Leonardo Curzio

Los narcóticos del poder

Es preferible que un político acuse recepción de los datos que la realidad le ofrece, a que tenga el juicio obnubilado por la autocomplacencia

13/06/2016 |01:15
Redacción El Universal
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“Al gobierno de la República, a su Presidente, no escapa, ni es omiso, ni es insensible ante lo que está en la demanda de la sociedad mexicana”. Eso dijo Peña Nieto ante los empresarios más importantes del país. Habrá que esperar qué medidas concretas toma para atender estas inquietudes. Es preferible que un político acuse recepción de los datos que la realidad le ofrece porque suele ocurrir (y probablemente fuese) que un político tenga el juicio obnubilado por efecto de tres poderosos narcóticos. El primero es la autocomplacencia, grave enfermedad para cualquier tomador de decisiones, pero letal para un gobierno que opera en un contexto de alta inconformidad. Suponer que el desempeño gubernamental es bueno y que el problema se debe a una lectura sesgada de las principales variables económicas por la opinión pública (y la publicada) es el primer síntoma de la embriaguez. Esas insistentes lecturas de “lo bien que va la economía mexicana” y lo mal que van otras, es poco convincente e incluso ahistórico. Los pueblos piensan siempre en el presente y en la primera persona del plural, es decir: hoy, aquí, nosotros, y raramente piensan en el futuro y en la tercera persona del plural. A nadie le consuela, aún en la más negra tragedia, que otros puedan estar peor y solamente los padres incomprendidos repiten ese pertinaz discurso a sus hijos: no te das cuenta de lo que tienes. Claro que podríamos estar peor, pero a nadie entusiasma tener salarios con los que no puedes satisfacer lo más elemental.

El segundo poderoso narcótico es el doble juego de los secretarios y sus agendas, que impide ver con nitidez lo que ocurre. En el gabinete de Peña hay, como ocurría en el gabinete de Lincoln, un team of rivals, no por la brillantez de los secretarios, pero sí por las ambiciones presidenciales de algunos de ellos. No siempre ocurre que cuando al gobierno le va bien, le vaya bien a todos los secretarios y cada quien presenta al Presidente la parte de la realidad que le conviene. Hay quien se beneficia de los tropiezos porque sus proyectos personales pueden crecer. A estas alturas de la administración, algunos secretarios piensan más en su futuro político que en la solidez del gobierno en conjunto. No tengo idea de cómo se haya alimentado el flujo de información gubernamental sobre las tendencias electorales en las distintas entidades donde se celebró el proceso electoral, pero si al Presidente le subieron cifras alegres, mucha razón tendría en pedir cuentas, porque es sabido que en México sigue siendo más popular y eficaz endulzarle el oído al jefe que decirle la verdad, la áspera verdad. No sé si el Presidente esté tan enojado como lo estuvo Carlos Salinas en 1993, cuando le hablaban del país maravilloso que estaba forjando y omitieron informarle la bomba de tiempo que se estaba incubando en Chiapas.

El tercer narcótico es la óptica del gobierno. Cuando en las instancias encargadas de seguir los asuntos nacionales se opta por negar la crítica, porque se presume siempre malintencionada y desleal, los funcionarios tienden a desdeñar todas las fuentes que los perturban (y si pueden a modularlas o silenciarlas) porque eso les permite vivir en su conformidad acústica. Perder visión es también ocuparse de las pequeñas intrigas (desde chisme al espionaje telefónico) que distraen al gobierno y a sus áreas más sensibles de los temas más relevantes del país. Un gobierno distraído en la politiquería tarde o temprano naufraga porque está más pendiente de lo inmediato que de lo importante.

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Veremos qué decisiones toma. La insatisfacción ciudadana con los resultados del gobierno ha llegado a su escritorio.

Analista político
@leonardocurzio