Después de la histórica visita del sumo pontífice a Cuba y Estados Unidos, el siguiente evento de trascendencia internacional fue la conversación, que no necesariamente acuerdo, entre los presidentes Barack Obama y Vladimir Putin en torno a la situación en Siria y a la amenaza del llamado Estado Islámico (EI).

Difícil pensar que entre los otrora protagonistas de la Guerra Fría existan suficientes coincidencias como para marchar conjuntamente a la solución de la crisis en Siria. En palabras del presidente Obama “no puede haber, después de tanta sangre y matanzas, un retorno al statu quo previo a la guerra”, en clara referencia al imperativo de la salida de Al-Asad como presidente de Siria.

El presidente Putin presentó la opción opuesta, “es un error enorme negarse a cooperar con el Gobierno sirio y sus fuerzas armadas, que luchan contra el terrorismo con valentía, cara a cara”. Para el líder ruso en la categoría de terroristas están tanto los yihadistas del EI, como los sirios opositores de Al-Asad. Estados Unidos y sus aliados ven al gobierno sirio como parte del problema y no de la solución. En lo único que parecen coincidir Obama y Putin es en la lucha contra los radicales islámicos, lo que no necesariamente los hace socios o aliados.

Ambas potencias han cometido crasos errores en la región. Primero fue la Unión Soviética en Afganistán, antes y después Estados Unidos en Irán y, posteriormente, Estados Unidos en Irak, lo que en conjunto hizo posible el surgimiento del Estado Islámico, primero como una subsidiaria de Al Qaeda en Irak y luego como movimiento autónomo, con mucho mayor poder y ambición.

Cuando es evidente la magnitud de la amenaza del EI —gracias a la fragilidad del régimen sirio y al conflicto interno en ese país— es ya demasiado tarde para un golpe quirúrgico. Estados Unidos decide no actuar en 2014, no obstante los claros indicios del uso de armas químicas “el limite que no toleraremos” según dijo en su momento Obama. Esta decisión se interpreta como un acto de prudencia frente a la posición de Putin de influir en el gobierno sirio para cambiar la situación. Esto no sucedió. El número de muertos en Siria se incrementó en por lo menos cien mil personas en los últimos dos años y el EI se sigue fortaleciendo.

Al día siguiente de su discurso en Naciones Unidas y del aparente “acuerdo” con el presidente Obama, Putin, con la anuencia de su Congreso, ordenó el ataque aéreo sobre territorio sirio en pretendida persecución de las fuerzas islámicas. En la práctica el presidente Putin sigue jugando a la geopolítica regional con bola dura, sin miramientos ni consideraciones. Ha fortalecido su alianza con Irán e Irak, que por razones político-religiosas apoyan el régimen del Al-Asad. En esta evolución, Obama parece haber retrocedido en el juego varias casillas respecto de donde estaba en 2014.

Una posible alianza entre potencias con visiones tan disímiles del poder, sus usos y consecuencias, nos remonta a cuando la Unión Soviética y Estados Unidos llegaron en 1945 a Berlín a someter al enemigo común, lo que a la postre dio por resultado la partición de la ciudad y del país y la conformación de un nuevo escenario de conflicto, vértice de la Guerra Fría, que habría de persistir durante más de cuatro décadas.

Siete décadas después de la creación de Naciones Unidas, el escenario de conflicto más preocupante y costoso en la actualidad se dirime en función de intereses geopolíticos, étnicos y religiosos de unos cuantos actores. Las alianzas tácticas no han hecho más que empeorar la situación y la comunidad internacional, dentro y fuera de la ONU, no parece tener contrapeso. Mucho y poco ha cambiado el mundo desde 1945.

Director de Grupo Coppan.
lherrera@coppan.com

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