La guerra siria no fue mencionada en el primer debate entre los candidatos Clinton y Trump. Prefirieron evitarla. En cambio, en el debate de los candidatos a la vicepresidencia el tema surgió, y con fuerza. Seguramente, en los próximos encuentros de los candidatos, la situación de ese conflicto tendrá que abordarse como ha sucedido ya varias veces ante diversas audiencias. Y no es para menos. Siria es una de las más graves tragedias de las últimas décadas. Además de la desgracia humanitaria que significan 300,000 muertos, 5 millones de refugiados y unos 10 millones de desplazados internos, Siria es una de las sedes centrales de ISIS, base para el entrenamiento y fuente de inspiración de jihadistas en todas partes del mundo. Adicionalmente, tras la ruptura del último de los ceses al fuego, el foco ha regresado hacia el sufrimiento de los civiles a raíz de los más recientes bombardeos de Assad y Moscú en sitios como Alepo. El problema es que, según se desprende de las discusiones electorales en EU, pareciera que todo es cuestión de incrementar la intervención de Washington, y asunto resuelto. Por ejemplo, Jeremy Bash, un asesor de Hillary en materia de política exterior dijo que lo primero que haría la candidata una vez que asumiera el cargo, sería buscar “terminar” con el “régimen asesino” de Bashar al-Assad. En el debate vicepresidencial, tanto Kaine como Pence, propusieron simplemente ir y establecer “zonas seguras” en Siria. En una de las tantas contradicciones entre el candidato republicano a la vicepresidencia y su compañero de fórmula –Trump-, Pence dijo: “América debería estar preparada para emplear la fuerza militar y atacar a las fuerzas del régimen de Assad”. Es decir, pareciera que mientras más firmemente intervenga EU, más rápidamente se resolvería el conflicto.

Las cosas, sin embargo, son un poquito menos simples. Obama, en efecto, decidió evitar involucrarse directamente en esa guerra mientras pudo (2011-2014). Y cuando sí decidió intervenir, lo hizo de manera limitada y únicamente contra ISIS, no contra Assad. Incluso cuando estuvo a punto de atacar al ejército sirio en 2013, terminó echándose para atrás gracias a una salida diplomática operada por Moscú, con el compromiso de que Assad se desharía de todo su arsenal químico. No obstante, años después, ante la evidencia de que Assad sigue empleando armas químicas, Washington sigue evitando atacarle. Hay varios elementos que lo explican, y que tendrán que ser considerados con seriedad por quien sea que ocupe la Casa Blanca en 2017.

Primero están los factores financieros. EU no cuenta con recursos ilimitados. Actualmente su deuda de casi 20 billones de dólares, ya equivale a 108% de su PIB (FMI, 2016), y sigue creciendo debido al déficit con el que la superpotencia opera. Eso significa que cualquier intervención militar tiene que responder a preguntas como estas: ¿Con qué dinero exactamente se va a pagar? ¿Endeudándose más? ¿Está en el interés de Washington seguir incrementando esa deuda cuando una gran parte de la misma se debe a rivales geopolíticos como China? Obama ha considerado que no. Ello ha supuesto, entre otras cosas, recortar, no aumentar el presupuesto militar, lo que significa retirar tropas de operaciones internacionales, no iniciar nuevas.

La cuestión principal tiene que ver con que, si EU decidiese intervenir en Siria, teóricamente, para que dicha intervención fuese eficaz, no estaríamos hablando de ataques limitados. Estimaciones del Pentágono del 2012 y el 2013 indicaban que para que un involucramiento de EU cumpliese con los objetivos trazados, se requeriría de 60 a 80 mil tropas. Esas estimaciones agregaban que, si la Casa Blanca no estaba dispuesta a comprometer ese número, el Pentágono no podía asegurar el éxito del plan.

