Tal vez no lo haya notado pero algo se está moviendo en México y es esperanzador. El tema no se ve a simple vista porque para muchos medios de comunicación sólo tiene cabida el discurso oficial, y desde el gobierno hay un esfuerzo importante por dar una imagen de normalidad, como de aquí no pasa nada, cuando lo cierto es que no es así.

Como ejemplos basta mirar dos eventos de esta misma semana: el primero convocado, entre otros, por el Instituto Mexicano para la Competitividad y Transparencia México, que reunió el pasado lunes a expertos en transparencia y rendición de cuentas de Rusia, Estados Unidos y México, para hablar de cómo combatir la corrupción en el país. El segundo, será el próximo miércoles 15 de octubre en casa Lamm, y el debate será sobre cómo enfrentar la persistente corrupción, con especial acento en los casos de Brasil y Guatemala, evento organizado por la Fundación Heinrich Böll.

Pero así como esto ocurre en el combate a la corrupción, pasa algo similar con el tema de los derechos humanos colocado en el centro de la agenda en las últimas semanas gracias al trabajo en México de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Actores que de la mano de organizaciones nacionales han logrado avances muy importantes a la hora de visibilizar problemas por lo general vistos como de sólo unos cuantos.

Y por si fuera poco, hay otros esfuerzos también desde la sociedad civil para tejer alianzas que permitan entender desde otra forma el combate a la pobreza y a la inequidad en el país. Quien quiera entender más de este tema puede seguir el trabajo de colectivos como la Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, el Instituto de Estudios sobre la Transición Democrática y Sociedad en Movimiento, entre muchos otros.

Lo que está pasando en México es que la sociedad civil está haciendo las cosas de forma distinta en varios sentidos. Primero, es más estratégica. No aborda los problemas como abstracciones sino que cada vez es más precisa en sus diagnósticos y medidas a seguir. La tradicional pulverización de sus demandas va cediendo poco a poco a la construcción de agendas comunes. Y lo que es evidente, es que comienza a haber más actores políticos que están viendo que en el diálogo con las organizaciones ciudadanas, pueden encontrar una salida a la crisis de representatividad y credibilidad que hoy enfrentan.

Esto va en el sentido correcto. No es espectacular, ni mediático ni dará resultados de corto plazo. Entre otras razones, porque el gobierno del presidente Peña Nieto no reconoce las tres crisis: la de corrupción, derechos humanos y combate a la pobreza. Y si no se reconoce que algo está mal, es obvio que tampoco piensa hacer nada para resolverlo. Este freno puede generar desánimo que conduzca a la inacción.

Para evitar eso es necesario cambiar el horizonte de tiempo y dejar de pensar que todo tiene que ocurrir ahora o en lo que resta del sexenio. Ojalá fuera así pero las resistencias son muchas. Por eso hay que entender que si por el momento se avanza en agendas y alianzas, se logra mucho, pues ya vendrá el momento político para que estos temas avancen. Las coyunturas políticas a veces tardan pero llegan, y en 2018 se abrirá un espacio para discutir en serio muchos de estos temas.

En momentos en que parece que nadie escucha el malestar social, que el gobierno minimiza los problemas y muchos medios de comunicación parecen más al servicio del poder que de los ciudadanos, vale la pena tomar nota de lo que está pasando fuera del radar, porque ahí está la esperanza de que nuestro futuro será mucho mejor que nuestro triste presente.

Politólogo y periodista

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