En 1459 nació en Alemania Jacob Fugger, considerado por muchos el hombre más rico de la historia. Al morir su fortuna se estimaba equivalente al 2% del PIB europeo. Su apoyo financiero hizo posible a Maximiliano I y, su nieto, Carlos V, acceder al rango de emperador.

Hijo de comerciante, Fugger muy pronto reconoció que los buenos negocios consistían en comprar donde había y vender donde hacía falta. Se convirtió en uno de los principales mineros de Europa. Después financió una nueva ruta para comerciar especias con la India y finalmente incursionó en las finanzas, compitiendo con la Banca de los Medici y con la del Vaticano. Cuando murió, en 1525, su firma tenía presencia en toda ciudad importante de Europa.

Lo que Fugger hizo en la práctica en el siglo XV, en el siglo XVIII Adam Smith (1723-1790) lo llevó a teoría económica. En su obra magna La riqueza de las naciones, Smith enaltece el liberalismo económico “dejar hacer, dejar pasar” (laissez faire, laissez passer). A mediados del siglo XVIII surge en Inglaterra la primera Revolución Industrial y sus economistas David Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873) dan sustento teórico al liberalismo económico. La Gran Albión se convierte en la primera potencia capitalista de la historia.

En el siglo XX, la principal ex colonia de Inglaterra, heredera de sus ideas y tradiciones, se convierte en la primera potencia mundial. El liberalismo económico a todo vapor. En la segunda mitad del XX, 28 naciones europeas enmarcadas en alguna variante del capitalismo adoptan el libre paso de personas, servicios, mercancías y capitales. La muestra más acabada de la internacionalización del liberalismo económico. Las tecnologías de las comunicaciones, los transportes y la cibernética dan paso a la globalización económica. Mientras esto sucede, en menos de un siglo el modelo socialista muestra franco agotamiento, con la sola excepción de China, que se autodenomina economía de mercado socialista.

Pero algo extraño sucede en el siglo XXI que las dos naciones que llevaron el liberalismo económico a su máxima expresión empiezan a hablar de proteccionismo, soberanía económica, aislamiento, barreras y aranceles, controles fronterizos y migratorios, postulados que ciertamente se alejan del liberalismo económico.

El resultado del Brexit nos cae como balde de agua fría. Lo que buscaba ser un proceso de legitimación de las políticas del gobierno británico, se revierte en su contra, lo deja fuera y a Gran Bretaña al margen de la entidad económica internacional más rica de la historia.

Pero este cuento no termina en el país donde “los que no tienen futuro decidieron el futuro”, en referencia al voto de la gente mayor a favor del Brexit. Mientras esto sucede en Europa, en Estados Unidos surge, como por generación espontánea, un candidato con un discurso proteccionista, aislacionista, xenófobo y en contra de los lineamientos que guiaron en el siglo XX la actuación internacional del principal artífice de la globalización económica.

Que los dos mayores exponentes del liberalismo económico den muestras de drásticos golpes de timón no es un asunto menor. La explicación puede encontrarse en la crisis económica de 2008, en los inesperados flujos migratorios procedentes de Asia y África, en el desgaste de las estructuras políticas tradiciones, en la creciente desigualdad económica o en todas las anteriores. ¿Son ajustes parciales o estamos presenciando la involución del capitalismo hacia esquemas que parecían superados hace varios siglos? ¿Debemos preocuparnos y ocuparnos, o simplemente sentarnos a esperar que la historia nos muestre qué sigue después del capitalismo y el liberalismo económico?

Especialista en temas de seguridad y política exterior

lherrera@coppan.com

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