Llevamos varios meses atentos a las andanzas de Donald Trump, lamentablemente seguiremos así por largo tiempo. Desde que el rubicundo personaje despuntó en el escenario de la competencia por la Casa Blanca y aquilatamos el alcance destructivo de sus propuestas, quedó claro que era un peligro para México.

Dentro de 57 días, luego del juramento, podremos medir con exactitud los grados que alcanzará este terremoto con epicentro en Washington. Por ahora lo único seguro es que nuestras estructuras económicas, sociales y políticas van a crujir.

Del futuro presidente y de algunas de las cláusulas de su programa —contrato con los electores— se pretende colgar las culpas sobre nuestros males: devaluación del peso, incremento de las tasas de interés, inflación, baja en los pronósticos de crecimiento económico, desánimo y freno de las inversiones por incertidumbre.

Pareciera que todas nuestras desgracias vienen del exterior. Otra vez estamos con el viejo y demagogo discurso que usa como pretexto el entorno internacional para ocultar y evadir nuestras propias responsabilidades.

La verdad, hay que decirlo de una vez por todas antes de que las cosas empeoren, es que los efectos destructivos del temblor Trump podrían ser menores, si nos hubiera encontrado con el edificio nacional sólido, en orden, seguro y bien organizado para resistir este o cualquier otro embate originado del orbe.

No es culpa de Trump que la confianza en la situación de las finanzas públicas de México esté deteriorada. El crecimiento de la deuda en los últimos años hasta llegar al 50% como proporción del PIB, le dio un fuerte golpe. Tampoco es responsable de la tarjeta amarilla de las calificadoras, con advertencia de colocarla en perspectiva negativa si el gobierno no aplica correctivos eficaces.

A esta situación llegamos luego de una pésima conducción de la Hacienda nacional: voraz en la recaudación y despilfarradora en los egresos. Año tras año rebasa el presupuesto; sus cacareados recortes son anuncios engañabobos.

Antes del infausto 8 de noviembre el FMI emitió señales de aprensión por la adicción de este gobierno a la deuda, al punto de recomendar la instalación de un Consejo Fiscal; sugerencia que el gobierno consideró impertinente. De igual forma ignoró las alarmas que los economistas del sector empresarial activaron por la misma razón.

No se debe a Trump el mediocre crecimiento económico del país. Fue la tóxica reforma fiscal de 2013 la que desecó la economía, trasvasó los recursos de las empresas y las familias al gobierno y éste los gastó mal y tarde. Eso sin contar con los desvíos y saqueos de los bandidos estatales a las participaciones federales.

Trump no es el responsable de la demolición del Estado de derecho en México, ni del fracaso absoluto de las instituciones públicas y de la Secretaría de Gobernación en materia de seguridad. Se ignora si en verdad existen las tan reiteradas como inútiles estrategias para combatir al crimen. El Observatorio Nacional Ciudadano reportó en días pasados que agosto y septiembre de este año fueron los meses más violentos en 19 años.

¿ Pueden los inversionistas nacionales y extranjeros sentirse motivados a resistir el neoproteccionismo proclamado al alimón por republicanos y demócratas, así como la reducción de impuestos del otro lado de la frontera, mientras aquí todo son bloqueos, asaltos, alta carga fiscal, favoritismo para empresarios coludidos con el poder y pago de comisiones para políticos corruptos ?

Pase lo que pase en Estados Unidos los mexicanos tenemos que enfrentar nuestra realidad. Se acabaron los pretextos. El petróleo ya no podrá sacarnos de apuros, el TLC no será la tabla de salvación, las remesas no serán abundantes. Llegó la hora de poner la casa en orden.

Analista político.

@L_FBravoMena

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