No todos los días pensamos en la ciudad que somos porque sencillamente la vivimos, la gozamos o la padecemos en distintos momentos del día.

En los próximos meses, un grupo de personas tendrá que pensar en la ciudad que somos y plasmar la idea en un documento fundacional porque forma parte del Constituyente de la Ciudad de México. ¿Hay que constituir a la Ciudad de México? Pues en estricto sentido no, ya que existe desde 1521, y, si tomamos como referencia a la gran Tenochtitlán, podemos retroceder algunos siglos más.

¿Cómo amalgamar todas las visiones de quienes van a decidir respecto de la ciudad que somos?

Miguel Ángel Mancera entregó hace dos semanas un texto que busca servir de base para el trabajo de los constituyentes. El documento aclara que fue producto de la deliberación y aportación libre de ideas y opiniones del grupo de trabajo de apoyo.

Y así es, cada artículo refleja la copiosa lluvia de ideas de un grupo plural. Será necesario ahora emprender un proceso de profunda limpieza conceptual para dejar sólo la esencia de la ciudad que somos; nuestros deberes ciudadanos; los derechos exigibles y nuestra organización política. Todo, acotado por la Constitución General de la República que se adelantó en la regulación al dar la pauta en el artículo 122.

Tomemos sólo un ejemplo: Los redactores consideraron relevante hablar de la identidad de la Ciudad de México. ¿Cómo definir nuestra identidad? ¿Con qué nos identificamos? ¿Cómo se concibe la Ciudad?

El proyecto señala en su artículo 7: “Esta ciudad se concibe como un espacio civilizatorio, democrático, laico, incluyente, accesible, justo, pacífico, productivo, educador, habitable, de seguridad y movilidad humana y social para el ejercicio pleno de los derechos y el uso y disfrute equitativo de los bienes y servicios…”

¿Quién o quiénes la conciben así? ¿Espacio civilizatorio? El diccionario apunta que civilizatorio es lo concerniente a la civilización. Civilización tiene dos acepciones: 1) Conocimientos y costumbres que forman la cultura de un pueblo y 2) Acción de civilizar o civilizarse. Civilidad es la sociabilidad, la cortesía. Si evocamos a la civitas y al civismo, nos llevan hacia pautas de comportamiento que permiten la convivencia armónica.

¿La nueva Constitución entonces va a señalar como tema de identidad el proceso de convertirnos en ciudadanos más sociables y corteses? ¿Por eso identifican también a la Ciudad como espacio educador y habitable?

La ciudad habitable tiene que ver, en efecto, con mejores comportamientos ciudadanos; pero también con mayores compromisos de la autoridad.

El sólo número de habitantes de la Ciudad de México genera conflictos por la sobrevivencia cotidiana en el asfalto. Un ciudadano civilizado puede salir de su casa imbuído de un proceso mental civilizatorio y muy pronto desistir de su afán porque le sobran motivos: intentar avanzar por una avenida saturada; recibir la afrenta del primer microbús; toparse con el primer viene viene detentador del espacio público; el primer empujón en el Metro, etc., etc. El peatón o ciclista es aún más vulnerable y el espacio civilizatorio se avizora más lejano o ausente.

La civilidad no puede ser vista sólo como la relación entre las personas, porque el contacto se da en el espacio urbano. De ahí que sea tan relevante el diseño de la urbe; la regulación de las construcciones; la apropiación ciudadana del espacio público; la oferta cultural y deportiva y la calidad y eficiencia de los servicios públicos.

El deterioro y desorden urbano impactan en el llamado espacio civilizatorio. No se trata entonces de poner en la Constitución conceptos ambiguos, sino de definir, lo más claro posible, responsabilidades concretas. Esa deberá ser, sin duda, la tarea que viene.

Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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