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Durante la crisis de los misiles de 1962, el Secretario de Defensa estadounidense McNamara quiso mantener un férreo control sobre cada buque, cada submarino y cada aeronave que mantenía el bloqueo sobre Cuba. Temía que los militares malentendieran el objetivo del bloqueo. “Literalmente vivió en el Pentágono del 16 al 27 de octubre”. El Almirante Anderson, jefe de operaciones navales, estaba exasperado por lo que consideraba una intromisión del Secretario de Defensa en sus funciones. En un momento dado, Anderson, irritado, dijo a McNamara que la marina estadounidense sabía cómo llevar a cabo bloqueos, operaciones que habían efectuado exitosamente desde el siglo XVIII. McNamara respondió que esa operación “no era un bloqueo sino un medio de comunicación entre Kennedy y Krushchev”.
El incidente es relatado con detalle por H.R. McMaster en su libro Dereliction of Duty (Incumplimiento del Deber), su tesis de maestría convertida en publicación en 1997. Tuve oportunidad de escucharle el pasado noviembre en el Foro de Seguridad Internacional de Halifax, en una brillante exposición acerca de disuasión, credibilidad, psicología y el carácter político de las guerras. Hoy, McMaster es el Consejero de Seguridad Nacional de EU (puesto que asumió tras la temprana renuncia de Flynn), y, con toda claridad, ha hecho notar su influencia en las últimas semanas no solo al haber conseguido que Bannon, el estratega mayor de Trump, se retirase del Consejo de Seguridad Nacional, sino a través de la serie de mensajes que la Casa Blanca ha estado enviando al mundo en estos días.
Obviamente, Bannon sigue siendo estratega de Trump, y la opinión de McMaster no es la única que cuenta en la toma de decisiones. En cuanto al ataque a Siria, en cuanto a la utilización de la “Madre de Todas las Bombas” (MOAB) en Afganistán, y en cuanto al despliegue y amenazas contra Corea del Norte, algo habrá seguramente tenido que decir Jared Kushner, su yerno, quizás Ivanka su hija, sin duda Mattis, el Secretario de Defensa, Tillerson, el Secretario de Estado, o Pence, el vicepresidente, entre otras voces, además del rol que sabemos juega la propia opinión (en constante movimiento) de Trump. Pero la lectura del libro de McMaster es muy reveladora, primero, porque es todo un tratado acerca de cómo se debe aconsejar –y cómo no- a un presidente, segundo, porque McMaster hoy está cumpliendo nada menos que con el cargo de consejero en asuntos de seguridad nacional, y tercero, porque podríamos decir, parafraseándole, que los recientes despliegues de fuerza de EU han sido un medio de comunicación entre Trump y las dirigencias de países como Siria, Irán, Corea del Norte y sobre todo China y Rusia.
Es decir, no es que los misiles contra Assad no tengan nada que ver con Siria, o que el haber estrenado la poderosa MOAB no tenga nada que ver con ISIS. Sino que la utilización de la fuerza en esos dos casos busca comunicar que, a diferencia de Obama, esta administración está dispuesta a usar su poderío militar de manera mucho más feroz, un poderío que tiene armas de brutal precisión y armas convencionales de fuerza casi nuclear. Una vez efectuados esos dos ataques, la amenaza de agredir a Corea del Norte, si ese país se aventura a efectuar su sexto ensayo nuclear, se vuelve una amenaza creíble. No solo para Pyongyang, sino para China y para Rusia, credibilidad que Obama había perdido, al menos relativamente. En la visión de personalidades como McMaster o la del propio Pence, la administración anterior, con sus titubeos, había producido peligrosos vacíos que habían sido llenados por otros.
La comunicación que se busca transmitir incluye mostrar no solo la disposición por parte de la Casa Blanca al empleo de su fuerza cuando lo considere pertinente (al margen de cualquier debate sobre la legalidad o legitimidad de ese uso de fuerza), sino la disposición a que los conflictos escalen lo que tengan que escalar. No hay miedo. No hay vacilaciones, y eso, en los cálculos, debería funcionar como un factor de disuasión para que los rivales y enemigos que han considerado a Washington como un actor débil, piensen dos veces antes de desafiarle. En la valoración de esta serie de decisiones, hay que incluir también, como indico arriba, un mensaje de presión hacia Rusia, para que contenga a su aliado Assad, y otro mensaje a China, para que tome, de una vez por todas, las medidas necesarias para detener (o al menos contener) el proyecto nuclear norcoreano.
Entender estos ataques como medios de comunicación, también permite comprender otros elementos. Por ejemplo, en cuanto a Assad, se transmite la idea de que Trump solo desea ejecutar una medida punitiva y limitada, y no busca interferir en la esfera de influencia de Moscú (más allá del combate a ISIS), salvo que Assad cruce ciertas líneas rojas como el uso de armamento químico. Esto, paralelamente, vuelve creíble otro contenido comunicativo hacia Beijing: Washington no desea derrocar al régimen norcoreano, o quitarle a China su influencia sobre la zona de “amortización” que para Beijing representa Corea del Norte. Sin embargo, Trump no dudará en activar un conflicto tan grande como se requiera, si el joven Kim sigue progresando en sus aspiraciones nucleares, porque la Casa Blanca prefiere pelear un conflicto con Pyongyang bajo las condiciones actuales, que futuras.
No obstante, la comunicación no se produce en una sola dirección. Y para cada mensaje de Trump, hay que esperar contramensajes por parte de los actores involucrados. Ya en el caso sirio observamos cómo Rusia mandaba señales de incrementar su presencia en ese país, además de dar por concluido el mecanismo mediante el cual la fuerza aérea estadounidense que combate a ISIS en ese territorio se coordina con la rusa para evitar incidentes o roces. Con esas medidas, Rusia responde a Trump que no le importa elevar el riesgo de un potencial incidente que pudiera hacer chocar a ambas superpotencias en ese territorio, a fin de disuadir a Washington de atacar a Assad por aire. Del lado norcoreano, un mensaje de Pyongyang consistió en exhibir en su desfile anual los últimos avances en su programa de misiles, algunos de los cuales resultaron inesperados incluso para expertos en la materia. Es probable que los mensajes no paren ahí. Dado el comportamiento que hemos observado en Kim Jong-un, seguramente querrá demostrar que no va a permitir que las amenazas de Washington lo detengan en sus aspiraciones nucleares, y que, en todo caso, no tiene ningún problema en enfrentar un conflicto mayor.
Así, el gran riesgo es que los juegos de comunicaciones y mensajes dejen de funcionar como medidas disuasivas y, por el contrario, propicien escaladas de contramensajes en espiral ascendente, los cuales pueden salirse de las manos de todas las partes. Una somera lectura de la historia revela demasiados ejemplos de ocasiones en las que ello ha sucedido. Y en esa historia, nadie como EU para entender lo que significa la facilidad de iniciar guerras que luego no sabe cómo terminar.
Twitter: @maurimm