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A juzgar por sus resultados, es evidente que el sistema político está agotado. Basta una revisión de los acontecimientos del día para comprobarlo. Los síntomas del desvencijamiento institucional se advierten en todos los órdenes: ingobernabilidad, imperio del crimen, abuso del poder, corrupción en los tres niveles de gobierno, mediocre crecimiento económico, descrédito de la clase política, maniobrerismo de corto plazo en el Ejecutivo, en el Congreso y en los partidos. En resumen: ceguera e ineptitud para resolver los problemas reales de los mexicanos.
Entre lo que más lastima y carcome la legitimidad del actual arreglo político está la inseguridad, porque es la prueba palpable e inmediata de que se ha perdido la capacidad para proteger eficazmente la vida y patrimonio de los ciudadanos. Primer deber del Estado, justificación de su existencia.
Ese paquete ni el gobierno federal ni los locales quieren cargarlo, y en muchos casos están en el bando contrario. Las Fuerzas Armadas, llamadas a auxiliar subsidiariamente al país asolado por los delincuentes, después de la emboscada en Culiacán pusieron los puntos sobre las íes: “Estamos trabajando en todo el país, en toda hora, en todo momento, en la sierra, en las ciudades, claro que hay un desgaste”. (General Cienfuegos, 18/10/2016 ). A buen entendedor pocas palabras.
Imposible recontar en este espacio todos y cada uno de los males que exhiben la realidad caquéctica (desnutrición, atrofia muscular, fatiga) de nuestra joven pero enferma democracia. Afecciones de las que no se aliviará en 2018 si todo se reduce a un cambio de personas en el poder y a la alternancia de partidos en la administración pública. Así todo seguirá igual, lo que significa que empeorará. El sistema político requiere cirugía mayor.
De esto se habló en el Diálogo Galileo de hace ocho días con el tema Gobierno de coalición. Un panel con participantes de primera línea con saberes teóricos y empíricos, integrado por José Woldenberg, Manlio Fabio Beltrones, Roberto Gil, moderado por Fernando Belaunzarán. Esta sería una apretada síntesis de lo que se dijo:
1.—Terminó el tiempo del sistema político que surgió de la transición democrática, apoyado en el tripartidismo PRI-PAN-PRD. La tendencia creciente a la dispersión del voto, observada en los últimos procesos electorales, proyectan un escenario en el que será preciso que el partido que obtenga la mayoría de votos en la elección presidencial pacte con una o varias fuerzas para lograr gobernabilidad y resultados.
2.— En el México actual es obsoleta la regla de que el ganador gana todo y el perdedor pierde todo. Hace tiempo es inaplicable. Desde 1988 se gobierna con pactos de diverso alcance e índole, expresos o tácitos.
3.— El sistema político de la transición democrática (1988-2000) otorgó legitimidad de origen a los gobiernos, pero ahora se reclama la legitimidad de ejercicio. La eficacia en la gestión pública debe ser el nuevo nombre del contrato político.
4.— Existen diversas fórmulas para lograrlo: establecer la segunda vuelta electoral, a fin de inducir el aglutinamiento de fuerzas y generar gobiernos respaldados por la mayoría absoluta de votos. Otra, desarrollar plenamente la figura de gobierno de coalición, introducida en la Constitución (arts. 74, 76 y 89) durante la reforma electoral del Pacto por México en 2014.
Segunda vuelta y gobierno de coalición no son excluyentes. Bien adminiculadas en la ley suprema y las reglamentarias pueden contribuir a crear gobiernos vigorosos con renovada capacidad de servir a los mexicanos.
No cabe duda que este debate amerita más discusión. Lo importante es que 2018 sea el inicio de una etapa de resurgimiento nacional y no la continuación de la decadencia en curso.
Analista político. Ex presidente nacional del PAN.
@L_FBravoMena