El acontecimiento político más importante de los últimos días fue la 80 Convención Bancaria. Un reconocimiento para Luis Robles Miaja, quién para concluir su gestión como presidente de la Asociación de Bancos de México, dedicó su encuentro anual en Acapulco al tema El dilema global, liberalismo vs. populismo.

En nuestro país esa disyuntiva se va a definir en la arena democrática donde combatirán diversas fuerzas ideológicas. Faltan catorce meses para las elecciones presidenciales y la renovación del Congreso de la Unión, por lo que estamos en la fase preliminar de ese momento crucial; se configuran los contingentes y se agrupan las tendencias en torno a diversos liderazgos. Falta, sin embargo, lo más importante: la propuesta concreta del modelo socioeconómico y político nacional.

En cenáculos académicos, en círculos empresariales y en organizaciones cívicas se trabajan proyectos. Podrán ser valiosos insumos para el producto final: la plataforma de los partidos por los que votarán los ciudadanos.

Tengamos claro que esos diseños programáticos deben transformarse en oferta partidista, cualquier plan alojado en otro ámbito, fuera de la lucha política, no pasará de ser un interesante esfuerzo intelectual. Las propuestas deben encarnarse en candidaturas.

Lo que se dijo en la inauguración del evento de los banqueros debe registrarse como un hecho relevante en la bitácora del debate político nacional. Ahí se produjeron pronunciamientos contundentes: “El éxito del liberalismo económico es innegable y sus resultados han permitido a la población alcanzar mayores niveles de desarrollo y bienestar” expresó Robles Miaja. Se condenó al populismo por “esgrimir posiciones dogmáticas, ilusorias, soluciones aparentemente fáciles y mágicas que —en cualquier parte del mundo— cierran espacios de libertad y participación ciudadana”, exorcizó Peña Nieto.

Pero… ¿de qué liberalismo hablamos? El término es polisémico: tiene significados en la política, la economía y en lo moral. Como doctrina económica tiene variantes; el capitalismo, su realización suprema, no tiene forma única. Incluso, como lo advirtió visionariamente hace un cuarto de siglo Michel Albert, en los días de euforia por la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS, la nueva Guerra Fría sería entre el capitalismo “neoamericano” y el “modelo renano” (Capitalismo contra capitalismo, Paidós, 1991). El autor fue banquero y encabezó Assurances Générales de France (AGF).

En México el modelo de libre mercado no existe: eso explica, en parte, nuestro atraso. ¿Quién se atreverá a ver en el actual sistema económico mexicano un ejemplo defendible de liberalismo? Nadie que no sea socio importante de los poderosos en turno quebraría una lanza por el “liberalismo” azteca. Eso que en tiempos de Salinas se llamó “liberalismo social” y que el falso nuevo PRI, en manos del consorcio Atlacomulco-Pachuca, se transformó en el repugnante liberalismo Higa, liberalismo OHL, liberalismo Pemex, liberalismo de reformas estructurales para disponer de licitaciones amañadas y obsequiarlas a compadres, amigos y mecenas de campaña; liberalismo para poderes fácticos, para constructoras, empresas y bancos de políticos; liberalismo para saquear los presupuestos, exprimir a los usuarios de servicios públicos y a los consumidores. Liberalismo ¡a favor del Estado! para recaudar, gastar y endeudar a los ciudadanos, las familias y las empresas.

¿Qué decir del oxímoron de liberalismo-populista, ahora en impúdica exhibición en el Estado de México derrochador de dinero y quincallería “social” a cambio de votos? ¿Qué nombre merece esa desvergonzada e impune demagogia electorera? Ciertamente igual o peor que el denostado “populismo de soluciones aparentes, fáciles y mágicas”.

El país no resiste más tanta simulación y rapiña, urge un cambio radical hacia el modelo de liberalismo humanista. No es una entelequia, existe y se llama Economía Social de Mercado.

Analista político

@L_F_BravoMena

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