Peña Nieto escribió su tesis de licenciatura sobre la presidencia de Álvaro Obregón. El hecho mostraría interés por uno de los caudillos de la Revolución. Debió haberse enterado de una de las facetas más interesantes del general Obregón: su devoción por los intelectuales. La liga del caudillo con José Vasconcelos permitió una de las grandes epopeyas culturales de México: la campaña de alfabetización, la creación de la SEP y la cruzada cultural. Jamás hubieran dicho no a la evaluación docente.

A Obregón se le atribuye una sigla de acrónimo: CROM: Calles Roba, Obregón Mata. (Había otro: Como Roba Oro Morones y luego de regreso Más Oro Roba Calles). No obstante esa mala fama, Obregón favoreció las ideas de Vasconcelos y hasta la construcción de un majestuoso estadio deportivo en la Colonia Roma Sur, ahora inexistente. Además incursionó en las relaciones con intelectuales universales. El español Vicente Blasco Ibáñez lo visitó para afinar un libro sobre el militarismo mexicano. Obregón, con el ingenio característico, le comentó a Blasco Ibáñez que seguramente ya le habían dicho que él (Obregón) era un ladrón.

—Mi general, no tiene por qué hacer caso de habladurías, son rumores, calumnias—. Obregón, sin aparentar haberlo oído, hizo célebre su chiste que perdura casi un siglo después: “Soy ladrón lo reconozco. Pero tome en cuenta que no tengo sino una mano, mientras que mis adversarios tienen dos. Por eso es que la gente me prefiere a mí, pues no puedo robar tanto como los otros”. El novelista Blasco Ibáñez quedó fascinado con Obregón y escribió los mejores párrafos que entonces se le dedicaron.

La ruptura con los intelectuales es un lastre del gobierno de Peña Nieto, pues son los intelectuales quienes escribirán el capítulo que le corresponde en la historia patria. Hoy más que nunca necesitamos escuchar nuevas voces. El poder no debe mirar a los intelectuales con desconfianza, sino escucharlos. Esa es la función del intelectual: una actitud, un estado mental, una función central como buscar la verdad, oponerse a las mentiras. El intelectual en México es la conciencia crítica del pueblo. Por ello los gobiernos incorporaban a intelectuales en sus gabinetes o procuraban la relación regular para escucharlos, para recibir sus críticas y orientaciones, para saber qué piensan los que piensan. En este sentido el presidente Lázaro Cárdenas, hombre sumamente inteligente, no necesariamente un intelectual, entendió la sugerencia de Daniel Cosío Villegas de acoger en México a los intelectuales de la República española. Atender el consejo rindió frutos para el país como El Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica y la semilla que fructificó en la UNAM.

La lista de intelectuales en los gabinetes es abundante: Ávila Camacho y López Mateos tuvieron a Jaime Torres Bodet, Alemán con la lista más amplia: Alfonso Caso, Antonio Martínez Báez, Andrés Serra Rojas, Francisco González de la Vega y también a Torres Bodet. Ruiz Cortines a Carrillo Flores, Díaz Ordaz a Agustín Yáñez, Echeverría a Jesús Reyes Heroles, al igual que López Portillo y Miguel de la Madrid que lo incorporaron a sus equipos. De la Madrid además invitó a Guillermo Soberón, Carlos Salinas a Jorge Carpizo y Diego Valadés, y Ernesto Zedillo a Julia Carabias y a Juan Ramón de la Fuente. Fox designó a Jorge Castañeda Gutman. Después ninguno.

No todo mundo quiere a los intelectuales, es cierto. El general Eisenhower no les tenía mucho aprecio. Los definió como “las personas que utilizan más palabras de las necesarias para decir más de lo que saben”. No obstante, un gobierno que no escucha a sus críticos, que no toma en cuenta sus ideas, que desprecia las propuestas de los que piensan y saben está condenado a mantener una brecha que finalmente puede ser su tumba y es negación de la democracia.

Miembro del SNI.
@DrMarioMelgarA

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