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No es algo nuevo, el que afloren las tensiones entre Obama y Netanyahu, los gobernantes de dos estados que son aliados estratégicos desde hace décadas. Netanyahu no olvida la cumbre del G20 hace unos años: “No lo aguanto, es un mentiroso”, decía Sarkozy hablando del premier israelí sin percatarse de que el micrófono estaba encendido. “¿Tú no lo aguantas? ¡Yo tengo que tratar con él todos los días!”, replicaba Obama, también ante los oídos del mundo entero. Obama, por su parte, no olvida cuando, en plena campaña electoral contra Romney, Netanyahu aparecía en los programas televisivos dominicales de mayor rating en EU, prácticamente haciendo campaña a favor del candidato republicano. O la visita del primer ministro israelí al Congreso estadounidense en donde, ante la ovación de pie de los opositores de Obama, explicaba con peras y manzanas cómo es que la Casa Blanca había negociado un “muy mal acuerdo” con Irán. Seguramente tampoco olvidan sus profundas diferencias ideológicas y políticas, sus muy distintas perspectivas del mundo, o del rol que debiera jugar la superpotencia en asuntos globales. Sin embargo, no fue sino hasta hace unos días cuando vimos una escalada de pocos precedentes en las fisuras entre estos dos gobiernos. Obama tomó la decisión, justo antes de retirarse, de dejar clara su visión del conflicto palestino-israelí y lo que desde esa visión representa la responsabilidad de Israel en la parálisis que ese conflicto vive. Más aún, tomó la decisión de hacer sentir la consecuencia legal de esta visión en el Consejo de Seguridad de la ONU mediante abstenerse (de vetar, para ponerlo claro) en una resolución fuertemente condenatoria a los asentamientos israelíes en la Cisjordania ocupada. Sin embargo, Obama ya se va. Y quien viene no piensa como él.
Es decir, los últimos pasos de Obama en cuanto a este conflicto no pretenden resolverlo –porque tres semanas son insuficientes para hacer lo que no se pudo hacer en ocho años-, sino enviar su mensaje final, dejar clara su postura para la historia, y hacer lo posible por generar consecuencias diplomáticas y legales tras lo que la saliente administración entiende como la responsabilidad directa israelí en el fracaso del proceso de paz. En ese sentido, en estos días ha quedado de manifiesto que Israel se encuentra políticamente aislado en un mundo en el que ya ni su máximo aliado está dispuesto a apoyarle. En eso consiste la victoria política de Abbas, el presidente palestino, quien ha elegido este camino, el aislamiento diplomático de Israel, para ejercer presión y acaso así conseguir mayores concesiones para su causa.
Aún así, con todo el daño político que se ha infligido a Jerusalem, ahora hay que pensar no ya en la administración que sale, sino en la que llega y las posibles consecuencias que un nuevo enfoque, radicalmente distinto, tendrá para efectos del conflicto palestino-israelí.
Primero, a nivel personal y entre administraciones. La nota la da, por supuesto, Trump, y en Twitter, como siempre: “En cuanto a la ONU las cosas serán diferentes después del 20 de enero”, “No podemos permitir que Israel sea tratado con semejante desdén y falta de respeto. Ellos solían tener en EU a un gran amigo pero…”, “El inicio del fin fue el horrible acuerdo con Irán, y ¡ahora esto (ONU)! Permanezcan fuertes, Israel, enero 20 se acerca rápidamente”. Hay que conectar la forma de expresarse de Trump con el nombramiento del próximo embajador estadounidense para Israel, David Friedman, un abierto crítico del principio de Dos Estados Para Dos Pueblos, un abogado de quiebras corporativas que apoya la anexión de territorio por parte de Israel y la construcción de asentamientos israelíes en territorios ocupados, justo lo que la ONU acaba de condenar –con el no-veto de Washington. Es decir, si hubiera que ubicar a Friedman en el espectro político israelí, habría que colocarlo muy a la derecha del propio Netanyahu. La administración Trump será, claramente, mucho menos crítica con el gobierno israelí que la de Obama, no solo en términos de los asentamientos en Cisjordania, sino que veremos a un Washington mucho más favorable con la agenda de los miembros del gabinete israelí que tienen posiciones más extremas que Netanyahu, dificultando con ello las posibilidades para cualquier futura negociación.
Pero más allá de ese conflicto, hay otros temas que tienden a colocar a Israel y a Washington en sintonía, menciono algunos: (1) Tanto para Netanyahu como para Trump, el acuerdo nuclear con Irán es la vía directa para que Teherán eventualmente consiga armar su bomba nuclear. Para Obama en cambio, lo logrado con ese acuerdo es justamente el camino para evitarlo. Al margen de las opiniones al respecto, lo que no se pone en duda es que el acuerdo ha fortalecido a Irán en lo inmediato, tanto en materia económica como política. Y si bien la firma de ese acuerdo fue también un mecanismo que Washington empleó para intentar equilibrar sus relaciones en la región y abrir un canal de diálogo con los ayatolas, la Casa Blanca no está interesada en que Teherán expanda su círculo de influencia o que se mantenga financiando y armando a grupos enemigos de Occidente y sus aliados. Esto ofrece un terreno común para que EU e Israel mantengan la colaboración en esta cuestión; (2) Independientemente de las posturas individuales de Trump al respecto de Rusia, si la cuasi-Guerra Fría entre Washington y Moscú sigue escalando, probablemente Estados Unidos e Israel se van a necesitar no solo por lo que ocurre en Siria, sino más allá. Israel, como en el pasado, será uno de los aliados cruciales que EU va a requerir en la región; (3) En general, la inestabilidad regional es un tema que preocupa a ambos países. En estos momentos no solo Siria se encuentra en guerra, sino que hay distintos grados de conflicto y convulsión en sitios como Yemen, Libia o el propio Egipto. Ante ese panorama, la colaboración entre los aliados estratégicos que son EU e Israel es crucial; (4) Por otro lado, está el tema de la expansión de ISIS como bandera que es adoptada por células o grupos militantes pre-existentes al surgimiento del ISIS que hoy conocemos. Algunas de estas células ya operan en Gaza y Cisjordania. Otro de los grupos más importantes que hace dos años anunció su lealtad a ISIS es Ansar Bayt Al Maqdis, quien opera en el Sinaí (grupo que se adjudicó el desplome del avión ruso en 2015). Este último, por ejemplo, no solo ataca a fuerzas de seguridad egipcias y a turistas de varias nacionalidades. También ha atacado intereses estadounidenses, e incluso ha enviado misiles contra ciudades israelíes. Es decir, el combate a ISIS se convierte sin lugar a dudas en un interés común entre Washington y Jerusalem, no solo en Siria.
Así que, tanto por lo personal como por lo que ocurre a nivel de intereses estratégicos, es de esperarse que, a pesar de los más recientes desencuentros entre Netanyahu y la saliente administración, EU e Israel seguirán cooperando de manera muy cercana, de hecho, de manera más cercana que en los últimos ocho años. La cuestión es que las posturas de la administración Trump podrían tender a empoderar a los elementos más radicales del gabinete de Netanyahu. Si esto ocurre, el desencanto del pueblo palestino en el diálogo y el uso de la diplomacia para acercarse a sus metas seguirá creciendo, con lo que lamentablemente podríamos ver nuevas olas de radicalización y violencia en la región.
Analista internacional
@maurimm