Hace un año, tras varios meses de intensas batallas contra las milicias kurdas, el “Estado Islámico” o ISIS, se replegaba de Kobani, una ciudad en la frontera sirio-turca, que era considerada estratégica. Se trataba de una de las primeras derrotas de ISIS en territorio sirio. Una derrota importante ya que, finalmente, después de muchos meses de victorias continuas, se podía apreciar que ISIS no era invencible. Era una derrota que había que contar y analizar, del mismo modo que se habían narrado todas y cada una de las victorias de esta poderosa organización islámica. Sin embargo, un par de días después, antes de que los medios de comunicación hubiesen podido penetrar en el tema lo suficiente, ISIS sacaba a la luz un nuevo video. Horrífico. Un piloto jordano ardía en llamas en una jaula. Recuerdo haber estado en un bar cuando lo vi en las televisiones del establecimiento. Los comensales del bar –un bar en un sitio tan lejano como México- suspendían sus conversaciones y, visiblemente afectados, miraban algo que sus ojos no creían. Algunos medios eligieron mostrar ese video. Otros prefirieron debatir al respecto de por qué no lo publicaban, aunque para efectos de la difusión del mismo, esa discusión llegaba demasiado tarde. El video ya era viral. ISIS lo había conseguido una vez más. Nadie hablaba de su derrota en Kobani. La conversación versaba en torno a la capacidad de ISIS para ejercer daño y presión política (en este caso en contra del gobierno jordano) y la inviabilidad de la estrategia de los bombardeos en su contra. ¿Qué era lo que ISIS había logrado entender, no acerca de la violencia, sino acerca de la comunicación de la violencia? ¿Cómo ha conseguido ISIS moverse en esa otra dimensión no material, en la esfera de la psicología, la comunicación y los símbolos, para proyectarse como omnipresente y omnipotente?
El terrorismo consiste esencialmente en la utilización de la violencia material para producir en terceros un estado de conmoción y terror con el fin de, a través de ese estado, canalizar mensajes, reivindicaciones, impactar actitudes, opiniones y conductas, y así, ejercer presión política en actores varios. Con la llegada de la radio y la televisión, la posibilidad de usar al terrorismo para afectar psicológicamente a terceros y propagar el mensaje político deseado, se elevó enormemente. En tiempos de redes sociales y de viralización de videos, esa afectación se consigue de manera mucho más eficiente.
ISIS ha entendido demasiado bien, quizás mejor que quienes le combaten, que la guerra se ubica más en esta otra esfera que en Siria, en Irak, en Libia o Afganistán. De acuerdo con un estudio de Brookings (2015), los seguidores de ISIS operan al menos unas 46,000 cuentas activas en Twitter, mismas que renuevan automáticamente si estas son dadas de baja. El Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv (INSS, 2016), citando a funcionarios estadounidenses, indica que ISIS emite un promedio de 90 mil tuits diarios. El mismo texto señala que además de su estación de radio, “Al-Bayan”, ISIS cuenta con una oficina de medios de comunicación encargada de producir y distribuir su revista en línea, fotos y videos.
Mediante esas herramientas, los jóvenes community managers de ISIS cuidadosamente eligen no solo los blancos a atacar, sino los targets o audiencias objetivo a quienes se va a dirigir cierto mensaje empleando esos ataques como instrumento. Desarrollan contenidos. Utilizan símbolos. Escogen el lenguaje, la música de fondo, las citas del Corán, las voces. Preparan infografías que sus audiencias –otros jóvenes como ellos- van a poder entender y capturar en unos pocos minutos, comprendiendo la prisa, la dispersión, y el bombardeo de información a la que esas audiencias se someten cotidianamente. Así que en lugar de recitar tratados filosóficos leídos por clérigos adultos mayores como hacía Al Qaeda (su organización madre), los community managers de ISIS explican a sus audiencias en un video que el tamaño de su califato ya es mayor que el de Gran Bretaña –y entonces, colocan un mapa de la Gran Bretaña para que su audiencia entienda- ocho veces el tamaño de Bélgica –y colocan ocho Bélgicas en el video por si sus jóvenes dispersos no entienden qué significa eso- y 30 veces el tamaño de Qatar –una vez más, treinta Qatares aparecen en pantalla para explicar con peras y manzanas lo que el narrador quiere decir. Se trata esencialmente de jóvenes hablando a jóvenes en un lenguaje común.
Ese es el tipo de comunicación que proyecta una imagen de grandeza y poder que, en unos, genera una gran atracción, y en otros, un terror incomparable. La capacidad de daño psicológico –la esfera real a la que el terrorismo es dirigido- se multiplica. Por consiguiente, cuando ISIS consigue sumar grupos y seguidores a su causa, más que exportarles armamento o enviarles dinero, lo que hace es capacitarlos en estrategias comunicativas o hacerse cargo de ellas de manera directa para uniformar el lenguaje y los símbolos, y, así, promover la idea de que se trata de una organización unificada que opera en sintonía, aunque el atacante sea un grupo nigeriano como Boko Haram o egipcio como Ansar Bayt al Maqdis.
Si se entiende lo anterior, entonces se puede concluir que las estrategias para combatir a esta organización -no únicamente por supuesto, pero sí con mucha mayor prioridad y efectividad- deben incluir ideas más frescas y novedosas en el campo de la comunicación y los mensajes. Es indispensable ir adelante de ellos en la producción de contenidos y hacer esfuerzos más eficaces para contrarrestar su narrativa, mucho más ahora, por ejemplo, cuando esa organización está sufriendo las derrotas más importantes desde el 2014. Y, quizás esas estrategias serían mejores si, como lo hace la contraparte, fueran pensadas por jóvenes para jóvenes.
(Agradezco a Sofía Quintanilla por su colaboración para la preparación de este texto)
Twitter: @maurimm