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El Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea), evaluación que se aplicó en junio de este año a una muestra nacional de alumnos al final de la primaria (104 mil) y la secundaria (144 mil), informa al respecto del logro de aprendizajes esenciales al final de cada ciclo: es decir, lo que hay que haber aprendido para seguir aprendiendo. La elaboran el INEE y la SEP, y tiene dos modalidades: la referida al Sistema Educativo Nacional (SES), y la que se aproxima al logro en los centros escolares. ¿Qué se halló con respecto al SES? ¿Qué nos advierte del conjunto y la diversidad?
Datos que aluzan y calan: se agrupa a los alumnos en cuatro niveles: el I indica un aprendizaje endeble, frágil, y el IV a lo programado, e indispensable, para todos. En lenguaje y comunicación, al terminar primaria, la mitad (49.5%) fueron ubicados en el más bajo, y sólo 2.6% —3 de cada 100— en el esperable. Un tercio en el II, pues saben un poco más que casi nada, y 15% entre regular y suficiente, pero no lo necesario. En matemáticas la situación es peor en el grupo con plena insuficiencia, pues luego de seis años “no resuelven problemas aritméticos con números naturales”: 6 de cada 10 tienen dificultad para contar y ordenar. Los que dominan naturales, decimales, fracciones y promedios, nivel IV, son 7 de cada 100. Para acabar pronto: el SES conduce a lo ineludible para seguir aprendiendo con certeza a 3 de 100 en materia de comunicación y lenguaje, y a 7% en relación con los números. Al 50 y 60%, respectivamente, deja desvalidos.
Cuando terminan secundaria, de los que pudieron concluir el ciclo (la merma es grande) 30% fallan en lenguaje y comunicación, y 65% en matemáticas. Consiguen lo establecido nada más 6% en comunicación, y 3 de cada 100 en matemáticas. Sin palabras.
Lo que indigna más, es que esta situación, de por sí mala, sea luego tan desigual: si tomamos en cuenta el nivel de marginación de la localidad en la que está la escuela, al terminar primaria en aprendizaje comunicativo, las que están en situación de alta y muy alta exclusión colocan al 62% en la ignorancia, 50% en las zonas de condiciones medias, y donde es nula o baja la pobreza, 34%. En el mismo orden, el nivel máximo de logro es 0.9, 2.1 y 5.3%. Si se compara el mismo indicador por nivel de bienestar en la familia, en el sótano del conocimiento hallamos a 68 de cada 100 de los más amolados, 57% de los que siguen, 43% con un poco más de bienes y 25% de los que cuentan con recursos relativamente abundantes. Menuda brecha.
La capacidad de leer, escribir, expresarse y entender varía según el tipo de escuela: 8 de cada 10 no avanzaron casi nada en las indígenas luego de 6 años; les pasó lo mismo a 7 por decena en las comunitarias, 6 en las generales públicas y a 1, sólo 1, en las privadas.
“Los resultados de Planea subrayan que el principal desafío de la política educativa es la reducción de las desigualdades en las oportunidades de aprendizaje”. Así concluye el INEE.
La llamada reforma educativa, tan celebrada, se estrelló contra la montaña de la injusticia. Al planeador le faltó viento para seguir volando, y la caída mostró sus endebles cimientos y principal defecto: la simplificación. A saber: el corazón de la reforma es la evaluación de los y las profesoras del país, causa de todos los límites en el aprendizaje de los alumnos. Por ello suponen que, de una “examinación” masiva, inadecuada, centralista, barroca y apresurada, que amenaza, tronante, con el despido si no hay sometimiento, pero premia, manirrota, la resignación a su incoherencia con créditos de vivienda preferentes a los “ultra idóneos”, surgirá la calidad educativa. Los resultados de Planea desnudan la inconsistencia del diagnóstico y revelan su intención: control. Con el país han chocado. Y duro.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton
mgil@colmex.mx