Es provocativa la frase del líder del PAN Ricardo Anaya: “ Estamos de regreso. En 2018 vamos a recuperar la Presidencia de la República…”
El Super Sunday 5 de junio significó la jornada de elecciones estatales más exitosa en 76 años de vida de Acción Nacional. Conquistó tres gubernaturas con candidatos propios: Orozco (Ags), Corral (Chih), García Cabeza de Vaca (Tam). Otro tercio con alianzas encabezadas por figuras formadas en el PRI, arropadas con la fórmula PAN-PRD: Rosas (Dgo), Joaquín (Q.R), Yunes (Ver) y una más en aleación con emblemas locales: Gali (Pue). Agréguese una abundante cosecha de posiciones: capitales de estado, municipios de diverso tamaño y varias decenas de diputaciones locales, lo que le permitirá ejercer mayoría en los Congresos de varias entidades.
Aunque las victorias son compartidas, el factor común en todas ellas es el PAN. El planteamiento estratégico del joven Anaya superó el parado táctico Manlio, el veterano dirigente del PRI. El marcador final quedó 7 a 5 a favor del primero. Lo que se observó en el debate organizado por López Dóriga fue la representación del nuevo escenario político.
Hasta aquí son fundadas las expectativas del retorno de Acción Nacional al Poder Ejecutivo federal. Pero, para que esto se haga realidad, debe evitarse el triunfalismo; mal de soberbios y ruina de grandes proyectos. Cierto, el PAN alcanzó momentum pero tiene que incrementarlo con nuevos impulsos, mejoras organizacionales y cumplir dos condiciones:
Unidad en torno a los valores y programa panista. Dirigentes, militantes, funcionarios públicos, legisladores y sobre todo los aspirantes a la candidatura presidencial, debemos cerrar filas en torno a una propuesta de regeneración democrática, renovación social y relanzamiento económico de México; sustentada en la doctrina del PAN. Frente a las evidentes insuficiencias del neoliberalismo y el desastre de los populismos socializantes, los fundamentos del desarrollo humanista sustentable son la verdadera alternativa de cambio.
La unidad en el partido no se logrará si se intenta configurarla en torno a personas o lealtades de grupos. La competencia por la candidatura presidencial por naturaleza es desgarradora. Las organizaciones de tradición autoritaria imponen disciplina por la fuerza o mediante amenazas y cooptaciones, pero las de cultura democrática logran unidad mediante el debate, el convencimiento y la adhesión a un proyecto superior que todos comparten, lo que permite superar las tensiones y sanar heridas de la disputa interna.
El camino seguro para la fractura será convertir la construcción de la candidatura presidencial en una confrontación a suma cero de personalidades, en juego excluyente de facciones. En otras palabras, en un aquelarre de ambiciones desordenadas de poder. De una cosa debemos estar seguros; divididos nos autoderrotaremos.
Buenos gobiernos. El PAN está obligado a velar para que los electos bajo su marca, en solitario o alianza, sean honestos, serviciales, austeros y cercanos a los ciudadanos.
Algunos candidatos ganadores asumen la victoria como trofeo personal y hacen de los partidos hoteles de paso. Instalados en el poder forman gobiernos de incondicionales, a los ex priístas les brota su ADN y anulan cualquier cosa que pudiera llamarse alternancia, la que ofrecieron y por la que votaron los ciudadanos. Todo acaba en una grotesca simulación de cambio y una decepción demoledora del espíritu cívico. Hay muchos ejemplos, el más reciente está en Sinaloa. De la suerte del PAN mejor ni hablamos, queda reducido a un guiñapo podrido. Sin honor ni cara para volver a pedir la confianza de los electores. Así no se ganará en 2018.
Ex presidente nacional del PAN.
@ L_ FBravoMena