Estamos en una espiral ya conocida. La espiral se alimenta por el esfuerzo de Corea del Norte para progresar en su programa nuclear y en su programa de misiles, y por las acciones que la comunidad internacional empujada por Estados Unidos y sus aliados han implementado para tratar de evitar que ese progreso continúe. Cada vez que Pyongyang demuestra que sigue avanzando en sus metas, se intenta alguna medida: sanciones económicas, diplomáticas, ejercicios y despliegues militares, entre otras, para buscar producir un cambio de conducta por parte de Corea del Norte. Kim, en cambio, responde con mensajes que demuestran que sabe muy bien hasta dónde puede llegar y escala la guerra de nervios, algo para lo que ha resultado bastante efectivo. Esa espiral de pronto se enfría y da algunas señales de distensión, para posteriormente volver a detonarse, pero ahora en niveles superiores. Hoy hay dos variables que no estaban presentes en otros momentos de crisis. Por un lado, Corea del Norte, ahora sí, cuenta ya con misiles intercontinentales capaces de alcanzar el territorio estadounidense y, según reportes de inteligencia, ha miniaturizado la bomba atómica para poder montarla en esos misiles. La segunda variable es Donald Trump, con todo el lenguaje y la conducta errática que le han caracterizado.
Con todo, es importante valorar que, si bien Corea del Norte cuenta ya con misiles que pueden transportar cabezas nucleares, de acuerdo con los reportes, le podría faltar aún dominar la tecnología para que dichas cabezas puedan sobrevivir al calor que implica el atravesar la atmósfera una vez que el misil regresa de su trayecto espacial. Según el Pentágono, esa brecha podría cruzarse en algunos meses más, aunque la realidad es que Pyongyang ha estado avanzando mucho más rápido de lo que se estimaba, de modo que no deberíamos sorprendernos si más pronto que lo que pensábamos, se nos informa que los norcoreanos han dado ya el salto.
Segundo, lo que ha ocurrido es que, a lo largo de los últimos años, la opción militar de un ataque preventivo de Washington en contra de Corea del Norte, sin importar cuán quirúrgico éste pudiese ser, ha quedado prácticamente descartada. Esto se debe esencialmente a que Kim ha sido capaz de comunicar con la suficiente eficacia que cualquier ataque en su contra encontraría una respuesta masiva, principalmente dirigida hacia Corea del Sur, incluso empleando solo armamento convencional, lo que rápidamente podría escalar el conflicto. Jim Mattis, Secretario de Defensa de EU lo pone en estos términos: “Sería la peor clase de lucha que la mayor parte de la gente ha visto en sus vidas”. Hay estudios que proyectan, independientemente de que el arsenal en la frontera norcoreana fuese destruido en pocos días, desde 30 mil hasta incluso 300 mil muertes civiles solo en los primeros días de combate, sin mencionar la conmoción económica para Seúl, una de las capitales financieras de Asia. Por tanto, la conclusión hasta ahora ha sido que, para Washington y sus aliados, la opción militar por ahora no está sobre la mesa, y Kim lo sabe muy bien.
Tercero, dejando de lado una acción militar contra Pyongyang, está entonces la posibilidad de ejercer presión mediante diplomacia, mediante sanciones, o mediante conseguir que China, el principal aliado y sostén de Corea del Norte, detenga a Kim. Esto no ha sucedido en parte porque, aunque la nuclearización norcoreana dista mucho de encontrarse en sus intereses, China estima que, para efecto de sus metas de largo plazo, el costo de estrangular a Pyongyang sería muy superior al costo de tener que soportar la situación como hoy se encuentra. Y claro, en la visión de Beijing, no hay señales de un conflicto inminente por los factores explicados arriba. Además, Xi Jinping sabe que si su país toma ciertas medidas contra Corea del Norte, Rusia podría entrar a llenar el vacío o parte de él. Como resultado, China sigue insistiendo en la negociación y en la moderación de las partes.
Ahora bien, todo lo anterior pudiera prolongarse hasta que introducimos las dos variables que menciono. La primera, Pyongyang podría ya contar con misiles intercontinentales de capacidad nuclear y podría estar afinando los últimos detalles para hacerlos enteramente funcionales con lo que el territorio de EU ya se encuentra virtualmente bajo una nueva amenaza. La segunda variable es Trump, su propia conducta errática, y las divisiones que han caracterizado a su administración. Es natural que se generen dudas acerca de cómo se conducirá el mandatario una vez que el “It won´t happen!” de su célebre tuit de inicios de este año, ha caducado. Es decir, de un lado está la teoría, y del otro lado, está la intranquilidad producida a causa de las variables que tienen hoy a esta situación en un escenario sin precedentes.
La teoría nos dice que, dejando de lado los lenguajes altisonantes y amenazas de Kim y del propio Trump, y si partimos de que todos los actores son racionales y se comportarán a partir de una cuidadosa valoración de sus metas, sus costos, pérdidas y posibles ganancias por cada una de las decisiones que toman, entonces, a pesar de todas las circunstancias actuales, y a pesar de todos los despliegues militares y ensayos balísticos, todos los actores intentarían evitar una escalada que pudiese derivar en un conflicto convencional, no hablemos ya de un conflicto nuclear.
Algunos autores como Max Fisher argumentan que existen bases suficientes para sostener que la conducta de Kim Jong-un hasta ahora ha sido enteramente racional y que sus metas últimas son ganar el respeto y un espacio en la esfera internacional para negociar, pero bajos sus términos. La verdad es que, para comprender mejor su conducta, todavía tendríamos que irnos hacia atrás. Lo que el régimen de Pyongyang ha logrado es sobrevivir, habiendo superado la etapa posterior a la Guerra Fría, las amenazas tras ser identificado como parte del “Eje del Mal”, y asegurar, mediante cada uno de los pasos que ha tomado, el no ser atacado. Si eso es correcto, entonces obviamente el inicio de un conflicto armado mayor sería irracional y destruiría todo el camino que Corea del Norte ha construido, ya que, más allá del costo humano que Kim pudiera ocasionar, muy probablemente estaría enfrentando su propio final y el fin del régimen. En otras palabras, un enfrentamiento armado no favorecería, sino que vulneraría sus intereses y su agenda. Por supuesto que mientras Pyongyang considere que sigue contando con margen de maniobra seguirá desarrollando su programa nuclear y su proyecto de misiles, pero lo hará justamente para evitar, no para detonar un conflicto.
Del otro lado, asumiendo que Washington siga sin encontrar una manera de neutralizar la capacidad inmediata de ataque que hoy Corea del Norte tiene contra Corea del Sur, la Casa Blanca continuaría actuando a través de todas las medidas realistamente disponibles –más sanciones, presión a China, ejercicios militares, movilizaciones de buques y efectivos, despliegues (y posible utilización) de escudos antimisiles entre otras-, sin llegar al inicio de las hostilidades armadas.
Así que, eventualmente, en teoría, a pesar de todas las amenazas y movimientos que pudiésemos atestiguar, nos estaríamos acercando no a un enfrentamiento directo, sino a un estado de equilibrio de terror, como en tiempos de la Guerra Fría, con armas convencionales y nucleares apuntadas en todas direcciones, pero sin ser activadas porque el costo de hacerlo sería muy superior al de cualquier ganancia. Eso, repito, es lo que nos dice la teoría. Más allá de la teoría, no obstante, queda siempre la incertidumbre: Alguien se puede equivocar en el camino y errar en sus cálculos. La historia está llena de ejemplos en los que ello ha sucedido. Esperamos que no nos toque vivirlo.