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El 15 de noviembre, tan solo unas horas después de haber conversado con el presidente electo Donald Trump, Putin dio la orden de reiniciar los bombardeos sobre Alepo en una de las mayores ofensivas hasta ese momento lanzadas en coordinación con el ejército sirio. Era tiempo de, ahora sí, finalizar la reconquista de la posición más importante que Assad perdió desde hace años. Se sabe que en la llamada Putin-Trump el tema sirio fue discutido, de modo que cualquier cosa que en esa llamada haya sido dicho u omitido, fue suficiente para que Putin decidiese proceder con la ofensiva actual. Pero independientemente de esa llamada, Moscú está aprovechando el período de transición y vacío en Washington –un presidente saliente cerrando asuntos y un entrante que aún no asume el mando- para generar condiciones en el terreno que, para cuando Trump empiece a gobernar, ya hayan colocado a Assad en posición de fuerza con miras a una potencial resolución del conflicto. Podríamos decir que el equilibrio en el que se mantuvo la guerra siria durante varios años, finalmente se ha venido rompiendo.
El factor que rompe este equilibrio –no hoy, sino hace más de un año- es, claramente, la decisión de Putin de intervenir de manera directa en esta guerra para salvar a su aliado Assad. Siria ha formado parte del círculo de influencia de Moscú desde hace décadas. Para Rusia, Siria es a la vez salida al Mediterráneo y puerta de entrada a Medio Oriente. Moscú ha apoyado y armado a los Assad desde tiempos de la Guerra Fría, y, obviamente, lo siguió haciendo cuando en 2011 inicia la rebelión en su contra. Pero fuera del apoyo diplomático, del financiamiento, del traslado de armas y asesoría militar, Moscú no había intervenido directamente en el conflicto. Hasta el 2015, Assad se había defendido mayormente con apoyo de Irán y de las milicias financiadas, entrenadas y armadas por ese país. Si bien eso no le estaba dando la victoria, al menos el presidente había logrado mantenerse con vida. Esto se debía, en parte, a que los múltiples grupos rebeldes no solo combatían al gobierno, sino también luchaban unos con otros. Esa situación también se observaba en lo internacional. Las principales potencias que apoyaban y financiaban a la rebelión, estaban fuertemente enfrentadas entre ellas. Arabia Saudita de un lado, y Turquía y Qatar del otro.
Sin embargo, a partir de la primavera del 2015, las cosas empezaron a cambiar. Riad, Ankara y Doha resolvieron varias de sus disputas e incentivaron a las milicias a formar un frente común. Así, se estableció una coalición rebelde que incluía grupos laicos e islámicos (y que veladamente también incluyó a Al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria), la cual empezó a tener un éxito marcado en el campo de batalla. Assad fue perdiendo terreno. De un lado los rebeldes ocupaban cada vez más posiciones. Del otro, ISIS –quien no formaba parte de ninguna coalición- aprovechaba las circunstancias para consolidar su fuerza, llegando a conquistar hasta 50% del territorio sirio.
Fue entonces cuando Moscú tomó la decisión de llegar al rescate. Y lo hizo por varios motivos: (1) Recuperar para Assad la delantera en la guerra y garantizarle una posición de fuerza ante cualquier desenlace, (2) Mostrar que Rusia está dispuesta a intervenir militarmente en favor de quienes considera sus aliados, (3) Asegurar para el Kremlin la iniciativa en cualquier negociación o resolución del conflicto y así, garantizar los intereses estratégicos de Moscú en esa región del mundo, (4) Mucho más allá de Siria, Rusia quería exhibir ante Washington y sus aliados, no solo el estado de su capacidad militar, sino su resolución y disposición a emplear esa capacidad militar cuando el Kremlin siente que sus intereses son amenazados, y (5) Por último, aunque con menor prioridad, tener presencia directa en Siria, permitiría a Moscú asegurarse de que ISIS sería contenida o disminuida.
Para ese entonces, Washington y la coalición de países que lideraba, ya tenía algunos meses combatiendo contra ISIS en Siria. Sin embargo, Rusia llega a ocupar el espacio aéreo de su país protegido y lo hace con absoluta contundencia. Sin enfrentarse directamente con EU a lo largo de este año, pero haciendo sentir su presencia, Moscú estuvo dispuesta a atacar a cualquier grupo que peleaba contra Assad, independientemente de quién fuese el país que le patrocinaba y sin importar el costo humanitario que sus bombardeos ocasionaban. Al final, las alianzas locales entre milicias laicas, islámicas, moderadas y extremistas, permitían al Kremlin y a Assad afirmar que ellos solo combatían terroristas aliados a Al Qaeda o a ISIS. Y naturalmente, la situación del presidente sirio en el mapa, cambió radicalmente en los últimos meses.
En todo este panorama, Alepo es la joya de la corona, no solo por su valor simbólico y estratégico, sino porque probablemente acelerará la caída en cascada de otras posiciones rebeldes y, quizás, abrirá la puerta a nuevas rondas de negociaciones en 2017, pero ahora, como lo deseaba Putin, bajo una posición muy distinta tanto para él como para Assad.
Varios temas, sin embargo, van a persistir y podrían hacer que, en esta larga guerra, las cosas volviesen a dar giros inesperados: (1) Trump podría, efectivamente, favorecer un esquema de negociación para poner fin al conflicto, cediendo Siria a Moscú como baraja de cambio ante otras cuestiones a negociar. Pero esto aún no está escrito. Trump va a tener una enorme oposición en Washington, tanto dentro del Congreso –entre republicanos y demócratas- como dentro de su propio círculo de asesores, su gabinete –ojo con su nuevo secretario de defensa, Mattis- y aliados varios, quienes intentarán empujarle a evitar que Moscú se salga con la suya, así que habrá que ver si es que Trump se sostiene en lo que dijo durante su campaña o no, (2) Al margen de Washington, habrá que esperar la respuesta de las potencias regionales como Arabia Saudita, Turquía, Qatar o Israel, países que no ven con buenos ojos el fortalecimiento de la posición de Irán y sus aliados en Siria. Estos países podrían seguir efectuando intervenciones directas o indirectas para proteger sus intereses o bien, podrían impulsar medidas diplomáticas para bloquear cualquier intento de negociación, (3) Por último, está el propio papel que van a jugar los actores internos en Siria, ahora muy mermados y replegados, pero lejos de morir. Algunos de estos actores son milicias que en los últimos tiempos mantuvieron una alianza muy cercana con la filial de Al Qaeda en Siria; otros, como ya ha ocurrido antes, podrían ahora afiliarse a ISIS para sumar fuerzas. De modo que, en este tema, falta mucho por ver. Mientras tanto, la balanza se inclina hacia Assad, y hacia sus principales pilares de apoyo: Irán y, por supuesto, Moscú, con todo lo que ello implica para la región y para el globo.
Twitter: @maurimm