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Analizar guerras no es fácil. A veces parece que quienes nos dedicamos a estos asuntos, fríamente perdemos de vista las imágenes, el sufrimiento de los niños, o las caras de madres y padres llorando sus tragedias. No es, al menos, mi caso. Pero si algo me queda claro tras años de analizar y escribir sobre el conflicto sirio y otros similares, es que cuando las espirales de violencia se precipitan sin parar, y cuando diversos actores externos no solo miran pasivos, sino que activamente contribuyen a que esas espirales violentas se perpetúen de manera inescapable, esto es lo que pasa. Las armas químicas. Las culpas aventadas. Y detrás de ellas, las imágenes atroces que todos vimos en la semana.
Esta ocasión, como muchas otras, la autoría del ataque químico parece encontrarse en las fuerzas leales a Assad. No porque los rebeldes sean inocentes de haber utilizado armamento químico en el pasado. Sino por la dimensión, las características del ataque, los análisis de expertos en la materia que detallan el tipo de material químico que parece haberse usado el martes, y por el historial de ataques de naturaleza muy similar. Esto deberá confirmarse con las investigaciones y no supone inmediatamente que el propio Assad hubiese autorizado el ataque. Ya en el pasado hemos visto situaciones en las que altos mandos del ejército sirio han efectuado actos similares sin haber consultado al presidente, aunque se trata de casos excepcionales. Sin embargo, es imposible obviar que hasta ahora, cada vez que ha ocurrido un ataque químico de semejantes dimensiones, las investigaciones documentadas por la ONU y por organizaciones internacionales, han indicado que el autor ha sido el ejército sirio.
Antes de meternos en los potenciales móviles del ataque químico y de la represalia estadounidense, es necesario ofrecer un recordatorio al lector acerca los múltiples componentes de este complejo conflicto. La guerra siria no es una guerra a dos bandos. En ella lucha el presidente Assad, asistido por Rusia e Irán, y por milicias chiítas armadas y financiadas por éste último. Contra el presidente combaten milicias llamadas “laicas” afiliadas al Ejército Sirio de Liberación, milicias islámicas locales, la filial de Al Qaeda en Siria, e ISIS. Potencias regionales como Arabia Saudita, Turquía y Qatar, asistidas por la CIA, se encargaron de armar, financiar y apoyar a distintas milicias rebeldes desde al menos 2012. Sin embargo, muchas de las milicias rebeldes laicas e islámicas, también compiten y combaten entre sí. Los kurdos forman parte de este entramado, pero no en contra de Assad, sino protegiendo sus propios intereses, a veces atacándole, otras colaborando con sus fuerzas. La filial de Al Qaeda, antes conocida como el Frente Al Nusra, también ha combatido contra muchas de las otras. Todos pelean contra ISIS, e ISIS pelea contra todos. Todos los actores que se han involucrado tienen sangre civil y crímenes en sus manos. Ha habido una gran cantidad de atentados terroristas, masacres y uso de armas químicas por parte de distintas milicias y agrupaciones que he señalado.
Ahora bien, con los distintos bandos financiados y sostenidos por diversos patrocinadores internacionales, la guerra se mantuvo en una especie de equilibrio prolongado, hasta que, en 2015, Moscú decidió intervenir ya no con armas y dinero, sino de manera directa para revertir la balanza a favor de su aliado, Assad, lo que consiguió a lo largo del 2016. Muchas milicias, tras perder posiciones y sentirse reducidas, decidieron pactar un cese al fuego, y han estado negociando la prolongación del mismo, e incluso empiezan a pensar en un acuerdo de más largo plazo. Pero hay otras milicias que han optado por seguir peleando. Varias de ellas, han formado una coalición con la filial de Al Qaeda, y bajo ese paraguas han establecido una milicia renovada, Tahrir al Sham, la cual lanzó una feroz ofensiva en las últimas semanas contra el ejército sirio, y de paso, una nueva ola de atentados terroristas contra civiles que habitan en las zonas controladas por el gobierno. Entonces, sobrevino el ataque químico de esta semana, presumiblemente la respuesta de Assad, precisamente en territorios controlados por la rebelión.
