Una familia —o una empresa— que ve reducido su ingreso toma de inmediato una serie de medidas: reduce su gasto, procura eliminar el endeudamiento adicional y actúa con cautela para evitar pérdida del patrimonio. Es decir, el sector privado, las familias y las empresas se ajustan rápidamente a una caída en el ingreso.

En un país, la representación política va más allá de la identificación ideológica de la ciudadanía con un partido o candidato. Los ciudadanos depositan su confianza en la clase política para que no se tomen riesgos innecesarios y para que protejan el poder adquisitivo. Se confía en que tomen las decisiones correctas con prudencia responsabilidad y honestidad, y se generen las condiciones para que se dé la inversión pública y privada que permita crear más y mejores empleos, para que exista la certeza jurídica que requiere la actividad social y económica, y para que no se deteriore la confianza, ni el poder adquisitivo de los salarios.

México ha experimentado una reducción importante en sus ingresos. Al caer tanto la producción de petróleo como su precio, se afectaron dos cuentas importantes: los ingresos del sector público y un mayor déficit en la balanza de pagos, lo que equivale a una menor disponibilidad de divisas en el país.

La reducción del gasto público es fundamental para ayudar a resolver los dos desequilibrios. Efectivamente, la reducción del gasto público tiene ese doble efecto, ajusta el programa del gobierno a sus nuevos ingresos y, de otra parte, también permite reducir el gasto del país en el exterior y ajustarlo a la menor disponibilidad de divisas. Es importante que el recorte ahora anunciado sí se ejecute y más aún si fuese necesario. Al inicio de 2015 se anunció un recorte por 124 mil millones, pero al cierre del ejercicio las cuentas mostraron un exceso de 197 mil 3 millones en el gasto.

El ajustar el gasto público para hacer frente a la nueva realidad de los ingresos, evitará que se incremente el déficit y el endeudamiento del gobierno. Requerimos que los mercados vean una decisión firme para resolver el desequilibrio. Así, menos ingreso requiere menos gasto, claro y sencillo. Un mensaje contundente.

La segunda consecuencia, tan importante como la primera, o más incluso, es que ante una reducción del ingreso del país en dólares, la reducción del consumo también se tiene que dar en dólares, es decir, menos importaciones. Se debe reducir el déficit en la balanza de pagos con el exterior para no tener que usar nuestras reservas internacionales.

Mantener las reservas es primordial, hay que entenderlas como un elemento fundamental de nuestra soberanía nacional que permite preservar el poder adquisitivo de los salarios. Una depreciación del peso —o encarecer el dólar— llevaría a menos uso de divisas y se podrían mantener las reservas. Pero eso, como sabemos, puede generar incremento en los precios domésticos y puede deteriorar el poder adquisitivo y crear pobreza y desempleo. No podemos exponer nuestra economía ni a una depreciación excesiva, ni a perder reservas. Sabemos que del total del gasto público, irremediablemente, a través del gasto de las familias, una parte es gastada en el exterior. Así, es igual de urgente ajustar el gasto para cuidar la balanza de pagos y así las reservas y, por lo tanto, el salario real. El contexto económico global y nacional requiere que nuestras autoridades monetarias y hacendarias mantengan las políticas anunciadas y se ejecuten rápido y con decisión.

No olvidemos que el gran atractivo de las propuestas del populismo viene de hacerse solidario con el malestar de la población por pérdidas de empleo, del poder adquisitivo, por la desigualdad y la pobreza, y viene de hacer notar la indiferencia y el descuido al bienestar y al poder adquisitivo de las familias. No podemos correr riesgos por dar prioridad a intereses de corto plazo.

Los buenos capitanes no son los que salvan al barco en la tormenta, sino los que la evitan.

Director del Centro de Estudios

Económicos del Sector Privado

@foncerrada

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