A Fernando Solana M.

Hace unos días despedimos a Fernando Solana de su paso entre nosotros. Conocí a Fernando Solana en 1988 cuando fue designado secretario de Relaciones Exteriores. Yo era director del Centro Latinoamericano de Estudios Estratégicos (CLEE) y me contrató de asesor, cuando su coordinador de asesores era Jesús Reyes Heroles, economista multifacético. A los pocos meses, después de una de nuestras conversaciones, en su tono siempre amable pero no poco persuasivo, Fernando me dijo ¿Qué tal si sigues haciendo lo mismo pero aquí en la Cancillería? Esa invitación marcó mi regreso a Tlatelolco.

En un país como México, quienes aspiran a los cargos públicos lo hacen con distintas motivaciones. En tres décadas de servicio público federal aprendí que entre los distintos perfiles existe el de servidor público profesional, que son quienes participan en el quehacer público utilizando sus mejores habilidades y fortalezas para alcanzar los objetivos institucionales. Pero los hay también quienes aspiran a los cargos para hacer negocios, satisfacer sus aires de grandeza o contar con subordinados en quienes transferir sus neurosis.

Fernando Solana fue un modelo de servidor público profesional, no sólo por sus extraordinarias habilidades de administrador público, sino por el profesionalismo y compromiso con el que asumía todos sus cargos. Su olfato político era poco común, lo que le llevó a ocupar cargos del más alto nivel con cuatro presidentes. Pero ese olfato lo utilizaba para avanzar ideas, proyectos, reformas y mejoras en las instituciones que le fueron encomendadas. Nunca para encumbrase o enriquecerse. De su patrimonio personal, lo único envidiable que le conocí fue su biblioteca, extraordinario acervo de conocimiento y buen gusto.

Alguien me dijo que la vejez no es una edad cronológica sino un estado de ánimo. Los viejos ya no tienen preguntas —me dijo—, pero creen tener todas las respuestas. Fernando nunca llegó a viejo. Hasta hace unos meses nos encontrábamos en las reuniones del consejo internacional del diario EL UNIVERSAL y en otros foros, en donde compartíamos mesa. Su avidez intelectual nunca se achicó. Siempre dispuesto a escuchar y aprender. Sus comentarios aportaban a la discusión en un ambiente entre iguales. Nunca lo escuché recurrir a las glorias del pasado ni a sus experiencias personales como modelo de acción. Observaba el presente y miraba hacia futuro.

Un día Solana me dijo “todo lo que inviertas en educación y en infraestructura es una inversión para el futuro”. Vivía el presente para construir el futuro. En el quehacer internacional me tocó verlo más de una vez desenredar complicados entuertos. Poseía una extraordinaria habilidad para conectar con sus interlocutores. Utilizaba un tono suave —nada que ver con el político grandilocuente— y sabía lo que debía decirle a cada quien para avanzar las agendas. Acompañarlo en esas lides fue un privilegio y un constante aprendizaje.

Hace varias décadas que nuestros gobernantes son vistos con desconfianza y escaza o nula credibilidad por parte de los ciudadanos. Desde los altos niveles hasta los policías o los funcionarios de ventanilla. Los recurrentes escándalos de corrupción en poco ayudan a mejorar esta imagen. Sin embargo, nuestro servicio público cuenta con funcionarios que, como Fernando Solana, dan muestra de patriotismo, probidad y servicio. A ellos debemos aprenderles y seguir su ejemplo, si queremos un mejor gobierno y un mejor país.

Director de Grupo Coppan SC

lherrera@ coppan.com

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