El 1 de julio de este año, los medios reportaban que la “Provincia del Estado Islámico en el Sinaí” (grupo anteriormente conocido como Ansar Bayt al Maqdis), había efectuado una serie de ataques coordinados a gran escala en el Sinaí, Egipto. Los análisis indicaban que estos ataques exhibían una enorme transformación en la forma de operar de este grupo militante. Anteriormente, el grupo empleaba atentados suicidas y explosiones en las carreteras para golpear, sobre todo, a fuerzas de seguridad egipcias. Aquél día, sin embargo, el grupo atacó 15 objetivos al mismo tiempo utilizando vehículos-bomba y poderosos explosivos de manera coordinada. La conclusión era evidente: a diferencia de otros muchos grupos en Asia y África que reclaman “lazos” con ISIS, el ataque del 1 de julio dejaba huella clara del involucramiento de la matriz y centro de operaciones de esa organización -centro ubicado en Siria e Irak- en cuanto al entrenamiento y capacitación de combatientes que hoy actúan en Egipto. En palabras simples, la amenaza terrorista en ese país es cada vez más seria.
El terrorismo en Egipto no es algo nuevo, pero tiene un notable incremento a raíz de la “Primavera Árabe” y sus secuelas. Entre estas secuelas podríamos mencionar: (1) La disrupción del orden militar que suponía la existencia de una fuerte dictadura como la de Mubarak, (2) El impacto de esa disrupción principalmente en las zonas desérticas del país, las más difíciles de controlar, (3) El ascenso y posterior destitución del presidente islamista Morsi, (4) La represión a sus seguidores que ha resultado en cientos de muertos, cientos de presos, cientos de condenas a pena de muerte, así como la aprensión del liderazgo de la Hermandad Musulmana, y la declaración de esa organización como grupo terrorista, (5) Ello, en un efecto de espiral, propicia la radicalización de individuos y grupos locales quienes perciben que solo la vía violenta puede llevarlos a conseguir sus metas. Ya en las últimas marchas de la Hermandad Musulmana, se podían apreciar varias banderas de Al Qaeda entre los manifestantes, (6) El incremento de actividad de grupos terroristas islámicos a nivel regional –de Argelia y Túnez hasta Yemen o Siria- y su efecto sobre grupos locales, y (7) Concretamente, el fin del régimen de Gaddafi en la vecina Libia, y el caos resultante a partir de ello. El arsenal del exdictador a la deriva ha conllevado un dramático aumento en el tráfico de armas baratas en toda la región. Las milicias y las tribus se diputan el poder en ese país, y ante un entorno de guerra civil e inestabilidad, el ascenso de grupos militantes islámicos ha sido notable. ISIS ha aprovechado esa serie de situaciones para expandir su nombre.
En ese entorno, una de las mayores amenazas terroristas procede justamente del arriba mencionado Ansar Bayt al Maqdis, un grupo de militantes islámicos que ha operado dentro del desierto del Sinaí, en la zona oriental de Egipto, desde el 2011. Originalmente, el grupo tiene ligas tanto con salafistas palestinos de Gaza, como con jihadistas de otras partes de Medio Oriente. Su actividad se ha concentrado principalmente en atacar a soldados y convoyes egipcios, aunque el grupo también ha atacado otro tipo de objetivos, civiles y turistas incluidos. Por ejemplo, en los enfrentamientos entre Israel y Hamás del 2014, este grupo lanzó desde el Sinaí misiles en contra de ciudades israelíes como Eilat. Desde hace tiempo Ansar Bayt empezó a expandir sus operativos hacia El Cairo y otras zonas de Egipto, incluida la zona desértica occidental, es decir, el área fronteriza entre Egipto y Libia, zona en la que murieron los mexicanos a manos de las fuerzas de seguridad egipcias.
En sus inicios, Ansar Bayt al Maqdis había expresado su "lealtad" o "lazos" hacia Al-Qaeda. Sin embargo, cuando ISIS se separa de Al Qaeda y funda su califato en Siria e Irak, algunos de sus miembros son enviados para reclutar seguidores entre las diversas filiales y ramas de Al Qaeda. Se piensa que algunos de estos reclutadores establecen contactos con Ansar Bayt al Maqdis en el Sinaí, y consiguen que ese grupo transfiera su lealtad desde Al Qaeda hacia ISIS, la organización percibida como real portadora del liderazgo de la jihad global. A partir de entonces, el grupo cambia su nombre y ahora es conocido como “Wilayat Sinai”, o la “Provincia del Estado Islámico en el Sinaí”. La mayor parte de los medios les llama simplemente ISIS, sin hacer distinción entre este grupo y las otras filiales de esa organización. Y ciertamente la expansión de sus operaciones y su cada vez mayor capacidad de coordinación y de ataque, tiene al gobierno egipcio con los pelos de punta.
Hace cuatro días, el presidente egipcio Sisi aceptó la renuncia del primer ministro Ibrahim Mehleb junto con su gabinete. Además de los cargos de corrupción que han empañado su gestión, al ex primer ministro se le reclama el haber sido enormemente ineficaz en su combate a esta filial de ISIS, ahora llamada Wilayat Sinai. Apenas el 8 de septiembre, el gobierno egipcio anunciaba una nueva campaña “en contra del terrorismo”, la cual involucraría operativos militares en diversas partes del país.
Asumiendo que la actividad de Wilayat Sinaí principalmente se concentra en zonas desérticas, y que sus movimientos ya incluyen el desierto occidental egipcio, podríamos pensar que el hacer turismo en esas zonas en plena campaña antiterrorista, era, efectivamente, riesgoso. Sin embargo, fuentes consultadas por El Universal han indicado que el área visitada por los mexicanos no era una zona restringida, desmintiendo con ello uno de los argumentos del gobierno egipcio. Como conclusión, podríamos decir que el contexto en el que se da la triste y lamentabilísima muerte de turistas mexicanos, está marcado por una importante crisis política y de seguridad en Egipto. Pero nada justifica la gravedad de la confusión, y la responsabilidad de quienes ordenaron y efectuaron el acto.
Analista internacional.
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