En la tradición cristiana las figuras centrales de la navidad son el niño Jesús, la virgen y San José. Dos mil años después la secularización entronizó a una nueva figura: Santa Claus. Un bizantino de los siglos III-IV que en estos tiempos viaja con pasaporte finlandés.

La existencia de Santa, como se le nombra en nuestros tiempos, está documentada: Butler, 1750, revisada por Bentley, 1990; Lanzi, 2003.

Se llamó Nikolas y nació en 270 d.C. en Patara, importante puerto de la costa mediterránea occidental del Imperio Romano de Oriente (Bizancio) hoy territorio turco.

Su padre Epifanio y su madre Juana eran una familia pudiente de cultura griega; sus nombres y el de Nikolas con las raíces Nike-Nikan (victoria-vencer) y laos (pueblo) “vencedor entre el pueblo” lo demuestran. Sus hagiógrafos destacan su carácter caritativo y obsequioso, las notas específicas que le acompañan en su caracterización como Santa Claus.

En su juventud supo de un vecino caído en la miseria. Tenía tres hijas casaderas y al no disponer de la dote proyectó dedicarlas a la prostitución. Nikolas se introdujo sigilosamente durante tres noches en el hogar colindante y depositó una bolsa con monedas de oro. Salvó a las doncellas de tan desgraciado destino.

Fue abad y luego electo arzobispo de Myra (actual Demre). En dicho ministerio se destacó por su labor a favor de los más necesitados: distribuyó alimentos en tiempos de escasez, liberó cautivos durante las persecuciones anticristianas del emperador Diocleciano. Él mismo sufrió la prisión. Salvó a varios infantes de la muerte cuando un carnicero pretendía asesinarlos. Se presume que fue padre conciliar en Nicea I (325), donde surgió el credo que actualmente rezamos los católicos romanos.

Su fama de hombre bueno y desprendido se acrecentó al fallecer. La fecha de su muerte se data entre los años 345-352, sus restos quedaron en la iglesia desde donde fue líder de la comunidad cristiana, pero en 809 las fuerzas del Islam la destruyeron.

Venerado en Oriente y Occidente como patrono de los niños, las jóvenes solteras, los marineros, los perfumistas y una larga lista de oficios puestos bajo su protección, en la Edad Media, cuando la región de Licia, donde se encuentra Myra, quedó bajo el control islámico y las peregrinaciones al santuario de San Nikolas se bloquearon, los poderes de Venecia y Bari compitieron por trasladar sus reliquias a sus respectivas ciudades. Los que urdieron la mejor estrategia de rescate fueron los navegantes de Bari, quienes en mayo de 1087 lograron llevarlas al altar principal de la catedral de San Esteban, donde se actualmente se encuentran.

A partir de entonces fue reconocido como un puente entre el cristianismo de Oriente y Occidente. Su culto se esparció en Europa del norte, central y del este, favorecido por el dominio de los normandos en el sur de Italia y por la influencia de la Santa Rusia sustentada en la ortodoxia bizantina. Su santuario en Myra-Demre fue reconstruido en el siglo XIX por un príncipe ruso. Ahí mismo sigue en pie una gran estatua, se le representa rodeado de niños. El papa Pio XI en octubre de 1932, puso bajo su especial protección a Rusia y Grecia.

En cientos de años tomó diversos nombres y advocaciones, se le representaba ataviado con hábito de obispo; púrpura, mitra y báculo. Hasta 1863, cuando el diseñador Thomas Nast lo convirtió en un abuelo bonachón: larga barba blanca, traje y gorra rojos, con ribetes de piel de armiño. Coca Cola, Hollywood y Macy’s reforzaron su nuevo loock y borraron del mapa a San Nicolás.

Veo estupefacto el asesinato del embajador ruso Karlov en Turquía y pienso que el vínculo cultural, el verdadero Santa compartido por Oriente y Occidente, nos hace falta.

Ex embajador de México ante la Santa Sede.
@ L_ FBravoMena

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses