosivo como muchos esperaban.
El saldo ganador según la encuesta de CNN: 62% para Clinton vs 27% para Trump, una diferencia que se antojaba mayor, comparando la trayectoria de ambos personajes.
Las condiciones para el debate del pasado domingo 9 de octubre fueron realmente distintas.
Habían transcurrido sólo unas horas de la publicación por parte de The Washington Post, que mostraban las expresiones ofensivas de Trump hacia las mujeres, que aunque fueron recuperadas del 2005, el impacto tuvo más vigencia que nunca en la opinión de los estadounidenses y políticos republicanos de altas esferas, pues altos funcionarios criticaron y retiraron su apoyo al abanderado de su partido.
Tras esta circunstancia cada candidato tenía su objetivo claro: uno buscaría encarnizadamente contener el efecto del golpe mediático que recién había sufrido y la segunda, aprovechar la oportunidad privilegia para aumentar su distancia y definir la contienda en el segundo round.
El modelo de debate cambió, desde el escenario hasta las participaciones del público, por lo tanto, la estrategias se modificaron.
Trump salió con una corbata roja (color asociado al partido demócrata) buscando indirectamente captar a las bases de dicho partido que quedaron inconformes ante la nominación de Hillary, hizo referencia a Sanders haciendo un guiño con sus seguidores.
En contraparte, Clinton apostó por una vestimenta neutral, el color marino oscuro y blanco enviaron el mensaje de sobriedad y equilibrio, intentando captar a los votantes indecisos, recordando que una estrategia de marketing político es ganar las elecciones desde el equilibrio.
Donald se mostró agresivo y tajante pero limitado en el manejo de la comunicación corporal, mencionando algunas frases que marcarían el debate y de las cuales se hablaría días después, incluso intentó evidenciar una desigualdad en el trato de los moderadores hacía con Hillary. Su mensaje fue directo a los electores contra sistema, aquellos inconformes con el gobierno de Obama y que ven en el triunfo de la candidata demócrata una continuidad política, además del sector conservador que apoya las políticas radicales que promueve, algunos de ellos motivados por el discurso y mensaje de miedo, que puede concluir en un voto.
Clinton fue audaz y utilizó perfectamente su contacto visual y distribución del espacio para conectar con su audiencia. Ante las situaciones incómodas en las que Trump la cuestionó, prefirió ignorar la ofensiva y desviar el tema, técnica fundamental en un candidato puntero que implica no caer en provocaciones. Sus intervenciones tuvieron más fondo argumentativo y documental, a pesar de que también dirigió ataques hacia su opositor, estos no fueron contundentes como para dejarlo en la lona.
Al finalizar el segundo debate, un encuentro mucho más ríspido y de alusiones personales que de sustento político, los números en percepción de ganador arrojaron un 57% para Clinton y un 34% para Trump (encuesta CNN).
Finalmente, en Estados Unidos hemos sido testigos de debates en donde el ganador no llegó a la casa blanca, por ejemplo, en 2004 donde John Kerry le ganó al entonces presidente George W. Bush y a pesar de que este último fue muy cuestionado, consiguió la reelección.
El panorama indica en probabilidades que Hillary Clinton será la próxima presidenta de Estados Unidos, sin embargo la contienda se cerrará y en estos momentos nadie podría decir que Trump está muerto, pues si bien los números lo indican como perdedor en los dos debates, los medios no dejan de hablar de él.
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