Leonardo Curzio

La política de las pequeñas cosas

Pasan los años y en México buena parte de la discusión nacional se centra en las grandes reformas y se relegan de manera obstinada las pequeñas cosas que cambian la vida de los ciudadanos

02/11/2015 |02:17
Redacción El Universal
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Decía Tony Judt que los Estados deberían estar en condiciones de ofrecer a sus ciudadanos los servicios mínimos. Se refería a algunos tan obvios como el correo y los ferrocarriles. Daba por descontado que las funciones básicas (seguridad, educación o salud) formaban parte del paquete mínimo que un gobierno que cobra impuestos, debe ofrecer a sus ciudadanos para merecer el nombre de Estado.

Pasan los años y en México buena parte de la discusión nacional se centra en las grandes reformas y se relegan de manera obstinada las pequeñas cosas que cambian la vida de los ciudadanos. En México, el Estado es incapaz de ofrecer, por ejemplo, un servicio de correos medianamente confiable. A título de anécdota diré que una carta depositada el 10 de septiembre en Cholula, llegó a la capital el 26 de octubre. Semejante demora es un reflejo de la desatención que el sistema postal tiene. Mucha gente ha suplido este deficiente servicio por un sistema privado de mensajería que es muy caro y en consecuencia, profundiza las desigualdades que ya tiene nuestra estructura social. Acceder a envíos confiables es un diferenciador social importante. En otras palabras, en vez de igualar, con sus pésimos servicios, el Estado profundiza las desigualdades.

Otros servicios que pueden parecer menores, como el cobro en las autopistas, reflejan también el desinterés por ofrecer buenos servicios y así podría enumerar otras áreas de oportunidad en las cuales una administración pública profesional podría cambiar la vida de los ciudadanos. Pero no ocurre así, la política se centra en los grandes debates constitucionales y desdeña la política de las pequeñas cosas, es decir, la vida de los ciudadanos.

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Lo mismo ocurre en los debates económicos y en la suscripción de tratados de libre comercio. Tomo estos últimos temas como otro ejemplo de este mal que desprecia la vida del ciudadano. Pensemos en el TLCAN, por no hablar del TPP, que será objeto de discusión senatorial en las próximas semanas. El libre comercio beneficia a los sectores más eficientes y a los grandes importadores. Pero si un mexicano común quiere comprar por internet en cualquier tienda de Estados Unidos, desde Ann Taylor hasta Bath & Body Works y recibir el paquete en su casa, se encuentra con una frontera colosal que le impide beneficiarse de ese libre comercio que tanta utilidad genera a los más eficientes. ¿No tendría más aceptación el libre comercio entre los ciudadanos si uno pudiera, como consumidor, beneficiarse de los mismos precios, de la variedad de productos y de la eficiente logística de nuestros vecinos para entregar paquetes? Está claro que después de todo este tiempo, el consumidor individual sigue estando sujeto a franquicias francamente restrictivas, a un aparato aduanal incomprensiblemente barroco y a un sistema de correos que nos recuerda nuestra pertenencia al tercer mundo aunque tengamos tratados de libre comercio con las principales economías. La vida no cambia para los ciudadanos de a pie que siguen cargando en gasolineras abusivas y tampoco cambia demasiado en escuelas que carecen de servicios tan elementales como el agua potable. Yo propongo que la retórica de las grandes reformas, respire, tome una pausa y se pasee de vez en cuando por la política de las pequeñas cosas.

Analista político.

@leonardocurzio