Con el regreso del PRI a Los Pinos se reinstalaron las facultades metaconstitucionales del Presidente de la República, las que se desprenden de su triple jefatura: de Estado, de gobierno y del partido. Por eso, de nueva cuenta, el país está pagando las nefastas consecuencias del antidemocrático juego del tapadismo.
Para verse favorecidos por el dedo del gran elector se desata una descarnada lucha entre los aspirantes tricolores a la candidatura presidencial; esa sarracina no sólo aniquila a los perdedores en la puja, es causa de graves daños a la vida social y económica del país. Está probado que las funestas crisis de los fines de sexenio priístas (1976, 1982, 1988, 1994) se agravaron por la descomposición en el gabinete, a cuyos miembros no les importó el país, ni gestionar eficazmente los asuntos de su cartera, sino manipular sus funciones para que el índice todopoderoso los escogiera.
En el ring del tapadismo no se andan con chiquitas. Se tiran, literalmente, a matar. En la historia de estas disputas hay de todo, acontecimientos lamentables y picardías, a través de las cuales los pretendientes combaten.
Fue ingeniosa la forma como los adversarios de Fernando Casas Alemán, a la sazón Regente del Distrito Federal (1946-1952) lo destruyeron e impidieron que el delfín predilecto de Miguel Alemán lo sucediera. Esperaron que llegara la temporada de lluvias, taparon las coladeras, las calles se inundaron y en el fango citadino zozobró “casitas” como despectivamente algunos lo llamaban, otros malquerientes más pesados le decían “el príncipe idiota”.
Fui testigo presencial de la maniobra que usaron los contrincantes de Pedro Aspe para sacarlo brusca y vergonzosamente de la liza por el relevo de Salinas de Gortari. Como diputado en la LV Legislatura, me encontraba en el salón de sesiones de San Lázaro la mañana del 22 de noviembre de 1993; ese día debía comparecer el secretario de Hacienda para presentar los criterios de política económica. Momento estelar; clave para sus aspiraciones porque el dedazo era inminente.
Aspe llegó a la tribuna como un campeón, trasudaba seguridad, la mirada altiva. Tal vez se imaginaba que en unos meses más estaría en el mismo lugar colocándose la banda tricolor. Cuando comenzaba a exponer, de forma intempestiva y estruendosa se abrieron las puertas de la sala; irrumpió en ella una turba canallesca con insultantes amenazas al compareciente y con violencia avanzaron entre las curules. El secretario abandonó de inmediato el pódium y por piernas se escabulló entre los pasillos traseros. Hasta ahí llegó. Adiós sueños presidenciales.
Ese fue el preludio del annus horribilis de 1994, en el que emergió la insurgencia del EZLN en los Altos de Chiapas, asesinaron a Colosio y la economía quebró, arrastrando en su caída a la clase media mexicana y soterrando en la miseria a los pobres de siempre.
Los suspirantes de ahora no parecen un equipo de Peña, sino de greña. De la cocina del gabinete sale humo. De la lista inicial de prospectos unos ya están achicharrados, otro saltó por la azotea para ponerse a salvo de la hornacina. Los aprendices de brujo prohijaron una revuelta magisterial para defenestrar a Nuño y ahora ya no saben cómo pararla. Una rebelión en toda regla se extiende por el territorio nacional y tiene al gobierno de rodillas. Tal vez de este aquelarre de neófitos emerja un mago que a su conjuro todo regrese a la calma y merezca, a los ojos del presidente, el premio de la candidatura. Sólo la candidatura, porque la Presidencia hay que ganarla en las urnas.
¿Merece nuestra patria esta barbarie de ambiciones y otro fin de sexenio del PRI caótico, ruinoso y de maldita memoria?
Analista político.
Ex presidente nacional del PAN.