En las primeras décadas del siglo XX los líderes políticos revolucionarios arriesgaban la vida cada mañana. En el campo de batalla o en una cotidianidad en la que el asesinato político era moneda corriente. La mayoría murió asesinado.

A pregunta expresa, uno de los grandes expertos en seguridad nacional en México me decía hace unos años que el problema de la seguridad pública tenía remedio, pero quien se propusiera resolverlo debía estar dispuesto a jugarse la vida en ello. Al virtual gobernador de Nuevo León le apodan El Bronco por haber salido con sus policías a combatir a los criminales y esa es, quizás, la parte más sencilla.

El liderazgo auténtico, en las actuales condiciones, exige el riesgo. El virtual ganador de la elección en Nuevo León inicio su gestión como presidente municipal de García con la depuración de su policía, la mayoría fue a dar a la cárcel o a la calle. Del otro lado —o del mismo lado de los policías— estaban Los Zetas. Una guerra en dos frentes. Las probabilidades de ganarla eran nimias. Sobrevivió a dos atentados. Ni las autoridades estatales ni las federales fueron en su ayuda. Su abandono del PRI, partido en el que militó tres décadas, resulta explicable.

Es lugar común entre quienes se dedican al estudio del crimen organizado afirman que la expansión de las organizaciones criminales sólo es posible con la complicidad de autoridades. El presidente Calderón le declaró la guerra al narcotráfico, persiguiendo a las cabezas de las organizaciones. Sin embargo, mientras la captura de capos hacía noticia, el entramado entre organizaciones criminales y autoridades, no parece haber sufrido mayor cambio.

En otro lado del espectro, el discurso de la izquierda mexicana en contra de la injusticia y la desigualdad ha tenido fuerte arraigo en amplios segmentos de la población. Sin embargo, las cosas poco han cambiado y el descontento frente a políticos y gobiernos que simulan trabajar por la seguridad y el bienestar de todos, ha sido creciente. Ninguno de los partidos tradicionales se salva. Todos han tenido la oportunidad de hacer lo que pregonan y ninguno ha pasado la prueba, incluyendo a la izquierda.

El México bronco del siglo XXI posiblemente vaya por el derrotero que le valió el apodo de El Bronco a Jaime Rodríguez Calderón. La guerra de dos frentes. Por un lado, en contra de los criminales; por el otro, contra los gobiernos y los políticos corruptos, en cualquiera de sus modalidades.

En años recientes han surgido múltiples organizaciones ciudadanas, algunas de ellas nacionales, otras regionales o locales, que con más tesón que recursos, buscan poner un alto a una inercia de décadas de ineficiencia y corrupción. Han surgido también activistas de proyección nacional e internacional, que surgieron de eventos de violencia en contra de su propia sangre.

El México bronco del siglo XXI no aparece como un México violento. Aparece como un México de ciudadanos y organizaciones, aunque aún insuficientes, decididos a luchar y a enfrentar, por la vía de la legalidad, las inercias de un México en el que la corrupción y el mal gobierno eran atributos políticos aceptados como una fatalidad.

El caso del ahora famoso neolonés muestra dos verdades simples, pero contundentes. A la prédica del discurso antepone la prédica del ejemplo, en su vida pública y en su vida personal. Y asume riesgos, que van más allá de su integridad física. Pone también en evidencia que las alternativas existen, pero que no están dadas. Quienes efectivamente deseamos un México distinto, tenemos que luchar por ello, incluso si eso implica dejar de ser políticamente correctos y pasar a engrosar las filas del México bronco del siglo XXI, cuya principal meta es dejar atrás las inercias políticas del siglo XX, en el marco de la ley y con responsabilidad ciudadana.

Director de Grupo Coppan SC.
lherrera@coppan.com

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