“El miedo y el deseo rigen el comportamiento de las masas”. Rob Riemen

 

Después de inhabilitar a la Asamblea Nacional y de contravenir un sinnúmero de disposiciones constitucionales, Nicolás Maduro optó por comerse la enchilada completa y, por encima del orden jurídico, presentó a la presidente del órgano electoral —controlado por el Ejecutivo— la convocatoria a una nueva asamblea constituyente. La elección está convocada para el 30 de julio, cuando deberán elegirse 500 asambleístas, la mayoría adeptos al régimen, para redactar una nueva constitución, que le daría amplio margen de maniobra y legitimidad a su permanencia en el poder. Ese parece ser su plan. 

La oposición reaccionó y convocó de inmediato a un referéndum, en el que 7.6 millones de venezolanos se pronunciaron en forma pacífica y organizada, pero rotunda, en contra de dicha convocatoria. En el ínter Nicolás Maduro declaró que, si fuera necesario, defendería la revolución bolivariana con las armas, lo que en términos prácticos debe leerse como su decisión de mantenerse en el poder a cualquier costo. 

Maduro cuenta con la Guardia Nacional, directamente responsable de mantener a raya en las calles a la oposición, con milicias cívicas, grupos de choque y francotiradores. Del otro lado: millones de venezolanos que en forma pacífica, pero contundente, reclaman el retorno al Estado de Derecho. Ejército y Armada —165 mil efectivos—, mantienen un cauteloso silencio. 

Los cercanos seguidores del chavismo ven en el liderazgo de Maduro el desahogo de rencores, resentimientos y frustraciones. En palabras de Rob Riemen, son parte del hombre masa para quien el rencor más profundo es el que se dirige a todo lo que sea difícil, lo que no puede ser entendido o lo que suena elitista. En esta visión, lo elitista es antidemocrático, pues no viene del pueblo. Maduro representa al pueblo. 

La economía es un caos. Si Estados Unidos, su principal comprador de petróleo junto con China, se pronunciara por el embargo, la economía venezolana iría del caos al despeñadero. El sostén ideológico del régimen es cada día más débil. Como lo señala Sartori, la exaltación de la revolución permanente se convierte en la justificación perfecta para instaurar la dictadura permanente. 

La oposición no propone una revolución. Su planteamiento es mucho más sencillo: la vuelta a la vida democrática, al Estado de Derecho y al camino del bienestar económico y social de los venezolanos. Ninguno de estos planteamientos es novedoso o extraño para la historia de Venezuela. No buscan nada nuevo. Sólo recuperar y mejorar lo que ya tenían. Frente al desgaste político y social de varias décadas, Chávez y Maduro tiraron por la borda lo que quedaba. En palabras de Sartori, el revolucionario, sin nada en la cabeza, no se convierte en palanca de la historia, sino en su enterrador. 

Quienes han estudiado a fondo el tema del fascismo europeo lo atribuyen a la disfuncionalidad de las élites que no atendieron sus responsabilidades morales y sociales y se ocuparon únicamente de sus intereses. Esto generó resentimientos que sirvieron de abono a una política basada en el odio y el rencor. Las nuevas élites habrán de corregir el rumbo. Los militares seguramente se pronunciarán una vez que el cambio sea inminente. 

En una negociación con la oposición, voluntaria o por presiones, Maduro no tiene posibilidad alguna de mantenerse en el poder. Incluso si interviene Cuba como facilitador —el único actor externo aceptable— el balance final para Maduro y su grupo es muy poco halagüeño. Del pastel venezolano que se apropiaron sólo quedan migajas. El gobierno ya no tiene con qué comprar voluntades, ni dentro ni fuera. En el mejor de los casos, Maduro y sus cercanos pasarán las próximas navidades en el olvido, en alguna playa cubana. 
 

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@coppan.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses