Son muchas las voces que, a lo largo de los años, han explicado esa cultura política proclive a suponer que un personaje titánico transformará la realidad. Se conoce como “monarquismo ingenuo” a ese grito que pedía: ¡Viva Fernando VII y muerte al mal gobierno!, como si aquél infame rey fuese una solución o algunos de sus descendientes pudiesen cambiar la suerte del país, ello sólo con su personalísima voluntad. Después vinieron el llamado “seductor de la patria” y otras figuras que concentraron el poder y las esperanzas transformadoras de un sector importante de la sociedad mexicana.

Durante el siglo XX, el PRI renovaba el ánimo de la gente con la promesa de que un cambio de inquilino en Los Pinos podía modificar el sentido del país. Esta cultura sigue intacta y algunos sectores suponen que los graves problemas de inseguridad, corrupción o desigualdad los va resolver un hombre resolutivo y encantador de las masas. Pero lo más sorprendente es que nuestro “monarquismo ingenuo”, o nuestra idea de lo que ha sido el pasado, está sólidamente anclada en esta visión personalista del poder y eso, a mi entender, nos impide distribuir apropiadamente responsabilidades sobre lo que pudo haber ocurrido y no ocurrió y, en consecuencia, aprovechar las lecciones del pasado para construir un futuro mejor.

Abundan, por ejemplo, los libros que responsabilizan a Santa Anna de las desgracias del país y no hay manera, desde una óptica ponderada, de tener clemencia con un personaje tan retorcido. Pero pregunto: ¿es sensato creer que todo cuanto ocurrió es responsabilidad exclusiva del infausto Antonio? Por el contrario, creo que la idealización popular del patético militar, explica el desastre nacional y la falta de acompañamiento de las élites, a lo que pudo haber sido un proyecto modernizador, nos catapultó a lo que Enrique González Pedrero llama “el país de un solo hombre”. Una relectura de la historia, mucho menos apegada a la tóxica biografía de Santana, nos permitiría ver todos los defectos del alma nacional.

Algo similar ocurre en pleno siglo XXI con Vicente Fox, a quien no puedo regatear su pericia para ganar el abucheo nacional. Sus excesos y zigzagueos lo han hecho un personaje poco confiable. ¿Pero es el único responsable de que la transición no despegara? ¿Puede decirse seriamente que, si en vez de Fox hubiésemos tenido a Mandela, a Suárez o a Ricardo Lagos, México hoy sería como Sudáfrica, España o Chile?

Nunca un proyecto modernizador podrá volar sin un apoyo decisivo de las fuerzas modernizadoras. Convengo en que la responsabilidad del entonces presidente era generar las condiciones para la convergencia, pero conviene recordar que, a la oferta de cogobernar con el PRD, la respuesta fue un no rotundo. AMLO, desde su recién conquistada capital, apostó a oponerse a todo: hasta al horario y desde allí, construir una eterna candidatura. Hoy se quejan de que Fox terminara en brazos de Elba: ¿pero alguno de ellos tuvo la grandeza de pactar una agenda de modernización? No. El PRI hizo lo que pudo, que no fue otra cosa que perpetuarse con las consecuencias que hoy tristemente comprobamos.

Por impopular que sea, Fox no es el único que arruinó la transición y, mientras no releamos ese pasado (y mandemos a varios políticos a escribir sus memorias) y distribuyamos responsabilidades, no romperemos el nudo de la interminable transición.

Analista político.
@leonardocurzio

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