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La lógica tendría que ser así, a, b, y c: Ante una crisis económica de pocos precedentes sumada a una crisis de hiperinflación y escasez de productos básicos, y a una crisis de seguridad -todo ello empeorando los últimos años-, crece la necesidad de contar con canales políticos sanos que puedan procesar las tensiones que esas crisis generan. Pero si, en cambio, la vía política se encuentra cada vez más cerrada, se producen primero protestas, luego, la radicalización de actores, y más adelante expresiones violentas. A, b, y c. Ya en la Venezuela del 2014 observamos los primeros signos de ese ciclo. El problema es que en lugar de que esa situación hubiese activado un diálogo político que había que impulsar y mantener, se ha permitido un deterioro que difícilmente imaginábamos en aquél año. Para el 2016, el estado de las variables económicas es mucho peor. A pesar de ello, pareciera que Maduro y quienes aún le respaldan, piensan que siguen contando con un margen de maniobra suficiente como para evadir un proceso político que les lleve a la transición y quizás, ojalá, a reconciliarse con una sociedad cuya mayoría hace tiempo dejó de apoyar al oficialismo. Porque, en efecto, según las predicciones, las condiciones van a seguir empeorando y lo que no ha explotado aún, podría explotar más pronto que tarde. Veamos los datos:
De acuerdo con el FMI, en 2014, cuando las protestas masivas estallaron en las calles de todo el país, Venezuela estaba decreciendo a una tasa del -3.88%. El año pasado la economía se contrajo aún más, -6.22%. Este año lo hará al -10%. La inflación en ese 2014 de manifestaciones estaba en 69%; en 2015 brincó hasta el 181% y en 2016 cerraría en 720%, más de diez veces por encima del 2014. Pero si usted cree que eso es mucho, el año entrante el FMI prevé la inflación en 2,200 %, una cifra complicada siquiera de concebir. El índice de escasez, que mide la falta de bienes, llegaba en enero de 2016 a 56% -casi el doble de hace dos años-, con una escasez en productos básicos de más del 80%, su nivel más alto desde que es medido. Es decir, los productos escasean cada vez más y cuando se pueden conseguir, su costo es tan elevado que a veces terminan siendo impagables. Los bajos precios del petróleo, uno de los pilares de la economía venezolana, no ayudan. Con todo ello, el Bolívar vale cada vez menos. Si lo anterior no es suficiente, hay que añadir la crisis de seguridad. De acuerdo con las mediciones del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, A.C., Caracas superó en 2015 a San Pedro Sula como la ciudad más violenta del mundo en materia de homicidios por cada 100 mil habitantes.
Ante semejante panorama, no debe sorprender que esta tensión se haya trasladado a la calle. En todo caso, lo que sorprende es que la situación no haya explotado de mayor manera. Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, durante el primer semestre del año en curso, hubo alrededor de 22 protestas diarias, un incremento de 24% contra el año anterior. El observatorio señala que 75% de esas manifestaciones se relacionaron con temas de derechos económicos, sociales y culturales, siendo las protestas por alimentos, por escasez y por vivienda las que ocupan los primeros sitios. En otras palabras, la gente más que protestar por sus derechos políticos, está protestando por tener un poco de pan y un techo.
Pero eso, lamentablemente, ya no para en la protesta. Ante la desesperación, muchos venezolanos han optado por saquear locales comerciales o centrales de abastos. Durante el primer semestre de este año, el mismo observatorio documenta 416 saqueos o intentos de saqueo en todo el país, 90% más que en 2015. Más aún, para septiembre, los saqueos o intentos de saqueo sumaban ya 678.
Ahora bien, en un entorno con ese potencial de explosividad, la única alternativa para evitar que la situación se salga de control –e incluso así, nadie puede garantizar la estabilidad- es asegurar que los diversos actores políticos encuentren los puentes para dialogar y establecer acuerdos que puedan, al menos, amortizar la situación prevaleciente. Sin embargo, esto no solo no ha ocurrido, sino que también en ese sentido las cosas siguen empeorando. Reportes como los de Amnistía Internacional en 2014, 2015 y 2016, documentan los problemas de impunidad que persisten en Venezuela, así como las violaciones a los derechos humanos y la falta de independencia del poder judicial. Las agresiones contra periodistas y medios de comunicación son cosa frecuente. Quienes se oponen al gobierno tienen que enfrentar “juicios sin garantías y encarcelamientos” (Amnistía Internacional, 2016). La fuerza se usa de manera excesiva y los responsables ante dichas violaciones a derechos humanos no comparecen ante la justicia.
La oposición ganó las últimas elecciones legislativas con 65% de los escaños. Desde entonces, ha estado haciendo todo cuanto está en sus manos por conseguir que Maduro salga del poder mediante vías pacíficas. Para ello, las alternativas eran: (a) convocar a un referéndum revocatorio de mandato, o (b) modificar la constitución para acortar el período de gobierno a 4 años y así, convocar a nuevas elecciones a finales de este año. La cuestión es que, como se indicó arriba, ni las instituciones judiciales ni los órganos electorales son realmente independientes del poder ejecutivo. Como se esperaba, el referéndum revocatorio que estaba empezando a caminar fue suspendido después de que varias cortes locales determinaron que era ilegal. Adicionalmente, Maduro decidió esquivar a la Asamblea General cuando envió el presupuesto del 2017 directamente al Tribunal Supremo de Justicia, en lugar de a los legisladores. Lo que siguió, entonces, fue el inicio esta semana de un juicio político al presidente por parte de la Asamblea General.
Esto no significa que el juicio vaya a prosperar, o que podríamos estar viendo la renuncia de Maduro próximamente. Lo que sí significa es que la oposición y el oficialismo se encuentran en posiciones cada vez más distantes y muy difíciles de reconciliar, y que, por lo tanto, cualquier intento de diálogo parece una hazaña francamente épica. Sin embargo, ese diálogo es la única alternativa para que Venezuela no reviente (más). Es decir, el hecho de que las circunstancias no se hayan deteriorado aún a otro nivel, no significa que ello no pueda ocurrir en poco tiempo, con consecuencias muy lamentables. Y de ello tiene que estar consciente no solo Maduro, sino todos y cada uno de los actores que hoy tienen cualquier responsabilidad o cargo en sus manos.
Twitter: @maurimm