Luis Felipe Bravo Mena

Anaya, Beltrones, Navarrete; retos y responsabilidad

En las elecciones legislativas de junio pasado los tres partidos que tradicionalmente captaban las mayores porciones de sufragios y dominaban en el espectro ideológico apenas alcanzaron el 61.06 por ciento de la votación nacional

20/08/2015 |01:11
Redacción El Universal
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En las elecciones legislativas de junio pasado los tres partidos que tradicionalmente captaban las mayores porciones de sufragios y dominaban en el espectro ideológico apenas alcanzaron el 61.06 por ciento de la votación nacional. Cuatro de cada diez ciudadanos que acudieron a las urnas prefirieron otras opciones. Desglosado se ve así: por cada decena de votantes 3 cruzaron el emblema tricolor, 2 se pintaron de azul y 1 creyó en el Sol Azteca. Este cuadro pierde su ya de por sí débil colorido y se torna negro, si extraemos una prueba de su verdadero arraigo popular, al medir su votación respecto a los 83 millones y pico que integran la lista nominal de electores. De cada centena 14 votaron PRI, 10 PAN y 5 PRD. Dicho con crudeza, sin ánimo de ofender, esta es su fuerza real. Tan pobre el pinto como el colorado. Lo demás son malabarismos legales, artificios estructurales y criminal derroche de dinero para poblar las instituciones de la República con cierto toque de pluralismo.

Nuestro actual sistema político, producto de una larga y contrahecha transición, incorporó en sus modos la cultura de la dictadura perfecta, recicló a los poderes fácticos creados y cebados en aquel legendario parque jurásico e incubó nuevas especies depredadoras, como el PVEM. Ahora hace agua por todos lados. Los números de la elección enseñan el tamaño de los boquetes. Es urgente la reconstrucción y fortalecimiento de los órganos del Estado. Para relegitimarlos se requieren liderazgos políticos de verdad. Visionarios y comprometidos con el país, no con su proyecto personal o de partido. La situación de México no resiste más el asedio de la plaga de individuos frívolos con poder, huecos de valores y patriotismo, encumbrados por la coyuntura o la mercadotecnia, ayunos del sentido político trascendente, sin templanza en el ejercicio de las funciones públicas e insaciables en el saqueo de los presupuestos.

Por eso no es noticia pasajera los relevos en los mandos de los tres partidos mayores. Conforme a sus tiempos y a sus normas el PAN eligió a Ricardo Anaya y a su planilla. En el PRI la decisión presidencial tuvo dos factores: el efecto y el afecto. El primero lo llevó a recurrir a un político necesario para los tiempos y la penosa deriva de su gestión, así Manlio Fabio Beltrones toma la jefatura política del partido. Lo segundo se manifestó en la posición de la Secretaría General, se le concede a una representante de las dinastías mexiquenses. En el PRD, Navarrete, se supone que con el visto bueno de su habilidosa tribu, decidió recetarle un revulsivo a la organización para revivirla, porque AMLO y su Morena le produjeron, caquexia populista terminal. La operación de salvamento está en marcha y se buscan dirigentes con perfiles frescos, atractivos para una importante franja de electores que hoy no encuentran cauce en ninguna de las ofertas disponibles de la izquierda. Se mencionan a Zoé Robledo y Armando Ríos Piter ambos con edades y estilos adecuados a tales necesidades y urgencias.

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Anaya, Beltrones y quien sustituya a Navarrete tienen en sus manos graves responsabilidades con sus partidos y con México. Deben hacer todo cuanto esté a su alcance para frenar el acelerado deterioro del sistema político. La combinación de veteranía con juventud, dentro de la competencia y el diálogo político, puede rendir buenos frutos. Es la oportunidad para un sexagenario experto y para treintañeros sensatos, de trabajar pragmáticamente por este objetivo, común y superior. El reto no es ser candidato en el 2018 sino que la democracia mexicana sobreviva al 2018.

Analista político, ex presidente nacional del PAN.

@LF_BravoMena