Un segundo factor son las resistencias internas. De acuerdo con diversas encuestas, después de las invasiones de Afganistán e Irak, una importante mayoría de estadounidenses ve desfavorablemente la idea de que su país tenga que ir a sitios lejanos y sacrificar vidas de sus jóvenes para resolver problemas que, en su percepción, no les competen. Esa había sido una de las causas por las que Obama hizo del repliegue de esos dos países una de sus promesas de campaña (aunque el retiro de Irak, había sido ya firmado por Bush). Regresar ahora a la misma región y lanzar una nueva operación mayor, era algo que el presidente quiso evitar a toda costa. Por lo tanto, si la/el próxima/o presidenta/e decide actuar diferente, tendrá que considerar que las operaciones limitadas o bombardeos selectivos serán insuficientes (en la estimación del propio diagnóstico del Pentágono), lo que ocasionaría la necesidad de ir escalando cada vez más la intervención. Eso podría conllevar la nada sencilla tarea de enfrentarse a la opinión pública de su país.

El tercer factor es la propia complejidad del conflicto en cuestión, un conflicto que no es de dos bandos. Atacar a uno de los bandos beneficia a múltiples actores no necesariamente afines a los intereses de quien ataca. Si EU se implica en Siria en contra de Assad, su participación quedaría entretejida con quienes hoy combaten al presidente (y entre sí). Estamos hablando de al menos los siguientes actores: (a) un Ejército Sirio de Liberación que no es ejército, conformado por múltiples milicias “moderadas” que no son moderadas, además de (b) milicias islámicas locales, a veces enfrentadas entre sí y enfrentadas con las otras “moderadas”, (c) una filial de Al Qaeda que ya se “desafilió” pero que mantiene lazos con ésta, y con varias de las milicias islámicas consideradas “no extremistas”, además de (d) milicias kurdas afines a Washington, pero enemistadas con Turquía, país aliado de Washington; y, por si fuera poco, (e) ISIS, quien combate a Assad, a los kurdos, a los “moderados” y a los grupos islámicos, incluida la filial-desafiliada de Al Qaeda. De su lado, el ejército de Assad es apoyado por milicias locales, por la milicia libanesa de Hezbollah y por otras milicias chiitas extranjeras financiadas por Irán, además de elementos de élite de las Guardias Revolucionarias iraníes. Assad es también, por supuesto, apoyado por Moscú, lo que nos lleva al cuarto factor:

Entrar en Siria de manera abierta a combatir a Assad, sería desafiar directamente a los intereses del Kremlin. A medida que Putin fue percibiendo que su aliado, el presidente sirio, corría más peligro, fue incrementando su presencia naval, aérea y terrestre en ese país. Hoy, los aviones de Moscú dominan el cielo sirio para bombardear a todos los que combaten contra Assad. Esto no significa que necesariamente Rusia y EU terminarían chocando, pero sí significa que, si Washington decidiera atacar a Assad (por aire o por tierra), los riesgos escalarían notablemente.

Y luego, como quinto factor está la experiencia de la historia reciente: Dos intervenciones militares –Afganistán e Irak- que pusieron al erario estadounidense en situación de quiebra técnica y que costaron miles de vidas de soldados de ese país (y muchas más decenas de miles de vidas de ciudadanos locales), pero que al final no redujeron el terrorismo (o el miedo); tampoco terminaron con organizaciones como Al Qaeda, sino que complicaron el panorama geopolítico de modo tal que hoy tiene que volverse a poner sobre la mesa la necesidad de regresar, en el caso iraquí, o desacelerar el repliegue en el caso afgano.

Con esa serie de circunstancias en los terrenos financiero, militar y político, el asunto es bastante más complicado de lo que aparenta serlo en los debates o en discursos compuestos de mensajes y frases simples y penetrantes, ideadas para impactar al elector. Lo que en esos discursos sí falta, en cambio, es un pensamiento alternativo que alumbre un poco el camino de salida de la eternizada guerra siria.

Twitter: @maurimm

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