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Este 5 de junio se cumplió un año de la partida de don Manuel Camacho Solís. Es momento pertinente para recordarlo por su austeridad, serenidad y madurez, divisas escasas.
Hoy frente a unas elecciones polarizadas y despiadadas, a la puerta de una crisis emergente en el PRD, se extraña su estatura política y buenos oficios para lograr acuerdos y acercamientos que se antojaban imposibles.
Don Manuel Camacho, amigo y maestro, me dejó innumerables lecciones sobre la política, la vida y la condición humana. De entre todas ellas, la de mayor huella es hacer de la objetividad una regla. Aprendí a ver la realidad con optimismo, pero sin adornos; a tener la mente y el corazón abiertos para entender a los compañeros, pero también a los adversarios; a tener una visión de Estado en contra tesis de calcular sobre la base del partido o grupo, y siempre desde una perspectiva patriótica y democrática. Me mostró que la honestidad intelectual es la forma más auténtica y poderosa de influencia que supera y contrapone a la cortesanía, el elogio fácil y la adulación.
Vivió con intensidad y pasión la política y su amor por México. Fue un actor principal de los hechos de la vida pública más importantes del país de los últimos 40 años y siempre propuso una ruta a través del acuerdo.
Fue un hombre respetado. En doce años que caminamos por las calles de diferentes partes del país nunca observé a alguien que le hiciera un gesto de repudio. Este respeto junto con su autoridad y trascendencia política fueron sin duda lo que más lastimaba a sus contrincantes. Su carácter y gran disciplina le permitieron enfrentar la adversidad, nunca se dobló ni fracturó en la política o la enfermedad.
Don Manuel murió sin ver la construcción del acuerdo nacional al cual le dedicó gran parte de su vida y sin una izquierda democrática, unida, progresista, dialogante, pero congruente. La mejor forma de honrar su memoria y mantener vivo su legado es continuar esta lucha.
Senador