París, Francia. No por el hecho de que el ataque no haya sido sorpresivo—el gobierno francés ha estado prediciendo actos terroristas ligados al islam radical durante todo el año—la masacre aquí en París el viernes pasado ha generado un rechazo y expresiones de solidaridad generalizados en Occidente. Francia, como Estados Unidos y España antes, sufre su 9-11 u 11-M. Otra vez, las consecuencias del ataque terrorista no serán menores.

En Estados Unidos, 9-11 llevó la invasión de Afganistán, a la guerra en Irak y sus caras consecuencias, a la Patriot Act para fortalecer las capacidades del gobierno para acumular y procesar inteligencia aunque restringiera libertades y a una fatiga que hoy explica la renuencia a involucrar tropas en conflictos en Levante. En España, M-11 llevó a la derrota del Partido Popular en unas elecciones que supuestamente iba a ganar y al retiro inmediato de sus tropas en Irak.

En Francia, la tragedia del viernes 13 (el original de la edad media también fue parisino cuando Philippe le Bel quema ese día en la hoguera al jefe templario Jacques de Molay), ha llevado ya al presidente François Hollande a declarar un estado de guerra, a proponer una reforma a la Constitución para que el Estado pueda vigilar la información en Internet y seguir defendiéndose una vez terminado el estado de urgencia de tres meses, a fijar como objetivo la destrucción del terrorismo islámico por parte de la República laica, dentro y fuera de ella, y a la búsqueda de alianzas para enfrentar a Daech (como se autonombra el estado islámico).

Amén de la propia acreditación por Daech del conjunto de ataques mortíferos, el gobierno francés casi inmediatamente le atribuyó la autoría. Más aún, con gran rapidez y eficacia logró la identificación de la mayoría de los atacantes camicace y de las células que hubieran participado directa o indirectamente desde Siria, Molenbeek en Bélgica y Francia. Esta rapidez sólo puede explicarse por el conocimiento previo de los atacantes como individuos a los que se debía vigilar estrechamente.

A diferencia de los ataques a Charlie Hebdo, los recientes implican el abatimiento de objetivos más aleatorios e indiscriminados, pero no exentos de simbolismo: se trata de jóvenes, en lugares frecuentados y relacionados con la libertad y el entretenimiento. Además de las muertes, el objetivo, éste plenamente alcanzado, era maximizar el impacto propagandístico, el terror y el shock, así como poner de relieve la aparente injusticia que usan para justificar su actuar: en medio oriente y otros países musulmanes son ejecutados con bombas, drones, armas de alto poder, espadas y hasta piedras cientos de personas de manera cotidiana, pero sin levantar el rechazo que generan acciones similares en Europa o Estados Unidos.

Son muchas las causas detrás de la guerra que se libra ahora aun en terreno europeo. La más próxima es la formación del estado islámico (Daech) en Irak y Siria y su agresiva agenda para el establecimiento de un califato suní no sólo en esos países, sino en el mundo árabe actual y anterior. Daech ha sido muy exitoso en llenar el vacío creado por el colapso del gobierno suní en Irak, de mayoría chií, después de la invasión de Estados Unidos y el derrocamiento de Saddam Hussein. La intervención estadounidense y la primavera árabe vinieron a romper los perversos equilibrios de Hussein en Irak y de Bashar al Asad en Siria en donde minorías prevalecían en el gobierno sobre mayorías (chiita en el primero y sunita en el segundo). Estos equilibrios estables sólo en la presencia de gobiernos autoritarios y el aislamiento iraní pospusieron la guerra civil chiita – sunita que ahora termina expresándose hasta en París.

El éxito de Daech es uno de expectativas: su capacidad para atraer jóvenes indoctrinables depende en parte de que se estime probable seguir avanzando. Primero como barrera de contención para la expansión chií en vista de la caída del gobierno suní de Hussein y como fórmula para recuperar la dignidad aplastada por la invasión de Estados Unidos bajo Bush y el abandono bajo Obama. Luego, por la obtención de recursos del petróleo y de la recaudación y la extorsión y por el establecimiento de un estado. Finalmente, por la perspectiva de la formación del califato. Pero también es uno basado en el terror: sobre las comunidades “liberadas” para que tributen con recursos y hombres y sobre sus enemigos declarados (chiíes, Estados Unidos, Francia, Rusia, occidente) para tener un propósito y contar con el adhesivo necesario para la cohesión.

En este contexto, el ataque en París y el abatimiento del avión comercial ruso en el Sinaí pueden ser interpretados como indicativos del nivel de ambición de Daech y muestra de su potencia y atractivo. Alternativamente, y no con poca probabilidad, como acciones defensivas para parar el bombardeo y amedrentar al enemigo y por tanto como síntoma de debilidad sobre su viabilidad.

Las acciones terroristas tienen también causas menos próximas. Una de las más discutidas se refiere al financiamiento de Arabia Saudita de madrazas y mezquitas salafistas en todo el mundo para promover la visión conservadora y antiliberal wahhabista del islam. Los saudíes se embarcaron en este proselitismo extremo como antídoto contra su enemigo histórico chií en Irán y como método para preservar el control de la casa real. El sufragio del proselitismo fue posible sólo gracias al volumen de producción de petróleo, pero sobre todo a su alto precio. Esta inversión ideológica desproporcionada en el mundo sunita y en Europa lleva ya varios años dando frutos de contingentes radicales, desde el muyahidín para luchar contra la invasión soviética en Afganistán, hasta 9-11, 11-M y V-13. El fuerte descenso del precio del petróleo y los problemas de finanzas públicas en Arabia Saudita disminuirán la transferencia de recursos, pero el efecto tardará en notarse.

La relación con el islam tendrá implicaciones clave para el futuro de Europa. La pregunta no es si Europa será una sociedad multicultural, pero tan sólo cómo. Al final del día se tendrá que debatir el mismo fondo implícito en el debate sobre la adhesión de Turquía a la UE: los europeos no pueden aceptar un país musulmán como miembro de pleno derecho si no están convencidos de que los valores de la democracia liberal son universales. Pero también es cierto que los turcos, o los musulmanes en general, no pueden aceptarse como europeos si piensan que los valores de la democracia liberal les son ajenos al no ser universales.

Se puede ganar una batalla destruyendo a Daech, pero para ganar definitivamente la guerra es necesario que el musulmán de a pie, chiita o sunita, opte por defender sus derechos en la democracia liberal y que los países europeos justifiquen la guerra para defender los derechos humanos no sólo de sus ciudadanos, sino también de todos los habitantes del Levante.

Director general y socio
fundador de la Calle,
Madrazo, Mancera, S.C. @eledece

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