La victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen fue contundente: 66% -34%. Y la victoria no sólo fue para aquellos franceses temerosos de la ultraderecha, cuyo fantasma ha estado presente por varias décadas y que nunca estuvo tan cerca de ocupar la presidencia. La victoria fue también para quienes, dentro y fuera de Francia, temen el retorno del nacionalismo a ultranza y su más inmediata consecuencia: la desintegración de la Unión Europea.
Sin embargo, varios hechos en esta elección resultan sin precedente. Por primera vez en la historia reciente de Francia los partidos tradicionales quedan fuera desde la primera vuelta. Hace un año nadie hubiera apostado un euro por Macron presidente. Tampoco a que la ultraderecha se llevara 10 millones de votos. En una etapa de confusión e incertidumbre, los partidos y los políticos tradicionales quedaron fuera. Los electores ya no creen en ellos. Macron es un economista, empresario de 39 años. Pero no es un político experimentado. Quizás su principal activo fue su ausencia de defectos como político, aunque sus virtudes de gobernante tampoco las conocemos.
Para muchos la celebración por el triunfo de Macron es más por lo que evita que por lo que podrá aportar para sacar a Francia y a Europa del desencanto político, el estancamiento económico y la caída de expectativas de calidad de vida, en particular para los jóvenes.
¿Pero quién es realmente el enemigo a vencer? En el arranque del siglo XXI el terrorismo internacional marcó la pauta en la política mundial. En este nuevo entorno, en ocho años EU pasó de la estabilidad económica y el superávit fiscal y comercial, a un escenario con dos nuevas guerras, déficit fiscal y comercial sin precedente y la peor crisis financiera desde 1929, que como virus maligno se extendió por el mundo.
La cultura del miedo de George W. Bush fue tan exitosa, que después de ocho años de bloquear al gobierno demócrata, en 2016 los republicanos lograron una inesperada victoria con un candidato por el que un año antes nadie hubiera apostado un dólar. También aquí los políticos tradicionales fueron desplazados por políticos improvisados con discursos estridentes. Mismo fue el caso del triunfo del Brexit. A los electores decepcionados y temerosos, les ofrecieron lo que querían escuchar, no lo que les podían dar.
La tesis que sostiene que el voto es más emocional que racional, ha cobrado mayor sentido en el siglo XXI. Y los políticos parecen ignorarlo. Peor aún, uno de los defectos más graves de los políticos contemporáneos parece ser su amnesia electoral. Una vez en el poder, se olvidan de que sólo un segmento de la población votó por ellos. En la primera vuelta Macron obtuvo 24% de los votos. Trump triunfó por el voto indirecto, pero en el directo quedó dos millones abajo. El Brexit ganó por una mínima diferencia. En un ambiente de creciente polarización política los votos en contra suelen tener mayor carga emocional que los votos a favor.
Y México no es la excepción. En 2006 el candidato del PAN ganó por una mínima diferencia y sin embargo poco hizo por congraciarse con todos aquellos que votaron en contra. En 2012 su partido pierde la elección. El PRI recupera el poder con tan solo un tercio de los votos sufragados. Y hoy en día tres de cada cuatro ciudadanos consideran que el gobierno no trabaja para ellos. Los reclamos sociales no han cambiado y su vocero principal adquiere cada día más fuerza. ¿Quién es en este entorno al enemigo a vencer? ¿El candidato o las inconformidades de quienes lo apoyan?
El triunfo de Macron ratificó que en política no hay tendencias irreversibles, lo que es sin duda una buena noticia. Pero también dejó en claro el contraste entre la memoria política del electorado y la amnesia electoral de los políticos.
Especialista en temas de seguridad
y política exterior.
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