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La tragedia de Aleppo se volvió de nuevo un asunto viral. Y por supuesto que se trata de un tema trágico, un tema que importa, y un tema que debe merecer toda nuestra atención. El problema es que a veces se envía el mensaje de que estamos ante una masacre en donde la comunidad internacional solo mira pasivamente, y permite que, ante sus ojos, ocurra lo peor. Ojalá fuera solo eso. Estamos, más bien, ante un fenómeno en el que un sector de esa comunidad internacional ha formado parte, no pasiva, sino activa, en cuanto a alimentar las llamas cuyo último incendio es el que hoy atestiguamos en Aleppo. Un incendio en el que la línea entre los buenos y los malos dejó de ser clara hace ya muchos años, y cuyas víctimas desesperadas, civiles, ancianos, mujeres, niños, atrapados en medio del torbellino, no tienen únicamente un par de semanas sufriendo, sino muchas más.
Primero, la guerra siria no es una guerra a dos bandos –el “gobierno” contra “los rebeldes”. En realidad, ese conflicto es algo mucho más complejo, compuesto de elementos como los siguientes (nombro algunos, no todos): (a) Decenas de milicias “laicas”, consistentes, en parte, de grupos de ciudadanos sirios que, en efecto, participaron en las manifestaciones de la “Primavera Árabe” exigiendo mayores libertades y derechos, pero que fueron brutalmente reprimidos por el gobierno autoritario de Assad, quien sin pensarlo dos veces, enviaba al ejército a disparar contra esas protestas; y en parte, consistente de cuerpos de ese mismo ejército, soldados y oficiales, que fueron desertando y se unieron al levantamiento; (b) Milicias islámicas compuestas enteramente de ciudadanos locales cuyo fin es un gobierno basado en la sharia, la ley islámica; (c) Una filial de Al Qaeda –el frente Al Nusra (que recientemente cambió su nombre)-, originalmente compuesta principalmente de militantes sirios, pero también de extranjeros que fueron llegando a Siria con los años y cuyo fin no es un gobierno islámico solo para Siria, sino, en línea con el jihadismo, un califato global; (d) El “Estado Islámico” o ISIS, organización que antes formaba parte de Al Qaeda en Irak, que penetra la guerra siria entre 2012 y 2013, y que está compuesta de iraquíes, sirios, y de miles de jihadistas extranjeros que se fueron sumando a sus filas; y (e) Las milicias kurdas-sirias defendiendo el espacio e integridad de su grupo étnico en ese país.
En determinados momentos, esos grupos armados han combatido no solo contra Assad, sino ferozmente entre ellos; en otros momentos se han aliado o han colaborado unos con otros. De todas esas milicias o grupos, un sector ha cometido atentados terroristas contra civiles –no solo ISIS o la filial de Al Qaeda, sino también varias de las otras milicias islámicas-, otra parte, de manera documentada por la ONU, ha empleado armamento químico o cometido crímenes diversos, también contra civiles. Los kurdos, en defensa de sus intereses, en momentos han atacado a Assad, en otros momentos –como ahora mismo, en Aleppo-, han colaborado con él. ISIS combate contra todos y, hasta hace unos meses, lo hacía de manera más eficaz que cualquiera de las otras agrupaciones. Las líneas divisorias entre varios de dichos grupos rebeldes, han sido enormemente confusas y porosas. A ratos, algunas de las milicias islámicas se alían con Nusra, la filial de Al Qaeda. Incluso, hay combatientes que un día pertenecen a grupos como Jayish al Islam, o Ahrar al Sham, y otro día ya están peleando en las filas de Nusra. Otros militantes, primero peleaban como parte de Al Nusra, y luego decidieron sumarse a ISIS.
Por si el panorama anterior no es suficientemente complicado, hay que añadirle la intervención directa o indirecta de potencias regionales que han usado a Siria como escenario para pelear sus batallas geopolíticas. De un lado, Turquía, Qatar, Arabia Saudita y otros aliados, a favor de la rebelión, del otro Irán, a favor de Assad. Todos estos países han financiado, armado y apoyado a milicias locales y/o extranjeras, quienes han nutrido a los distintos bandos, propiciando con ello un violento equilibrio que ha durado años eternos.
Por último, está la participación de Estados Unidos y sus aliados europeos, apoyando y armando a la rebelión, y de Rusia, respaldando a Assad. De hecho, si el equilibrio mencionado, ahora se está rompiendo en favor del bloque Rusia-Irán-Assad ello es debido a que ocurrió algo que Obama temía desde el inicio. Moscú no iba a permitir fácilmente que Siria, un sitio considerado parte de su esfera de influencia, donde el Kremlin conserva una base naval e intereses estratégicos de importancia, cayera en manos de actores apoyados por Occidente o sus aliados. Cuando Putin entendió que el desplome de Assad se acercaba, cuando vio que los aviones de Washington ya sobrevolaban Siria en su combate contra ISIS y que Turquía, un miembro de la OTAN, había declarado su intención de penetrar territorio sirio para establecer una franja de control, tomó la decisión de intervenir de manera mucho más directa y decisiva, desde el mar, desde el aire y desde tierra, para rescatar a su aliado, el presidente sirio.
Al hacerlo, Moscú juraba que solo atacaría a ISIS o a Al Nusra, filial de Al Qaeda. La cuestión es que como expliqué arriba, varias de las milicias islámicas locales, especialmente en las zonas de Aleppo e Idlib, combatían en colaboración muy estrecha con Al Nusra, en ocasiones incluso mezclando filas. Lo que hizo Moscú fue atacar a todos aquellos actores quienes estaban luchando contra Assad, justificando su intervención en el hecho de que estaba combatiendo a “terroristas”, muy en línea con lo que Assad ha expresado desde el inicio. Y si los bombardeos de Rusia o los ataques de Assad ocasionaban bajas civiles, estas podrían ser señaladas como efectos colaterales del combate al terror.
Al final, lo que tenemos es Aleppo, un sitio en el que todos los caminos anteriores se cruzan. La segunda ciudad siria, la primera en importancia económica (antes de la guerra), cuya parte oriental el ejército sirio perdió hace años. En esa ciudad confluye la venganza, el crimen y la sangre vertida por Assad, pero también confluye el cúmulo de intereses de potencias regionales y globales, a favor o en contra de Assad, que decidieron usar ese ring para dirimir sus desencuentros. Confluye su dinero, sus armas y sus agendas; no los deseos de democracia y libertad para un pueblo que terminó preso en medio de sus estrategias y malabares. Preso, hasta que pudo morir o acaso huir, solo para toparse con muros, y ahora sí, con la apatía y las soluciones inviables.
Eso es Aleppo. Eso es Siria. ¿En dónde ubicamos las culpas? ¿En dónde las responsabilidades?
Twitter: @maurimm