Después de los Oscar, hace un año, Trump arremetió: “Los Oscar fueron una gran noche para México y como no, si están robando a Estados Unidos más que cualquier otra nación”. Eso le dio la idea de construir un muro que efectivamente separe a los dos países y decir que la edificación la pagaría México.

El desplante crece de tal manera que lo que parecía una payasada, puede convertirse en la primera gran tragedia del siglo XXI. Trump insiste que los mexicanos son violadores, criminales y narcotraficantes. En Estados Unidos, salvo algunas reacciones espasmódicas, particularmente la de Joe Biden, en su visita a México, no se había dado respuesta.

La respuesta oficial mexicana vino después de la declaración de Biden y del salto inelegante al escenario de los dos ex presidente panistas Fox y Calderón, cada uno conforme a su peculiar manera de injuriar, a la baja altura del magnate. La secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, expresó ya oficialmente lo que México comparte: la política del aspirante republicano Donald Trump es ignorante y racista. Es “absurda” la idea de que México pague por una muralla en la frontera.

Se pensaría que Trump odia a México. No lo creo. Lo hace por la atmósfera propicia para humillar a los mexicanos, que reditúa popularidad y beneficios electorales. Eso es lo preocupante: alimentar el odio y la xenofobia en un país que ve en las expresiones racistas la reivindicación de sus frustraciones sociales. Son muchos factores: no resisten vivir al lado de una amenaza café (the brown menace); que los inquilinos de la Casa Blanca sean afroamericanos; que los estudiantes indios o mexicanos ganen premios académicos, que un país desarrollado empiece a poblarse con migrantes de los países pobres y atrasados, los blancos se sienten extranjeros en su propio país.

No puede olvidarse que no hace muchos años, en Texas por ejemplo, había espacios reservados exclusivamente a los blancos y lugares públicos en que no se permitía el acceso a mexicanos ni a perros.

El punto es que un sector importante de Estados Unidos revive un sentimiento antimexicano que puede comprometer la relación de los dos países. Las relaciones bilaterales son eso, de ida y vuelta. Mientras en México los últimos años nos habían llevado a un acercamiento sincero, de simpatía y amistad leal con Estados Unidos, en el país existen resentimientos y agravios con sellos históricos. A nadie conviene renovar rencillas. En México viven millones de ciudadanos de Estados Unidos y lo visitan todavía muchos más. No conviene al país que dejen de venir.

En última ocurrencia Trump preguntaba al auditorio de embelesados fanáticos: ¿Quién va a pagar el muro que ahora construiremos todavía más alto? ¡Méxicoooo! era el clamor al unísono. El velado sentimiento nativista encubado desde hace más de un siglo, aflora en expresiones de odio a los mexicanos. La teoría de la supremacía blanca ha regresado a muchas de las conciencias.

El punto es que si las elecciones fueran hoy es altamente probable que Trump fuera el presidente de Estados Unidos. Por lo pronto nadie que haya ganado las primarias de New Hampshire y South Carolina, así como el Supermartes, como hizo Trump, no ha sido el candidato republicano.

Obama declaró que confía en la “sensibilidad” del pueblo norteamericano que “sigue creyendo que el señor Trump no será presidente”. Hasta el papa Francisco, dechado de prudencia, le recriminó su falta de cristiandad por poner muros en lugar de puentes. No obstante nada le afecta.

El tiempo y Trump siguen adelante. ¿Podrá Hillary con él? Lo único que consuela es que si gana, los mexicanos tendrán la oportunidad única de estar, por primera ocasión en muchos años, todos unidos contra esa amenaza real, efectiva y, confiemos, no cumplida. La gran pregunta es si gana la presidencia, ¿lo felicitará el gobierno de Peña Nieto?, ¿qué le dirá? y ¿le deseará éxito en su gestión?

Miembro del SNI

@DrMarioMelgarA

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