La cuestión de las armas químicas fue crucial en años previos no solo por tratarse de violaciones a convenios internacionales, sino porque, además del impacto devastador en las víctimas directas, conlleva una serie de efectos psicológicos difíciles de dimensionar. Primero, en una población que se siente vulnerable y se aterroriza. Pero también a nivel internacional, pues las fotografías y videos transmitidos provocan importantes reacciones en la opinión pública, y, por tanto, una enorme presión en actores políticos varios. Es así como cuando se confirmó el reiterado uso de este tipo de armamento por parte de Assad en 2013, Obama pareció estar finalmente dispuesto a atacarle. Salvo que no lo hizo. Moscú ideó una estrategia mediante la cual el presidente sirio se desharía de sus armas químicas, y la Casa Blanca se ahorraría el problema de atacar al aliado del Kremlin. La cuestión es que, si bien Siria se deshizo de la mayor parte de su arsenal químico, los reportes de ataques por parte del régimen siguieron fluyendo.
En caso de confirmarse que la orden del ataque provino de Assad o de los mandos del ejército, sería válido cuestionar cuál podría ser la lógica para emplear este tipo de armamento y atraer la atención internacional, siendo que en el terreno militar la guerra marcha en su favor. Assad o alguien dentro del régimen, podría estar pensando que era hora de enviar un mensaje masivo, y quizás definitivo ante la nueva ofensiva de los rebeldes que se han aliado con Al Qaeda, y así, usando el terror que las armas químicas provocan entre la población, mermar el respaldo con el que estas milicias pudiesen contar en los territorios que aún controlan. Esto, en el pasado ha provocado incluso que estas milicias tengan que replegarse o retirarse de ciertas localidades. Adicionalmente, el presidente sirio pudo haber estimado que en tiempos en que Trump estaba mucho más preocupado por otros asuntos, y en los que la embajadora estadounidense ante la ONU declaraba que la salida de Assad del poder ya no era la prioridad de Washington (marzo 30), el uso de armas químicas no tendría mayores consecuencias. Justo eso es lo que orilla a la administración Trump a responder de manera inmediata.
La legalidad o legitimidad de la represalia estadounidense ya a estas alturas han sido cuestionadas y eso puede ser materia de otra discusión. Me concentro en la lógica desde la óptica geopolítica y las implicaciones tanto del ataque químico como de la represalia de EU: (1) Trump da un viraje de 180 grados en lo que podríamos identificar como su postura personal. En su visión, el haber atacado a dictadores y líderes como Hussein o Gaddafi fue completamente errado. Lo más probable es que miembros de su gabinete como McMaster, Mattis o el propio vicepresidente Pence, influyeron en la decisión de tomar acción ante el ataque químico; (2) Parte de la lógica detrás de esta represalia fue implementar una especie de medida punitiva, aparentemente limitada (mediante un ataque o más, pero de carácter limitado), con el objetivo específico de disuadir a Assad. El mensaje es que las armas químicas son, en efecto, una línea roja; (3) El otro mensaje, fundamental desde la lógica de una superpotencia como EU es que, a diferencia de Obama, esta administración desea que se sepa que Washington no solo cuenta con la mayor fuerza militar del planeta, sino que está dispuesta a utilizarla, una advertencia destinada a actores como Irán, Corea del Norte, China, y por supuesto a Rusia; (4) Putin, por supuesto, intenta desde ya enviar sus contra-mensajes. Rusia incrementará su presencia en Siria, país que considera su zona de influencia, y abandona los acuerdos que tenía con Washington para evitar cualquier roce militar entre ambos ejércitos en suelo sirio; (5) Uno de los mayores riesgos, es, por tanto, el escalamiento. Esto podría ocurrir si Assad decide responder mediante ataques menores contra las fuerzas especiales de EU que ya operan en Siria combatiendo a ISIS, o bien si decide dificultar sus movimientos. En una afrenta mayor, Assad podría continuar usando armamento químico intentando mostrar que no será disuadido. En ese punto, Washington debería decidir si sigue alimentando la espiral, lo que podría involucrarle en el conflicto más de lo que Trump desea; y (6) Washington y Moscú se exhibirán mutuamente todo el músculo que puedan, pero tratarán de contener cualquier fricción directa entre ellas. Sin embargo, al estar los aviones, barcos y tropas rusas tan presentes en Siria, y mucho más, si esa presencia sigue escalando, y EU es empujado a seguir respondiendo contra Assad, el peligro de algún incidente que se salga de las manos de todos, es real. Esto último es lo que más debe ser valorado por la comunidad internacional, al margen de los juegos de guerra entre Rusia y EU. Este es el momento en el que se debe pasar de las condenas iracundas a los máximos esfuerzos diplomáticos que hayamos visto en las últimas décadas.
Twitter: @maurimm