La sociedad internacional pasó del siglo XX al siglo XXI con el sello de la globalización: el traslape de las fronteras nacionales con cadenas productivas, comercialización, telecomunicaciones e incontables movimientos de personas y servicios. Las telecomunicaciones han servido para la divulgación de información, ideologías y mensajes que trasminan en forma masiva las fronteras de los estados.

Importante destacar que la globalización no es una nueva estructura política, sino una novedosa dinámica de interacciones. Y, para muchos efectos, la globalización se contrapone con los nacionalismos tradicionales. La mayor parte de las naciones son Estados que cuentan con territorio y gobierno y los gobiernos suelen ser muy celosos de lo que sucede en su territorio.

El fin de la guerra fría —para muchos el fin de la historia— y la presunción de que el capitalismo occidental con los valores que conlleva —democracia, libre comercio, libertades individuales, etc.— había triunfado, no solo resulto pretenciosa, sino incluso fuera de la realidad.

Hay quienes dicen que uno de los grandes brincos del siglo XX al siglo XXI fue pasar de sociedades estado-céntricas a sociedades socio-céntricas. Sin embargo, los gobiernos autocráticos del siglo XXI no parecen compartir este enfoque. Un buen ejemplo del como los nacionalismos de Estado se contraponen a la presunta universalización de valores ha sido la regresión, en la última década, de políticas de Estado que en lugar de ampliar la participación ciudadana tienden a restringirla.

Hace unos días se aprobó en China una nueva ley que traslada la supervisión de las ONGs del Ministerio de Asuntos Civiles al Ministerio de Seguridad Pública (policía). Particularmente las ONGs extranjeras son ahora objeto de estrictas regulaciones para operar en su territorio.

Pero no es solo el caso de China. También en la India se ha revertido el proceso. Mayores restricciones y márgenes de maniobra para las ONGs han llevado a perder su registro a millares de organizaciones. Y mismo es el caso de Rusia, que en 2015 aprobó una nueva ley para prohibir las ONG extranjeras consideradas “indeseables”. Y de países como Etiopia o Egipto, en la misma tendencia. Estos cinco países albergan cerca de tres mil millones de ciudadanos.

Estos hechos nos indican lo lejos que estamos de valores o tendencias de carácter universal. Y que incluso las tendencias que podemos considerar positivas, pueden ser revertidas. Los nacionalismos a ultranza, sean estatales o societales, tienden a cerrar fronteras. Es el caso en los países europeos frente a la inmigración de los últimos años. O de los términos de la negociación comercial que busca imponer EUA a los europeos con concesiones sin reciprocidad.

No hay que olvidar que la nación es una construcción histórica que alude a valores, tradiciones y costumbres que dan identidad y pertenencia a un grupo social, pero que son Estado y sociedad quienes le dan al nacionalismo contenidos específicos frente a situaciones concretas, en un tiempo y espacio determinado. La buena y la mala noticia: está claro que no existen valores ni entendidos universales, pero también es claro que esto nos deja la opción de elegir.

México llegó tarde a la construcción de organizaciones sociales, incluso frente a otros países de América Latina. Sin embargo, en la últimas dos décadas esta construcción ha evolucionado y se ha robustecido con claros beneficios para México. El mérito está en todos los que participan. En quienes las impulsan y las operan desde la sociedad y entre quienes desde el Estado reconocen los beneficios y bondades de este avance. No permitamos que los miedos y los fantasmas reviertan esta evolución.

Especialista en temas de seguridad y política exterior

lherrera@ coppan.com

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