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Hace unos días, en la población de Ajalpan, Puebla, dos jóvenes que realizaban entrevistas para una empresa encuestadora fueron linchados y sus cuerpos quemados por habitantes del lugar. En 1968, un evento similar, en la población de Canoa, en el mismo estado, causó conmoción. El hecho fue tan extraordinario que la historia sirvió de guión para un largometraje. Si ahora se hiciera una película por cada linchamiento de los registrados en los últimos 22 meses, se llenaría la cartelera de las salas cinematográficas del país.
De acuerdo con la investigación realizada por reporteros del diario EL UNIVERSAL, en los últimos 22 meses se registraron 24 linchamientos en el país, más de uno por mes: seis en Chiapas, cinco en Puebla, cuatro en Tabasco, cuatro en Oaxaca, tres en el Estado de México y uno en Baja California. ¿Qué nos está sucediendo? Tomemos el caso Ajalpan.
¿Qué detona el linchamiento? El trágico evento podría parecer comedia. Quizás al punto que alguien dijo que eran encuestadores, otro escuchó “secuestradores”. Rápidamente corrió la voz y no tardo en juntarse la turba. Y esto fue suficiente para encender a una población de muy corta mecha.
¿Qué hicieron las autoridades? Al juntarse la turba intervino la autoridad local. Detuvieron a los acusados y los llevaron a la presidencia municipal. Para completar la pesquisa los policías trajeron a la niña que, según decir de algunos, habían intentado secuestrar. La niña no los reconoció. Las autoridades Informaron a la turba que no había elementos para presumir la comisión del delito del que se les acusaba.
¿Cómo reaccionó la turba? La psicosis colectiva ya estaba en su punto. Desoyeron el reporte de la autoridad y exigieron se les entregara a los encuestadores. Los policías se negaron y entonces entraron por ellos. Y de paso saquearon la presidencia municipal, robaron armas, computadoras y hasta las chequeras del municipio. Quemaron documentos y varias oficinas.
¿Por qué los asesinaron? Lo que siguió sólo se puede explicar por un fenómeno de histeria colectiva y de alta propensión a la violencia y a la crueldad. Después de asesinarlos, quemaron los cuerpos de los dos hermanos en una hoguera en la plaza principal. Espectáculo sólo comparable a las ejecuciones públicas en los tiempos de la Inquisición.
Y mientras se quemaban los cuerpos, una valla de la policía antimotines del estado presenciaba el espectáculo. Les avisaron tarde y llegaron tarde. No pudieron evitar el crimen colectivo. La manifestación de la violencia como enfermedad social alcanzó su máxima expresión.
El evento muestra, por un lado, la presencia de energía negativa en un grupo humano que a la menor provocación se desencadena y se traduce en acciones de absoluta falta de respeto por la vida y la dignidad humana. Refleja también la total ausencia de cultura de la legalidad y de respeto por la autoridad y por el patrimonio público. En última instancia, es muestra del trastorno psíquico de una población capaz de consumar actos de violencia extrema a partir de rumores.
En Ajalpan también se vio una fuerza pública municipal sin los recursos y la capacidad para contener una turba y una fuerza pública estatal que llega tarde. Difícil decir que fue primero, si la gallina o el huevo. El modelo de seguridad pública no funcionó. Falló el municipio, el estado no llegó y la ciudadanía, desconfiada y acostumbrada a la violencia, hizo justicia por su propia mano, al margen de la autoridad, de la ley y del respeto a la vida humana. Por lo pronto, y como sucedió con Canoa o Iztapalapa, ahora Ajalpan quedará en el imaginario colectivo como un lugar oscuro del que conviene mantenerse alejado.
Director de Grupo Coppan SC.
lherrera@coppan.com